Todos tenemos un capítulo destacado de nuestras series favoritas. «Ozymandias» es para la gran mayoría el momento cumbre de la monumental Breaking Bad, quizás uno de los mejores episodios de toda la historia de la televisión, y no estoy exagerando. «Pine Barrens», la surrealista y divertida historia en la nieve protagonizada por Christopher y Paulie, podría haber sido una gran película —¿de los hermanos Cohen?—, una joya destacada dentro de esa enorme colección de tesoros que nos regaló Los Soprano. Cómo no acordarme de «¿Quién anda ahí?», de esa oda al arte cinematográfico que es el sublime plano secuencia de Cary Fukunaga enTrue Detective. Y no solo capítulos, también hay escenas que se quedan grabadas en nuestra mente. Como esa de Mad Men, recuperada por Carlos Zúmer en su evocador artículo «La linterna mágica», la de Kodak, toda una «bomba de nostalgia familiar» como la define el guionista de La Cultureta. Esta es una de mis favoritas, sin duda alguna, aunque si he de quedarme con una secuencia de la ficción de Don Draper, lo haré con la de los chocolates Hershey’s. Una lección de marketing, de literatura y de vida en apenas unos minutos. Yo creo haber encontrado el mejor capítulo de una de las mejores series de la última década, The Crown. La tarea era complicada, pero «Fagan» es un artefacto cinematográfico brillante; puro séptimo arte.
Michael Fagan fue el intruso del siglo. Su historia es confusa e imprecisa. Hasta en dos ocasiones se coló dentro de Buckingham Palace, burlando todos los controles de seguridad. Durante 10 minutos, este irlandés estuvo a solas con la reina de Inglaterra. The Crown nos da una versión de su encuentro, pero no está claro que fuera eso lo que ocurrió realmente. Durante las sucesivas entrevistas que Fagan dio a diversos medios fue cambiado su versión: un intento de suicidio con un cenicero de cristal, la huida de la monarca en pijama, un trago de whisky con un sirviente de palacio, habló con ella, estuvo callado todo el rato hasta que vinieron a por él… Lo más curioso del caso es que no entró en la cárcel por su allanamiento de morada, ya que este delito no fue tipificado hasta años después, en el 2007, en Inglaterra. Peter Morgan incide en la versión más humana de Isabel II, la que ya mostró en el episodio «Aberfan», de la tercera temporada, y vuelve a aparecer en «Tierra hereditaria» —en la cuarta— cuando Ladi Di busca el afecto de Isabel y esta es incapaz de corresponderle con un abrazo, porque no le han educado para demostrarlo.
Fagan es un hombre con problemas, con muchos problemas: parado de larga duración, separado, no puede ver a sus hijos, a golpes con el nuevo novio de su ex, abusa del alcohol… Un estereotipo de la clase baja durante el Thatcherismo. «Ella está destruyendo el país», dice de la primera ministra británica. Un personaje que parece sacado de una película de Ken Loach, que masca todo el tiempo las populares estrofas de la canción de Morrissey «Margaret on the Guillotine». Michael Fagan entra en Buckingham Palace convertido en una especie de fantasma —¿pasado, presente, futuro?— del Cuento de Navidad de Dickens, dispuesto a contarle a la reina lo que está pasando en su país con la clase trabajadora.
The kind people
Have a wonderful dream
Margaret on the guillotine
Cause people like you
Make me feel so tired
When will you die?
When will you die?
Si hablamos de The Crown yo tengo serios problemas para destacar solo un episodio como el mejor. Creo que cada uno de los que conforman su espléndida tercera temporada podría optar al pódium. Y sería interminable la lista si nos ponemos a recordar sus escenas más memorables, como ese no-abrazo a Diana, el entierro de Churchill o el discurso de Carlos en Gales. «Fagan» podría haber sido una película, una obra maestra, por la estupenda historia de ese patético —y a la vez lúcido— intruso real; por la gran interpretación que hace el actor Tom Brooke del personaje; por su temática —qué forma más precisa y quirúrgica de describir esa década de desengaño proletario en el Reino Unido—; por el gran acierto de Morgan de ponernos en los zapatos del decorador en paro, de hacernos ver el incidente —y por ende a la sociedad británica de esos días— desde su perspectiva; por sus hilarantes diálogos con la funcionaria en la oficina del paro… Me sobran los motivos para elegirlo.
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