Sentencia Hovik Keuchkerian (Beirut, 1972) que “en las escaleras que suben al Cielo hay un desvío al Infierno, / y luego otro, y luego otro”. Quien lo probó lo sabe. Del mismo modo, transitó por escaleras que bajaban al Averno y encontró desvíos que conducían a la Luz. Hijo de armenio y de española, alumno difícil de atar al pupitre —“Nunca he sido buen estudiante”—, montó un gimnasio, se convirtió en boxeador profesional —fue campeón de España de boxeo en la categoría de pesos pesados en 2003—, cambió el ring por los escenarios, se hizo monologuista, y después actor, y también escritor intermitente. Ha publicado cuatro libros: los últimos, Diarios y desvaríos (Léeme, 2012), y Resiliente (Léeme/Lovemonk, 2014), poemario musicado y producido por Yuri Méndez. Ahora, mientras le llueven los elogios por su interpretación en Antidisturbios, la serie de Rodrigo Sorogoyen que emite Movistar Plus, alterna el rodaje de la última temporada de La casa de papel con la representación del monólogo Un obús en el corazón, dirigida por Santiago Sánchez, en los Teatros Luchana.
Zenda entrevista a Hovik Keuchkerian en Alpedrete, municipio de la Comunidad de Madrid donde reside. Jeosm y el menda nos topamos con un tipo sin imposturas, libre de vanidades plastificadas, que prescinde de los rodeos y de los eufemismos y que cree en lo que dice. Es un placer conversar con gente así, tan purasangre, tan de verdad. Comenzamos:
—Hovik, ¿está al tanto de los últimos acontecimientos de la nueva guerra o, si lo prefiere, conflicto del Alto Karabaj?
—Sí hombre, por supuesto. Ahora, con el tratado este de paz que han firmado, por llamarlo de alguna manera… Bueno, cuando se pierde una guerra, te dan por el culo. No puedes negociar nada. Entonces, espero que las condiciones del tratado este se puedan renegociar porque para Armenia, desde luego, son desastrosas. Y luego, considero que lo que el Gobierno debiera hacer sería dimitir en bloque y dar paso a un gobierno técnico, de gestores que estén al mando tres o cuatro años y preparen el camino para unas nuevas elecciones y poder pasar lo que se nos viene por delante de la mejor manera posible, para que no se arme allí una lucha interna entre los propios armenios. Eso nos llevaría a la debacle absoluta y tanto Azerbaiyán como Turquía conseguirían el objetivo definitivo que tienen, que es acabar con Armenia.
—¿Le hubiera gustado que la UE o EEUU hubieran dado otro tipo de respuesta?
—Es que no la pueden dar. Porque EEUU tiene un lobby muy fuerte con Azerbaiyán, tiene mucho dinero metido allí. Azerbaiyán tiene muchísimo más dinero que Armenia, tiene a Turquía detrás, tiene mucho poder en Europa. En todo: a nivel empresarial, político y de medios de comunicación. Es una pelea perdida. Europa no iba a entrar nunca para echar una mano; EEUU, tampoco. La única baza que teníamos era Rusia, y Rusia ha entrado tarde y de aquella manera. Entonces, es un sueño que la comunidad internacional ayude a Armenia.
—Por cierto, le he escuchado decir que rezaba por Armenia. ¿Es creyente? ¿En qué tipo de Dios cree?
—No soy creyente al uso. No soy cristiano al uso. Tengo mi forma de rezar, de pedir, de orar, de creer en Dios. No creo que Dios sepa escribir. No creo que Dios sepa leer. Creo que Dios está en cada uno de nosotros. No creo que Dios le haya contado a un ser humano en particular cuál es su estrategia, y ese ser humano en particular se la haya transmitido al mundo. No creo en eso. Creo que Dios ya hizo lo que tenía que hacer en su momento, y ahora la responsabilidad es nuestra. Nos toca a nosotros asumir la responsabilidad que tenemos de tener, cada uno de nosotros, a Dios en un cachito dentro de nuestro corazón. Evidentemente, no lo hacemos. Pero, para mí, existe. De hecho, para mí, Dios es la totalidad. Pero no sabe escribir ni leer, ni opina ni crítica ni tiene culpa de lo que pasa. Eso es culpa del ser humano. Y, además, es un cachondo. Seguro.
—Usted nació en Beirut, su padre es armenio y su madre, española. ¿Cómo se formó esta ecuación geográfica tan variopinta?
—Mi madre era una mujer de estas que viajaban en aquella época. Una cosa rara. Y viajaba por el mundo. Quería conocer mundo y se fue a Oriente. Y en el 66 conoció a mi padre. Se enamoraron y ahí se quedó mi mamá. Fue casualidad.
—¿Cuándo se vinieron a España?
—En el 75, cuando estalló la guerra civil en el Líbano. Yo tenía tres años y mi hermano mayor cinco. Aquí acababa de morir Franco, se abría una etapa de transición, una etapa de apertura a Europa y al mundo de España, y era la opción.
—¿Cuál fue su primera vocación?
—Tendría que hacer mucha memoria… Probablemente, cualquier cosa que tuviera que ver con el deporte. Hacía muchísimo deporte: lo mismo me daba jugar al fútbol que al baloncesto. O al tenis. Que yo recuerde, probablemente, mi primera vocación fue la de jugar al baloncesto.
—Para usted, el boxeo fue…
—Mi universidad, mi escuela, mi maestro… Me ha enseñado todo lo que utilizo a día de hoy de una forma inconsciente, porque lo tengo metido dentro ya. Fue mi universidad de la vida, sí.
—En “Cien almas”, poema incluido en Resiliente, escribe: “En las escaleras que suben al cielo hay un desvío al infierno, / y luego otro, y luego otro”. Imagino que usted conoce esas escaleras…
—Sí. Nunca escribo desde el razonamiento. Ese verso, por ejemplo, no lo escribí queriendo escribir eso. De hecho, cualquier poema mío, quitando alguno que sea muy analítico, que tenga un mensaje muy claro… No analizo mis poemas nunca. Siempre que me preguntan “qué quieres decir con esto”, digo que lo que quiero decir está en el poema. En este caso, en particular, está muy claro: en las escaleras que suben al cielo, a la luz, a la plenitud, hay un desvío que baja al infierno, o sea, que tienes opciones, tienes que decidir siempre, y en las escaleras que bajan al infierno hay un desvío que sube al cielo. Cuando caes en la oscuridad, en la negrura, en el dolor, incluso, si no encuentras donde agarrarte, cuando hayas tocado suelo, vas a tener la posibilidad de tirar para arriba. Una de las mejores cosas que he hecho en mi vida ha sido ir al psicólogo. Y, como me dijo mi psicólogo, no hay una línea: son dos. Cuanto más juntas estén, mejor vives. Cuanto más alejadas están, pues las subidas al cielo son la hostia y las bajadas al infierno son catastróficas.
— ¿La comedia fue un desvío al cielo?
—Sí, totalmente. La comedia me sacó de un momento muy complicado en el que no tenía objetivo, no tenía meta, no tenía algo que me apasionara, que me diera la ilusión de seguir. De repente, apareció la comedia y llenó un vacío muy grande que había dejado años atrás el boxeo. Sí, la comedia, aparte de abrirme todo el mundo que vino después, en ese momento fue… En 2008, hice 176 bolos. Quieras que no, la mitad del año estás ocupado (risas). Yo, cuando tengo mucho tiempo libre… (Piensa) Eso era antes: ya no. Lo utilizo para cargar la pila, no me cargo de responsabilidades ni obligaciones. Estoy tranquilo. Pero, en ese momento, necesitaba tener la cabeza ocupada y, si la máquina estaba funcionando, que estuviera funcionando para escribir comedia. De hecho, creo que desde donde mejor se escribe comedia es desde la oscuridad. Sin duda ninguna, vamos. El mejor chiste te viene de la hostia emocional más dura, más sangrienta. Y ahí preparas el chiste.
—Me acuerdo de ese monólogo brutal que arrancaba con un poema sobre los niños negros que morían de hambre, y de las caras que ponía el respetable.
—Era verdad. Tú estás en tu burbujita viviendo de puta madre pero, a dos o tres horas de avión, hay peña que se está muriendo de hambre, o una mujer dando a luz a un niño sabiendo que se va a morir. Cuando todo va bien, es que eres muy bueno y haces todo muy bien, y cuando va mal y te la clavan, ha habido siempre un tipo externo que es el culpable. Eso me hace muchísima gracia.
—Como decíamos en la universidad: “He aprobado el examen”, pero “me ha suspendido el profesor”.
—(Risas) Efectivamente. Ahí se resume. Era un arranque de texto… Así pasaba: el público se quedaba con una cara de “yo no he venido a esto”. “He venido a comer fabada y me estás dando donuts” (risas). Luego venía el giro y veintipico minutos de risa hasta el final, donde no había mucha risa.
—¿Y cómo es la transición del monologuista al actor?
—Inesperada, accidental. Absolutamente casual. Me llaman un día para hacer una serie en televisión, que es Hispania, y descubro, a base de ir trabajando, esta profesión. Y me enamora. Antes, ya había parado la comedia. Veía que el toro que tenía delante era grande. Era coprotagonista, la primera vez que hacía algo así, y no quería estar con mi energía dividida, sino estar con toda la energía en eso. Lo que yo no esperaba era enamorarme de este trabajo. Entonces, me enamoré de este trabajo, luego volví con el monólogo de Un mendigo con zapatos de algodón, y luego ya dejé la comedia porque me cansé. Cuando me canso de algo o pierdo la pasión con algo, lo dejo. Es cuestión de días. Así ha sido siempre y yo creo que así será siempre. No fue planificado nunca. Como tampoco lo fue lo de la comedia o lo de publicar poesía.
—¿Cree que su papel en Antidisturbios, interpretando a Salvador Osorio, supondrá un antes y un después en su carrera cinematográfica?
—Me llegó desde el principio que el personaje estaba funcionando muy bien, que todo el mundo lo ponía muy arriba. Con ese elenco de actores que hay, que es de lo mejor que hay en España… ¿Habrá un antes y un después de Antidisturbios? El después lo dirá el después. Sí, Jesús, dentro de cinco años tú me vuelves a entrevistar, esperemos que sea antes (risas), y he hecho más proyectos de buena calidad y mi carrera ha seguido creciendo, te diré: “Pues era así”. Si por esto no curro más y me como un cagao, pues nos reiremos, nos tomaremos unas cervezas y diremos “pues no ha pasado”. El toro se torea cuando está delante. He trabajado con Sorogoyen, me llevo ese personaje, haber trabajado con ese equipo, y pasará lo que tenga que pasar. Yo voy a seguir trabajando igual. Ahora no me puedo quejar.
—¿Qué ha aprendido con este personaje?
—A nivel interpretativo, Sorogoyen me dio un matiz que me ha servido mucho y que lo voy a llevar conmigo para siempre. He descubierto una cosa: siempre trabajo igual de serio, de apasionado, de profesional, digamos, pero el clic ha venido con Sorogoyen. Entonces, si trabajo igual, con la misma intensidad, intentando hacerlo todo igual de bien, y ha sido en esta en la que se ha producido el clic, será que el agente externo tiene una responsabilidad, ¿no? O sea, el director, el guion, el equipo, los montadores. Hay una parte del trabajo que se me escapa, que no depende de mí, y es toda la demás. La del director, sobre todo.
—Hacía mucho que una serie española no recibía tantos elogios. Sólo le ha dado palos Hermann Tertsch y alguno más de su cuerda.
—Yo he flipao. Creo que no había pasado en España que todo el mundo dijera: “La serie es la hostia. Y punto”. En mayor o menor grado, toda la crítica se ha puesto de acuerdo. Hombre, es que es muy buena. Si ganas un partido 1-0, puede haber algún tipo de duda, pero si ganas 9-0…
—U 8-2.
—(Risas) Pues esto es un 8-2. Es un serión. Con una complejidad… Sorogoyen no se pone ante un toro fácil nunca. Elige temas delicados, complicados de gestionar. Para mí, se merece todo. Es un genio absoluto. Sobre las críticas: yo entré en TV3 con un portavoz de la Jupol, y habló el chaval perfectamente. Dijo el chico: “No tenemos nada en contra de la serie. Estamos muy enfadados porque no han contado con nosotros para asesorar. Nos hubiera gustado formar parte del equipo que ha asesorado a la serie”. Y lo repitió: “No tenemos nada en contra de la serie”. Si me preguntas a mí si estábamos bien asesorados, te digo que sí. Ahora, si tú estás mosqueado porque tu visión no está en el asesoramiento, te lo compro.
—Cambiemos de tercio: ¿sigue escribiendo?
—No mucho. Últimamente, al escribir, me sale mucha mierda, mucho dolor y, en vez de ayudarme, me echa para atrás. Aun con todo lo que está pasando, yo estoy muy tranquilo, muy centrado, y si veo que lo que escribo es venenoso, paro. Ya escribiré. Yo he escrito siempre porque me ayuda; si no me ayuda, no tengo ningún problema en no escribir. Yo no quiero estar mal, ¿sabes?
—¿Qué ha encontrado en la literatura, ya sea leyendo, ya sea escribiendo?
—No he sido nunca un gran lector. De repente, tengo rachas, me intereso por un tema y me leo tres o cuatro libros, y luego estoy seis meses sin leer. La poesía me aburre bastante. Quitando a Bukowski, que me parece un animal. Cuando leo cualquier poema suyo, digo: “Aquí hay un tío escribiendo de verdad, desnudo”. Cuando publiqué el primer libro, el editor me dijo: “Tienes que leer poesía. Un poeta que no lee poesía, no puede ser…”. Me mandó una caja de libros y no me terminé ninguno. Me suele aburrir la poesía, sí. Y escribir me ayudó mucho. Nunca pensaba en publicar. Probablemente, publicaré más adelante, pero ahora no.
—Vamos terminando. Su poema “Pipas”, también incluido en Resiliente, incluye este verso: “Quiero volver a creer en el hombre”. ¿Cuándo dejó de creer en el hombre?
—No lo sé, fue progresivo. Cuando te dicen “eres muy negativo, tío, con lo bien que te va”, pues precisamente: ¿por qué me va a mí bien y a gente que curra tanto o más que yo, que tiene un talento brutal, y no hablo de la interpretación, del boxeo o de escribir, sino de la vida, y no le sale, tío? Hay mucha gente así en el Primer Mundo; en el Tercero, no te digo: según naces, estás jodido: no vas a tener un hospital, una biblioteca, no vas a saber lo que es pedir una pizza a domicilio. Hay millones de personas en el mundo que no van a saber lo que es regalarle un cochecito a su hermano pequeño por su cumpleaños.
—Y, ¿cómo podría recuperar esa fe en el ser humano?
—Bueno, cuando juego con mi sobrina la recupero. Y me dice: “Tío, le he dicho a mis amigos que no pinten todos los días, sino una sola vez a la semana. Porque el papel viene de los árboles. Entonces, necesitamos mucho papel y los árboles se mueren”. “¿Y te hacen caso, mi amor?”. “No, pintan todos los días” (risas). Ahí digo: “No está todo perdido”. Estoy en activo, trabajando, aportando mi opinión, y a veces estoy feliz y a veces no. No tengo que dar explicaciones a nadie sobre mi vida: es la que es, guste o no guste. Pero estoy en marcha. No me he quedado sobado ni amodorrado. Sigo usando la cabeza. Pero sí, perdí la esperanza en el ser humano hace muchísimo tiempo.
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