Desde las antiguas leyendas de Mesopotamia hasta hoy, abundan los mitos de creación, los relatos sobre el origen, también de empresas culturales. El relato ortodoxo es, en este caso, el que propuso el mismo Neruda en sus memorias (Confieso que he vivido, 168):
[Altolaguirre] llegó un día por mi casa y me contó que iba a publicar una hermosa revista de poesía, con la representación de lo más alto y lo mejor de España.
—Hay una sola persona que puede dirigirla […] y esa persona eres tú.
La oferta es plausible, ya que Neruda pasaba de triunfo en triunfo desde que llegara a Madrid como sucesor diplomático de Gabriela Mistral. Sin embargo, esta versión de la historia es más problemática de lo que a primera vista parece. No se comprende inmediatamente el significado que los términos “publicar” y “dirigir” tienen en este contexto. “Publicar” no es ciertamente solo “imprimir”. El término sugiere más participación en las decisiones acerca del contenido que el mero acto, meritorio en sí mismo, de hacer una clara y limpia impresión, como es el caso en esta revista. Esas decisiones concretas, sin embargo, competen en primer lugar al director, después de haber convenido con la editorial, o con el mecenas de turno, el marco general dentro del cual se moverá una publicación. Ahora bien, el rol de “director” puede ser cumplido de muy diferentes maneras. En suma, los papeles del director de una revista podrían ser todos estos, o algunos de ellos: a) Idea, fundación, orientación editorial (salvo que se sume con posterioridad al proyecto); b) Financiación y administración; c) Redacción, diseño e impresión; d) Distribución y difusión; e) Empresas editoriales complementarias (libros, por ejemplo); f) Contribuciones propias a la publicación.
Aunque en los títulos solo se los menciona como “impresores”, Concha Méndez y Manuel Altolaguirre también se ocuparon del diseño. Parece que ambos costearon igualmente la edición. No queda claro quién se hizo cargo en concreto de la distribución, aunque la leyenda relata que Altolaguirre la distribuía con el coche-cuna de su hija Paloma. Se ignora, en cambio, qué actividades asumió Neruda en detalle. ¿Fue él quien reclutó a los autores, quién se encargó de seleccionar las obras a publicar, de hacerle promoción al proyecto? Normalmente, estas cuestiones pueden ser dilucidadas en base a correspondencias, a diarios, a memorias, pero en este caso llama la atención la escasez de material relacionado con la gestación y sobre todo con los entretelones de la revista, de modo que muchas preguntas quedarán sin respuesta.
También es poco lo que puede inferirse de sueltos hemerográficos. Sorprende comprobar, por ejemplo, que en los números aparecidos no figuran dos rúbricas anunciadas en la prensa (Heraldo de Madrid, 26-IX-1935, 7): “traerá un suplemento de polémica que, bajo el título de ‘Caballo verde para lo temporal’, revisará toda la producción artística de España y la más importante del mundo moderno. / Después, Caballo verde dedicará un número a la pintura.” Ignoro qué llevó al cambio de planes.
En la revista misma se anuncia en la nota que cierra el número 3 la aparición de un número doble (5-6) dedicado al poeta uruguayo Julio Herrera y Reissig, y se solicita colaboración, sobre todo de sus connacionales. El número finalmente no apareció, aunque, según testimonio tardío de Neruda, estaba ya impreso: “Sólo faltaba coser los pliegos y agregar las tapas”. El presunto contenido, que habría tenido colaboraciones de Ramón, Aleixandre, García Lorca y Miguel Hernández, puede ser reconstruido parcialmente en base a los recuerdos de Neruda que Morelli recoge en página XV.
Llama igualmente la atención otro aspecto no comentado por Neruda: la revista debía contener “lo más alto y lo mejor de España”, pero ya desde el primer número colaboran en ella autores extranjeros. Hay más interrogantes, como el del enigmático título, de difícil elucidación, que ya fuera motivo de entredicho entre Neruda y Alberti, quien hubiera preferido un caballo rojo. Pero lo que quizás sea más interesante es recordar que Neruda venía planeando una revista a llamarse Caballo verde (sin para la poesía) desde 1932 aproximadamente, con contenidos muy diferentes. Hay huellas de ese temprano plan en su correspondencia con Héctor Eandi; en carta del 28 de abril de 1933 le escribe:
Con un español joven —José María Souvirón— vamos a sacar una pequeña revista que se llamará Caballo verde. Ojalá me mande usted colaboración y si tiene ocasión de pedirle a Borges, Xul Solar, Vallejo, etc. le ruego lo haga, y me remita a mí lo que obtenga.
Obviamente, Neruda no había aún planeado congregar la poesía política e impura en su revista, siquiera nominalmente, ya que los argentinos mencionados no representaban esa ala de la literatura. Borges es suficientemente conocido; Xul Solar, también, como artista —aunque por esas fechas acostumbraba publicar algún que otro texto—; el menos conocido es Antonio Vallejo, un escritor insignificante del “martinfierrismo” que abandonó pronto la literatura para asumir el sacerdocio.
Es difícil interesarse por la literatura española del siglo XX, sobre todo por la de la primera mitad del siglo, sin toparse con algún libro del hispanista italiano Gabriele Morelli, editor de este volumen. Escribió innumerables artículos y una larga ristra de volúmenes —uno de los últimos, una biografía de Neruda aparecida en Italia en 2019— que lo acreditan no solo como uno de los más laboriosos, sino también como uno de los más movedizos estudiosos de la literatura en castellano: aunque ya mayor, no teme viajar a algún país en el que conjetura poder hallar materiales inéditos o poco conocidos, o para dar una conferencia.
En este volumen, Morelli está en su elemento: varios de sus autores y personajes preferidos tienen relación con el proyecto revisteril de Neruda, desde el mismo director hasta los impresores y muchos de los colaboradores. Morelli conoce bien la vida y la obra de todos los involucrados en la realización de la revista: ha escrito sobre casi todos los 17 autores españoles que hicieron sus aportes. Figuran, además, siete hispanoamericanos —sobre los que atinadamente escribió Trinidad Barrera—, dos franceses y un alemán.
Dos de los cuatro autores argentinos fueron Raúl González Tuñón y Ricardo E. Molinari. Unos diez años antes de la aparición de Caballo Verde, Neruda tuvo, siquiera por un tiempo, y si bien apenas publicó un breve poema en el periódico, lazos con algunos miembros del movimiento porteño de avanzada llamado “martinfierrismo”, agrupado en torno a Martín Fierro (1924-1927), órgano fundado y dirigido por Evar Méndez, con la ocasional ayuda de Oliverio Girondo y otros. Uno de los miembros más prominentes del grupo fue Ricardo Güiraldes, el autor de Don Segundo Sombra; Neruda se casaría más tarde con la cuñada de Güiraldes, Delia del Carril. De ese grupo proceden, precisamente, los dos poetas cuyas creaciones adopta Neruda en la revista. Neruda los conoció personalmente, a más tardar, en Madrid, si bien colijo que hubo trato previo con ellos —su primera visita a la capital argentina fue en 1927; estuvo allí brevemente en 1932 y luego entre agosto de 1933 y comienzos de 1934, como cónsul de Chile, época en la que García Lorca visitó la ciudad—.
En cierto sentido, González Tuñón y Molinari representan el conflicto en el que se hallaba inmersa la poesía de los últimos años —no solo en España—, conflicto reactivado con la declaración de principios formulada por Neruda en Sobre una poesía sin pureza, que reclamaba para la poesía todos los ámbitos de la vida. En esa dicotomía, menos insalvable de lo que algunos supusieron en la contienda, Tuñón representaría lo impuro y Molinari lo puro. Mientras el primero se sumerge en conflictos políticos y se posiciona claramente por una República izquierdista y dedica numerosos versos a la insurrección asturiana de 1934, Molinari es un espíritu más mesurado, con ínfulas clasicistas, que lo emparentan íntimamente con los poetas más sutiles del 27 —no, por ejemplo, con Alberti—. En el caso de Caballo, colabora con un poema insuflado de ennui y mágoas, de su etapa brasileña.
La incomprensión que sufrieron los postulados de Neruda puede apreciarse en una reseña de la época, pergeñada por Antonio Suárez y aparecida en Letras. Revista sevillana, cultural y política 2, Sevilla, 15-XI-1935, 43:
Caballo Verde para la poesía. Dirige esta publicación madrileña don Pablo Neruda y colaboran don Vicente Aleixandre, Robert Desnos y García Lorca, etc. Su primer número ha decepcionado completamente en todos los círculos literarios y entre el público aficionado a las tonalidades poéticas. Puede ser que la exposición sea nueva en nuestro siglo y los intelectuales superiores en un todo a los de actualidad, porque nosotros no entendemos en puro español lo que estos señores presentan. Vean nuestros lectores un párrafo [del texto introductorio de Neruda]: “Es muy conveniente en ciertas horas del día o de la noche observar profundamente los objetos en descanso: las ruedas que han recorrido largas, polvorientas distancias, soportando grandes cargas vegetales o minerales; los sacos de las carbonerías, los barriles, las cestas, los mangos y las asas de los instrumentos del carpintero”. Nuestros lectores preguntarán para qué es conveniente todo esto y nosotros afirmamos, según dicha revista, que para inspirarse. Esta ignorada fuente de inspiración aparece en pleno siglo XX como numen desconocido para los pensadores. Excusamos decir más…
Ya no vale la pena comentar esas palabras. Un conocido y mejor contrincante de la actitud poética de Neruda fue Juan Ramón. Empero, una colección completa de la revista se conserva en la Sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez de la Biblioteca José M. Lázaro de la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras, indicio de que fue leída por el de Moguer, aunque no la menciona en su correspondencia. Sí lo hizo, elogiando a Miguel Hernández, en su charla del 14 de octubre de 1935 con Juan Guerrero Ruiz: la misma en la que critica la producción de Neruda y Residencia en la tierra en particular. (Sobre ambos escribió Ricardo Gullón “Relaciones Pablo Neruda-Juan Ramón Jiménez”: Hispanic Review 39, 1971).
En su introducción, Morelli pasea confiado por terreno conocido. Un pequeño error comete, sin embargo, al resumir la actitud crítica de Guillermo de Torre hacia Ortega: no es cierto que Torre reprochara al pensador haber abandonado España —él mismo lo hizo, impelido por los peligros surgidos por el levantamiento fascista—. Por el contrario, lo que Torre reprocha merecidamente a Ortega en su Carta sobre una deserción (1942) a quien había sido la esperanza intelectual de la juventud, fue que regresara a Europa, que se radicara en Portugal, cerca de la España franquista, abandonando América, donde Torre veía representada la mejor España de la época. La actitud de Torre, antiguo y fiel seguidor de Ortega, es ejemplar y honesta, ya que publicada en una carta abierta. No cuesta imaginar la decepción personal y la conmoción intelectual padecida por Torre y otros miembros de su generación ante la “traición” cometida por Ortega —traición a lo que otros veían en él; no necesariamente a su propio pensamiento, cuya evolución tiene su lógica interna—.
La reedición aquí comentada no deja nada que desear: límpida impresión sobre buen papel, mejora incluso el original, ya que corrige algunas erratas que tuvo aquel. Otro de los aciertos de esta edición es que se recojan en ella la carta de Pablo Neruda al editor alemán Detlev Auvermann —del 15 de mayo de 1973— y el comentario introductorio de Jan Lechner a la primera reedición facsimilar de la revista: Verlag Detlev Auvermann / Klaus Reprint / Ediciones Turner, KG Glashütten im Taunus / Nendeln, Liechtenstein / Madrid, 1974; fue hecha en base al ejemplar de Camilo José Cela.
El profesor Lechner ofrece un texto rebosante de tacto y buen sentido, pero no hace un estudio meduloso. Cuatro trabajos llegados a mi conocimiento contribuyen a valorar correctamente el contenido y el alcance de Caballo Verde, lo que me exime de intentarlo aquí: por un lado, claro está, el de Morelli que acompaña esta modélica reedición facsimilar; por otro, el de Manuel J. Ramos Ortega, en el primer volumen de la monumental serie por él dirigida bajo el título: Revistas literarias españolas del Siglo XX (1919-1975) y, con mucho el artículo más detallado, el de José Javier López de Abiada aparecido en 1986 en el número 430 de Cuadernos Hispanoamericanos, cuya lectura recomiendo. Pero hay aún un interesante y poco conocido estudio: los capítulos V y VI de la disertación de Rebecca Jowers López-Guerra: Neruda en España, Caballo verde para la poesía. Michigan State University, 1981. Se titulan “Una revista polémica. Caballo verde para la poesía” y “Caballo verde. Contenido y significado de la revista. Conclusiones” respectivamente (169-302). En sendos apéndices se incluyen bio-bibliografías de todos los colaboradores y el índice de los cuatro números (323-407). La autora presta también atención a las ilustraciones, y demuestra, por ejemplo, que el caballo de la portada, aunque carece de firma, es obra de José Moreno Villa, fino y perspicaz autor y artista.
Parafraseando a Miguel Pérez Ferrero (“Arte polémico en la poesía”, en Memorándum de golpes de lanza, 2019, 389), uno de los valedores de Neruda en Madrid, puede decirse que, gracias a la editorial Ulises, el caballo sigue galopando con buenos poemas.
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Director: Pablo Neruda. Título: Caballo verde para la poesía. Edición: Gabriele Morelli. Editorial: Ediciones Ulises; cuatro números, aparecidos en Madrid entre octubre de 1935 y enero de 1936. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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