Montse Watkins con samue azul. Foto: Tennyson Takeda.
Con 29 años, el equipaje lleno de ilusión y entusiasmo, palpitándole el corazón con ese intenso latido que supone comenzar una nueva vida llena de inquietudes e interrogantes, en un nuevo país, todo por descubrir, incluso una misma —¿qué puedo ofrecer yo a Japón, qué me puede ofrecer este país a mi y cómo seré yo integrada en esta cultura tan diferente?—, llega Montse Watkins (1955-2000) a Japón en 1985.
Con esa mirada aguda, penetrante y profunda, la solidaridad, generosidad y empatía que la caracterizaban, Watkins —Montse, para todo el mundo— iba conociendo la sociedad japonesa, sus luces y sus sombras, virtudes y defectos, abundancias y carencias, mitos y realidades. Experimentaba intensamente, en propia piel, a través de su trabajo como corresponsal de EFE y del diario Avui, y sus colaboraciones con El Mundo e International Press en Español —el primer semanario en español en Japón, puesto en marcha por la española Chelo Alvarez-Stehle—, la vida real del Japón de los 90. Sin intermediarios ni filtros, frente a frente, golpe a golpe y columna a artículo.
Al meterse de lleno en la lectura de obras literarias japonesas traducidas al español, se quedó estupefacta al ver que reproducían los mismos malentendidos, tergiversaciones e incluso errores disparatados de las versiones anglosajonas o francesas de las que procedían, algo muy habitual incluso en nuestros días, propiciado por el “boom de la literatura japonesa” (¡Poderoso caballero…!). Recordemos el libro de la catedrática Kumiko Torikai —aún sin traducir— titulado Errores de traducción e interpretación que cambiaron la historia mundial. Y es que traducir (tra-ducere) conlleva una gran responsabilidad, no sólo hacia los lectores sino también hacia la sociedad. Todavía nos cuesta entender que no vale cualquiera para traducir por el mero hecho de conocer una lengua, y que estamos en nuestro derecho de conocer la procedencia, directa o indirecta, de las traducciones.
Puesto que las obras literarias son obras maestras, la traducción también tiene que ser una obra de arte a la misma altura que el original, pensó Watkins. Y a partir de ese momento se dedicó con todo esmero a la traducción directa del original de numerosas obras literarias japonesas desconocidas en el mundo hispánico. Sin embargo, cuando presentaba sus propuestas a las editoriales españolas se encontraba con el silencio por respuesta o con que “a ese autor no lo conoce nadie y no se va a vender…”
Vital, activa y con una enorme capacidad de trabajo, decidió fundar en 1994 su propia editorial en Japón, ¡en español!, Luna Books, bajo el auspicio de la editorial japonesa Gendaikikakushitsu, en la que logró publicar unos treinta libros antes de su temprano fallecimiento. Y así fue como se convirtió en pionera de la traducción directa del japonés al castellano y en la primera traductora y editora a la vez de literatura japonesa. Varias de las obras más famosas del gran filósofo y entrañable escritor Kenji Miyazawa (1896-1933) —con quien alcanzó una profunda compenetración, a modo de almas gemelas y precursores por su modo de entender nuestra existencia y la relación con la naturaleza de la que formamos parte (lo que más tarde hemos llamado “ecologismo y sostenibilidad”), su pensamiento humanista, su generosidad, resiliencia y epimeleia, y los paralelismos vitales entre ambos— inauguraron la colección literaria. Y a mí me legaron el honor de traducirlo, mano a mano, alma a alma, con Montse en una tercera antología de relatos que publicamos en 2000, año de su fallecimiento.
A causa de algunos malentendidos culturales, parece que actualmente se considera a Kenji Miyazawa como un escritor de cuentos infantiles en el mundo hispanohablante, si bien es verdad que tampoco hay un comité de expertos que supervise, ni siquiera mínimamente, lo que se publica en España y el mundo hispánico sobre Japón.
A este autor le siguieron otros como Ryunosuke Akutagawa, Osamu Dazai, Koizumi Yakumo (Lafcadio Hearn) Natsume Soseki, Shimazaki Toson, Saneatsu Musahnokoji, Ogai Mori —estos dos últimos traducidos por quien estas líneas escribe—. El escritor Juan Bonilla descubrió algunos de nuestros ejemplares en una librería de Sevilla y escribió un elogioso artículo hacia la labor pionera de Luna Books en El Mundo, en julio de 1999, titulado “Un sello editorial trae a España auténticas JOYAS DEL JAPONÉS”. Desde aquí nuestro más profundo agradecimiento.
No fue “el camino de la literatura» el único que abrió Montse Watkins. Pionera en numerosos ámbitos, investigó temas que aún siguen siendo tabú en la milenaria sociedad japonesa, una de las más avanzadas tecnológicamente, y que la llevaron una vez más al choque con la vida real y a liberarse del aura legendaria, impenetrable, mítica y exótica que envuelve al país del sol naciente y de la película que se proyecta entre la realidad y la mirada de la mayoría de los occidentales sobre Japón.
Desde principios de los años 90 comenzaron a llegar varias oleadas de inmigrantes latinoamericanos, descendientes de los japoneses que en su día emigraron a las Américas, y se encontraron con todo tipo de problemas sociales y laborales, idénticos a los que padecieron sus antecesores allende los mares: discriminación, desconocimiento mutuo, condiciones precarias e inhumanas, explotación laboral, trabajo de sol a luna…
Ni Japón ni su legislación estaban preparados para afrontar este desbordante fenómeno migratorio. Watkins se lanzó a investigar la situación a pie de calle, codo con codo, como una migrante más, como activista, integrante de las asociaciones de apoyo, mediadora entre contratistas y contratados, y siempre iba más allá de la noticia. Se implicaba personalmente, porque “nada humano le era ajeno”. Escribió dos libros, traducidos al japonés, documentando el fenómeno migratorio desde sus orígenes, un siglo antes, y analizando los conflictos provocados a través de entrevistas, consultando archivos, datos y presentando casos reales. Gracias a estas investigaciones se consiguieron grandes mejoras en los derechos y las condiciones laborales de los latinoamericanos en Japón.
Incluso en las fases terminales de su enfermedad, Montse, inasequible al desaliento, se escapaba del hospital donde estaba intubada para seguir resolviéndoles la vida y ayudarles en todo tipo de trámites y trances. También escribió relatos que reflejan, con sutileza no exenta de ironía y finísimo humor, el Japón cuyo cielo la cobijó durante quince años…
Este próximo 25 de noviembre, “Día Internacional de la eliminación de la violencia contra las mujeres”, se cumplirá, a modo de justicia simbólica y merecido reconocimiento, el vigésimo aniversario de su muerte. El silenciamiento de la trayectoria y legado cultural de las mujeres profesionales es una forma de violencia laboral y maltrato social. Veinte años hace que nos dejó huérfanos de su empatía, carisma, desbordante sonrisa, de su enorme abrazo abarcador y su inquebrantable confianza en la posibilidad de un mundo más justo e igualitario. Su ejemplo y trayectoria como persona y su valiosísimo legado cultural nos dejan constancia (scripta manent) de su intensa vida y su denodada lucha por conseguir un mundo mejor, más humano para todos sus habitantes.
El 26 de noviembre, el Instituto Català de les Dones organizará un evento online vía Zoom, a las 18h., en su homenaje, auspiciado por numerosas instituciones, en el que participarán destacadas escritoras y artistas del panorama cultural y las promotoras del proyecto de recuperación de su figura y legado cultural, entre las cuales se encuentra la cineasta y documentalista Chelo Alvarez-Stehle, pionera del periodismo español en Japón y la escritora de este artículo, ambas colaboradoras y amigas de Montse Watkins.
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