¡Mayday. Mayday! La vida está en juego. La Tierra naufraga. Los horizontes están enfermos, como denunció el poeta Manuel Antonio en 1930. La vanguardia de su verso es el presente de muchas esperanzas que se nos mueren. Igual que la naturaleza de lo cotidiano, del paisaje, de lo ético, de la libertad, de la imaginación y del lenguaje cuyos valores e importancia reivindica Manuel Rivas —siempre poéticamente insurgente y activista de pie en charcos en los que timonea su compromiso de verbo— en un hermoso libro de Whitman. Polifónico, moral, duro pero convencido de que la batalla por lo imposible ya es una victoria por la que merece la pena embarcarse en el acento de la verdad y su lucha. Ya lo hizo antes, en 2018, en Contra todo esto: Un manifiesto rebelde. No desiste, a pesar del pesimismo, del ruido dominante de las diferentes jaurías que todo lo acosan y lo violentan. Rivas aprendió de su padre que hay tres maneras de hacer las cosas: bien, mal y al revés, a las que él añade tres más: de frente, con cultura y mediante palabras que den ejemplo con su huella marcada. La honestidad como una práctica social cotidiana define a este poeta que cuenta a través del periodismo, al que le reclama conciencia democrática, y de la literatura que trenza la atmósfera de la voz con la que denuncia. Leerlo es un placer, una hermandad en la militancia. Es difícil no sumarse a esa zona a defender que simboliza el espíritu de este libro, surgido del ejemplo del movimiento que consiguió preservar los ricos humedales de Nantes frente al proyecto de un aeropuerto.
¡Mayday, mayday! ¡Responsabilidad, despierta! Suena urgente y grave el morse de humanismo político de este marinero de géneros permeablemente fronterizos en sus lenguajes, su mensaje en defensa propia contra este tiempo de angustia ante la degradación ecológica, la aceleración de desigualdades, el conductismo tecnológico y el abaratamiento humano, empachado de la política del daño, de la monarquía corrupta, adormecido por la propaganda y la mentira maquillada de posverdad. Desentraña también la industria de la globalización, las tradiciones tradicionalistas, el servilismo, el soma envenenado de cada día, que nos llueve ácido por dentro de lo que somos, sin apenas resistencia a lo que realmente deberíamos ser. Personas de las que Manuel Rivas defiende su derecho —el de ellas, el suyo, el nuestro— a las cosas esenciales, a escuchar y hablar sin los oídos y los labios en armas, a andar libres sin móviles que contaminen la soledad necesaria, a correr descalzos, a desatar la realidad del pensamiento bruto, a soñar una revolución de la mirada y a dormir a conciencia suelta. Se extiende su alegato al disfrute de las verbenas de barrio, de los garitos subterráneos en los que suena música en vivo o el saxo de Paul Gonzalves, y en otras manos de claqué un blues al piano de Duke Ellington. Y por supuesto, los libros. Están llenas sus páginas de gestos de Rulfo, de Zweig, de Benjamin, de Szymborska, de Jaime Siles, de Miguel Torga, de muchas voces de la lectura contra la que todo conspira y en cambio él rodea en su regazo de gozoso tiempo perdido y arrebatado. O lento al pulso del cine de Kiarostami, con la emoción de sus historias sencillas y la integridad de su mirada, y al latido del Manoel Olivera con su retrato de la fuerza vital. Se funden y se retroalimentan las sensibilidades cuando comparten la misma marea, el valor del horizonte donde la esperanza suceda mejor y no haya que salvar a las palabras.
Zona a defender es un mapa contestatario de reclamos, de artículos, de aforismos e historias, impregnadas de sensibilidad y de juicio, una salvaguarda apremiante de lo humano, de los hábitats y de lo animal: las abejas imprescindibles para la polinización de más del 70% de los cultivos que nos alimentan, de los cachalotes cuya autopsia de la muerte revela los veintinueve kilos de plástico colapsando su estómago, de los doce mil zorros que cada año son abatidos en festiva cacería en Galicia. Del privilegio de un perro a convertirse en paz en un reloj de sol, después de cuidar la espuma de los niños entre las olas.
No pide Rivas que a la salida del libro se firme su Manifiesto. Pero al descender de su barco uno desea ser, igual que él, un hombre sentado dentro de un árbol, con la cabeza llena de pájaros, los ojos cruzados por estrellas, y entre las manos un lápiz con el que dibujar una nueva cartografía de la vida, un nuevo contrato social, convencido de que otro principio del mundo es posible.
(Empiece a construir cada cual el suyo, comprometiéndose con su propia zona a defender).
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Autor: Manuel Rivas. Título: Zona a defender. Editorial: Alfaguara. Venta: Todostuslibros y Amazon
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