El poeta, cervantista y recientemente dramaturgo (Cervantes y el juego de la oca, estrenada en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares, 2020) nos regala un nuevo poemario editado por la selecta colección Rayo Azul, de Huerga y Fierro editores: Aquí y ahora, un crudo retrato de la pérdida ante la muerte del padre.
«Deshacerse»: el primer verbo que recibe al lector del poemario, en la búsqueda de una voluntariedad poética. Como un hachazo, la disipación sugerida, la materia que se desvanece, sirve de antesala para el abatimiento que ronda buena parte de los poemas con los que se encontrará el lector en su viaje.
José Manuel Lucía es un poeta de reconocido talento para la imagen evocada, un gran coleccionista de sensaciones que se acumulan, en suma, en su Poesía reunida (El único silencio, editorial Sial) pero que abre en este nuevo libro una nunca antes esbozada brecha en su conocimiento de las relaciones humanas. Y es que el poeta se balancea entre la nostalgia de un hombre convertido en talismán —la figura imperecedera del padre— y la recreación de su yo más íntimo, frente al espejo, en un bello diálogo intergeneracional y atemporal:
Ya pasaron nuestros primeros cincuenta años.
Ya he sido capaz de compartir tu edad,
de cumplir los mismos años de tu muerte.
Ya comenzaron los próximos cincuenta años,
esos que tú jamás has cumplido ni cumplirás,
esos que yo me dispongo a empezar a vivir
por encima del reflejo matemático de tu muerte.
He aquí la premisa, el eje sustancial del poemario: el poeta celebra el presente de sus 50 años, la edad de su padre al fallecer, cuando él solo contaba con 14 años («Ahora / que podría tener tus años, / los años que un día abandonaste»).
El verso nace ante la marcha, en la coincidencia amarga, en la posibilidad de un imposible, como es la evocación de una figura ausente. Ausente, dicho sea de paso, en el total de la poesía del autor, esperando quizá la posibilidad de este poemario. Por eso el poeta se pregunta si es suficiente con recordar en el verso, si la palabra sirve para recrear un futuro que no existió, una presencia intangible.
El padre asoma en una constante latencia, en un estar sin ser, en donde el poeta se aferra para intentar contarse por dentro. Y en ese sentir recrea un pasado juntos, el horizonte de una infancia prolongada en todos esos paisajes que no se pueden recordar porque nunca existieron, porque nunca pudieron existir; los viajes no conocidos, las fotografías no realizadas, las conversaciones nunca compartidas, los abrazos ausentes. Todo ello al aliño de lo natural: del entorno natural y su silencio roto por el canto sublime del pájaro, por el vientecillo susurrante que se despliega sobre los árboles, por los ruidos de la cuadra. Y en ese sinsabor, emerge la silueta en su partida, recortada en la marcha («aunque solo recuerde tu espalda, tu espalda siempre lejos») y acaba por concluir, quizá en un crudelísmo realismo que «No importa. / Así es la vida».
Los poemas de tirada larga ajustan la belleza de esa irreal confluencia de las líneas temporales, la de una vida parada en una fecha, en un tiempo y una edad, una vida que es ya muerte, la de su padre, una vida apagada y únicamente presente ante el recuerdo y esa otra vida activa, la del poeta, la del hijo.
Pero la poesía de Lucía Megías enfrenta esa pérdida al ahora soleado, vital, como sublime pretexto para reflexionar sobre el presente de la vida a mitad del camino. Porque la pérdida, las ausencias, no cesan: «¡Qué rápido te fuiste! / ¡Qué rápido te sigues yendo!», canta el poeta mientras recuerda el hálito de la muerte, la noche de la noticia, la del golpe, la del «se me ha ido como del rayo» y afirma el dolor del momento como una constante: el dolor como grito ante la vida, como conciencia de seguir viviendo. Un seguir viviendo lleno de lagunas, de parches y silencios. El silencio, quizá la mayor constante simbólica del poeta, no se materializa aquí en la pulsión de los deseos sino en la presencia de la muerte, una muerte sentida como propia, entreverada en poemas cargados de cotidianeidad.
El verso que da título al poemario y, que por su tonalidad evoca precisamente al optimismo futuro («ahora sí que sonreirías si pudieras verme. Aquí y ahora»), no deja de ser una declaración de principios ante la vida, una vida de la que un padre se sentiría orgulloso, una vida ajustada, una vida entendida como un pacto necesario para con el pasado, el ineludible balance de viejas pérdidas para poder seguir avanzando; porque cada página que se pasa como lector corresponde a un avance del poeta hacia la asunción, hacia su propio pasar página. En suma, la necesaria llegada de la evocación que antecede a la despedida.
Este último poemario de José Manuel Lucía se presenta como ajuste de cuentas con uno mismo, como necesidad vital de contar, de llorar, para seguir viviendo: «Vivir. Hoy. Para siempre. /Comenzar a vivir hoy y no dejar ya nunca más de hacerlo».
Aquí y ahora se puede leer como el largo poema del recuerdo ante lo perdido, un gran canto a la nostalgia paterna en sus reflejos. Sí, Aquí y ahora es un poemario vestido de luto, pero rebosante de vida, es un canto manriqueño, y frente a la sensualidad de su antecedente, Versos que un día escribí desnudo (ed. Bala Perdida), Aquí y ahora ofrece una mirada reposada, reflexiva, donde ese pulso pasional transmuta en vital. «No somos más que nuestros escasos recuerdos. / No somos más que nuestra capacidad de inventarlos», afirma Lucía Megías, recordándonos esa gran trampa humana que nos ofrece la vida ante el dolor y, también, ante la felicidad: la memoria.
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Autor: José Manuel Lucía Megías. Título: Aquí y ahora. Editorial: Huerga y Fierro. Venta: Todostuslibros y Amazon
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