Si uno tiene la fortuna de encontrarse en el cabo Formentor de Mallorca, al pie de la Serra de Tramuntana, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, y en medio de un parque natural de bosque mediterráneo de unas 1.200 hectáreas, no hace falta cerrar los ojos para dejar que el pasado invada el presente, sino todo lo contrario: hay que abarcar con la mirada la sencilla y elegante arquitectura del hotel homónimo edificado en 1929 por el argentino Adan Diehl, que viajó a Mallorca porque lo impresionó e intrigó un cuadro, Formentor después de la tormenta; hay que contemplar el mar y la playa de la Bahía de Pollença, que se extienden a los pies del hotel; o hay que admirar el portentoso jardín forjado con evidente cariño y plantas del mundo entero, todas sembradas en un terreno yermo, obra maestra de Cristòfol (o Tòfol) y del padre de éste a lo largo de unos 70 años, uno de los más hermosos jardines de las Islas Baleares, como nos desveló Félix de Azúa (en su columna de El País «Prix Formentor», 21-9-2020).
Aquí, por las veredas que diseñó Felipe Bellini en los años 30, y en un conjunto arquitectónico en el que, quizás por fortuna, no intervino Le Corbusier como estaba previsto (su estilo hubiera resultado demasiado austero para este locus amoenus), acompañan al visitante en el paseo los fantasmas de las figuras más ilustres del siglo XX (y XXI) asociados con este lugar, entre ellas políticos insignes ––Winston Churchill o Helmut Schmidt––, estrellas de cine ––Charlie Chaplin, Audrey Hepburn, Grace Kelly, Gary Cooper, John Wayne, Peter Ustinov o Maggie Smith (los dos últimos, protagonistas de la película Muerte bajo el sol, que se rodó aquí)–– o el modisto de la Belle Époque Jean Patou (cuya visita aquí le estimularía a crear su pantalón Formentor, luego conocido también como palazzo, que lucirían Coco Chanel o Marlene Dietrich), pero asimismo especialmente escritores y poetas: Max Aub, Samuel Beckett, Jorge Luis Borges, Italo Calvino, Miguel Delibes, Annie Ernaux, Gabriel Ferrater, Juan García Hortelano, Carmen Martín Gaite, Javier Marías, Henry Miller, Iris Murdoch, Octavio Paz, Jaime Salinas o Nathalie Sarraute, entre muchísimos otros.
Porque, según la conocida leyenda, en el año 1959 se crearon aquí las «Conversaciones poéticas de Formentor» (ideadas por el hijo del propietario Joan Buadas, que había comprado el hotel en 1953, Tomeu, y Camilo José Cela), alentadas sin duda por el lugar y el diálogo buscado por la «Semana de la Sabiduría» que Francesc Cambó organizó aquí en 1931 con notables invitados (Ortega y Gasset y Pérez de Ayala no pudieron asistir por la proclamación de la Segunda República por aquellas fechas, pero sí acudieron Josep Pla, Ramón Gómez de la Serna y el conde Hermann von Keyserling, entre otros). Y estas Conversaciones derivaron también en la creación del Premio Formentor a partir de 1961, por parte de un grupo de destacados editores europeos, liderados por Carlos Barral, Claude Gallimard y Giulio Einaudi (cuyo círculo incluiría también Rowohlt o Weidenfeld & Nicolson, entre otros sellos prestigiosos). Este grupo «imaginó algo parecido a una conspiración cultural (para) implicar a la comunidad cultural en la admiración de las bellas letras, recordar el valor supremo del lenguaje y reconocer el poder cultural de la ficción literaria» a través del Premio Formentor, como explica Basilio Baltasar, presidente actual del premio y elegante y hábil director de las «Conversaciones literarias» a través de la Fundación Formentor, todavía sostenidos por el mecenazgo de los propietarios del legendario hotel, las familias Buadas y Barceló.
Tanto el premio ––sin duda alguna el más cosmopolita de todos los premios literarios españoles–– como las Conversaciones siguen gozando de una robusta salud, algo que se demostró ejemplarmente este año, cuando no sólo no se suspendieron las deliberaciones del jurado sino que se celebró la cita anual, en palabras de Baltasar, en un claro acto de «resistencia y afirmación cultural» que abogó por mantener «vivo el fuego de la cultura» en medio de la pandemia, en lo que fue el último año del hotel en su actual encarnación, ya que se verá sometido a una remodelación que todos esperamos pueda de alguna manera conservar las huellas del pasado y sus maravillosos y paradisíacos jardines, sin los cuales ––huellas y jardines–– el lugar, el premio y los encuentros no hubieran sido lo que han sido hasta ahora ni seguirán siendo lo que fueron.
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