Si hay un año que todos quisiéramos borrar de nuestras vidas, ese es el que acabamos de terminar. Ha sido un mal sueño, una película de ciencia ficción abrumadora y angustiosa, una catarata de emociones negativas. Charlie Brooker, el creador de la gran franquicia distópica Black Mirror, ha decidido hacer balance del 2020 en forma de falso documental. Netflix ha estrenado Death to 2020, traducido en España como A la mierda el 2020, por la cual pasan actores muy conocidos por todos: Hugh Grant (Cuatro bodas y un funeral) en el papel de un peculiar historiador —un cruce entre Juan Carlos Monedero y Pío Moa—; Lisa Kudrow (Friends) como falsa portavoz de los republicanos; y Samuel L. Jackson (Pulp Fiction) haciendo de periodista implacable. Por encima de todos ellos, queda la voz del narrador omnisciente: Laurence Fishburne jugando a ser una especie de Mago de Oz. La historia del hombre bisonte y los seguidores de QAnon —cuántas pastillas rojas se siguen sembrando por Internet— entrando en el Capitolio habría sido un gran epílogo para esta catarsis. Esperemos que este intento de golpe de estado, friki y kafkiano, sea un estertor del año pandémico y no resulte el prólogo de un nuevo tormento.
Death to 2020 tiene buenos momentos, unas cuantas carcajadas en su guion y bastantes medias sonrisas, pero no consigue su propósito —ambicioso— de relatar cómo fue «el año que vivimos angustiosamente». Solo el personaje de la ciudadana anónima, interpretado por la estupenda Diane Morgan (Motherland, Afterlife), consigue acercarnos a lo que sentimos la mayoría de las personas durante ese 2020, en el que tuvimos que encerrarnos en casa, obligados por nuestros gobiernos, para evitar caer enfermos, para no contagiar a nuestros vecinos. Un año en el que vimos cómo nuestros trabajos se esfumaban, o podían hacerlo, cómo la economía local se hundía y la global amenazaba con saltar por los aires, pero que, sobre todo, nos hizo mirarnos en el espejo de nuestras propias miserias, nos mostró nuestra peor cara, la que tanto nos esforzamos en mostrar, durante el confinamiento, al resto del mundo a través de las redes sociales.
Me imagino que cuando Annabel Jones y Charlie Brooker discutieron la orientación del documental y se decantaron por el humor y la parodia: valoraron los problemas que esto les podía suponer. Y tanto lo debieron sopesar que eligieron reírse de unas cosas —la pandemia, con sus enfermos, sus muertos y sus terribles consecuencias— y no hacerlo de otras —el enfrentamiento racial por la muerte de George Floyd a manos de la policía—. Ambas son cuestiones que nos han conmovido, que nos han sacudido en los últimos doce meses. Lo que no se entiende es que Brooker y Jones sean ácidos con el coronavirus y tan laxos con el movimiento Black Lives Matter; ni una sola broma que contar, ni una sola arista que mostrar. Resulta también curioso que solo la cómica Leslie Jones y Samuel L. Jackson desplieguen un cinismo que les hace quedar por encima del bien y mal, y del resto de sus compañeros de reparto que quedan relegados a la parodia. Cierto es que Boris Johnson y Donald Trump —el emperador de la posverdad— se lo ponen muy fácil, y se merecen ser objetos de todas las burlas posibles, pero es injusto el enfoque que les hace pasar por ser los responsables exclusivos de la polarización y los únicos gobernantes que gestionaron mal la pandemia. El documental A la mierda el 2020, aunque fallido, es necesario, y, sobre todo, entretenido, pese al insoportable Joe Keery (Stranger Things) y la incomprensible, una vez más para el público de fuera de EEUU, Tracey Ullman, nefasta como Isabel II. Por contra, Cristin Milioti está brillante como ama de casa «trumpista», racista y negacionista, una mujer que perfectamente podría haber estado en Washington el 6 de enero haciéndose selfies en el despacho de Nancy Pelosi. También resulta brillante la intervención de Kumail Nanjiani (Silicon Valley), una de las grandes estrellas de la sitcom actual; de su personaje es la frase más demoledora del documental: «Ahora mismo hacen falta seis meses de exposición a las redes sociales para que una persona promedio se radicalice. Esperamos poder reducirlo a cinco minutos».
Pasen, vean y odien.
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