Hay una anécdota curiosa sobre la relación entre Pardo Bazán y Galdós que ilustra bien lo que supuso ese amorío del que ahora tanto se habla. Pocos meses antes, el compromiso entre ambos se había roto, pues Emilia se dejó llevar por los encantos de Lázaro Galdiano, un escritor y editor veinte años más joven que ella y que el propio Galdós, en una tórrida noche de ardor literario. Al enterarse el canario, no pudo evitar alejarse de la escritora: se enfrió un amor que había vivido precisamente de las altas temperaturas. Sin embargo, meses después, una mañana de verano en Madrid, sus mentes pensaban en otra cosa. Se ejecutaba a Higinia Balaguer con garrote vil como culpable del crimen de la calle Fuencarral. Galdós escribió la crónica del suceso, y entre los hombres ilustres que colocó como asistentes a la cárcel Modelo sobresalía un nombre: Emilia Pardo Bazán. Ella, que se había sentido ignorada por él tras el affair con Galdiano, decidió retomar la correspondencia tras ese acercamiento público. Las cartas de reconciliación se conservan, y son casi más elogiosas que las que glosan la parte más ardiente de su relación.
Renglones atrás se dice que el vínculo vivió de las altas temperaturas, y es cierto. Pero no sólo de la fogosidad carnal, como parece desprenderse de las noticias que sobrevuelan estos días los papeles patrios. El amor entre doña Emilia y don Benito era, en esencia, intelectual. Se amaban porque veían en el contrario un espejo donde reflejar sus propias inquietudes culturales. Esta admiración es quizá lo más interesante de todos los temas que subyacen de esta correspondencia, por mucho que sólo aparezcan los pechos de Emilia por aquí y por allá. Comienzan tratándose como ilustres conocedores del mundo erudito de la época, admirando las lecturas de Balzac o de Turgueniev, y es ahí, en esa pasión literaria, donde surgen el resto de pasiones. Ambos están en la cresta de la ola, una ha publicado sus Pazos de Ulloa, el otro su Fortunata y Jacinta. Se pregunta por el éxito, por la creación artística. Es en ese momento cuando los encabezados pasan de «maestro» o «compañero», al célebre «miquiño mío».
No dudo de que, dado el mundo en el que vivimos, lo que pueda trascender sean los encuentros furtivos junto a la iglesia de las Maravillas, las alusiones a los atributos libidinosos, la temperatura de ciertos adjetivos, los ya comentados encabezados cada día más íntimos. Pero la realidad es que esta relación es extraordinaria por lo que tiene de desafío intelectual. Es más, de entre los muchos escarceos que uno y otro confesaron tener, sólo el que la gallega mantuvo con don Lázaro fue capaz de suponer la ruptura de una pasión hasta entonces irrefrenable. ¿Por qué? Fácil: Galdiano se colocaba en el mismo plano intelectual que Galdós, y eso al canario le hería mucho más que la pasión de la carne. Espero ansioso la publicación de las cartas de don Benito, pero más por lo que pueda tener de complemento para las ya de por sí doctas cartas de Emilia que por los referidísimos senos. Ojalá el coleccionista se atreva. Ojalá.
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