Como escritor y animador cultural, cosa que de vez en cuando pretende ser aparte de varón ingenioso y chico malo e impertinente ma non troppo, sin exagerar, dentro siempre de lo políticamente correcto, Máximo Pradera (Madrid, 1958) debe hacer frente a dos graves limitaciones. Una es su probada falta de talento literario, lo que no es culpa suya, pues lo que Dios no concede Salamanca no lo añade; y otra, una fatua frivolidad de la que sí parece ser más responsable, pues resulta singular que tras una larga actividad de dos décadas de mediocridad narrativa y superficialidad comunicadora siga perseverando en ella con un tesón, eso sí, que puede calificarse de encomiable.
Tócala otra vez, Bach (con la foto del propio Pradera en la portada, tocado con peluca barroca) es una prueba flagrante, y más bien desvergonzada, del párrafo anterior, subrayada por el subtitulo del libro: Todo lo que necesitas saber de música para ligar, y rematada de forma espectacular por el texto de la contratapa (que, aunque ignoro si es éste el caso, es frecuente sea redactado por los propios autores). “Máximo Pradera, vihuelista en excedencia y seductor contumaz, nos cuenta aquí los secretos del método que tantos éxitos le ha dado en la palestra del comercio carnal”.
La idea intelectual básica del libro es explicar al lector cómo utilizar algunos conocimientos de música clásica para ligarse a señoras, método “cuyo rendimiento ya ha sido probado por mí en muchas conquistas memorables”, como Pradera se ocupa de señalar varias veces, de esa y otras formas, en las 264 páginas del libro. Para orientar a futuros melómanos cazadores de señoras o de lo que sea, el autor despliega sus conocimientos musicales, que son ciertamente extensos, como procura él que sepamos, y le vienen de familia (no en vano su abuelo materno, cofundador de la Falange, fue letrista del Cara al sol), citas en griego y latín (con errores alguna, como un delictivo Quosque tandem de Cicerón), y también despliega un abanico de supuestas gracietas frivolonas de muy mala sombra; porque lo que de verdad se considera a sí mismo Pradera, pese a verse en el espejo cada mañana y a su muy relativo éxito de público y crítica, es un chico moderno y gracioso. Sirva de ejemplo este párrafo cristalino y definitivo:
«Cuando quiero acostarme de verdad con una señora o señorita, la frase que más empleo es “a ver si quedamos un día de estos para follar porque tengo muchas cosas que contarte”. Jamás he fornicado (satisfactoriamente) con alguien con quien no tenga también mucha necesidad de hablar, entre otras cosas porque yo soy del tipo amoroso poscoital».
El libro está salpicado de comentarios semejantes y del pronombre personal yo, con el que Pradera, y desde luego se le nota, convive extraordinariamente a gusto: “Yo tengo varias amigas con las que no me he acostado ni me acostaré nunca porque están dadas”. O por ejemplo: “Yo he padecido a novias con la personalidad de Chopin y a veces se me escapaban reacciones y/o comentarios que las anegaban en lágrimas de modo inexplicable”. Y a esa púdica confesión de su capacidad para acostarse con amigas que no estén dadas y de su hábil verbo para remover la sensibilidad femenina, Pradera, que ya no tiene abuelo falangista ni abuela republicana, añade confesiones autobiográficas valiosas, como cuando nos recuerda que dirigió un programa de radio llamado Ciclos “que gozaba de apreciable estima entre la audiencia”, e incluso salpica aquí y allá alguna reflexión filosófica que deja cejijunto y caviloso al lector: “Mucha música es una mierda, pero ninguna mierda sale de la música”.
Pradera, me temo, cree estar todavía en tiempos de la movida de los años 70 en los que la turbulencia de los tiempos nuevos aupó a mucho mediocre mezclado con los grandes y verdaderos talentos. Su fatuidad, su vanidoso postureo, su artificial talante provocador, su anticuado ”Caca, culo, pedo y pis” (así de ingeniosamente ha titulado uno de los capítulos del libro) ni siquiera hacen que Tócala otra vez, Bach sea leído con una sonrisa bienhumorada y amable, sino con la mueca despectiva del lector, en este caso la lectora, a quien esas páginas huelen inevitablemente a semen rancio, a cantamañanas de barra de copas, a gilipollez de diseño, a machismo cutre disfrazado de risitas y buen rollo pasado vuelta y vuelta por Nueva York. A la sonrisa, insultante para cualquier mujer, de un autor que a los 58 años se empeña en demostrar, con guiñitos y codazos de una caspa y una simpleza estremecedora, que cuatro décadas después de la movida madrileña sigue estando ahí, desenfadado, impertinente e ingeniosamente juvenil, aunque a ninguna nos importe un pimiento que esté o deje de estar.
De vez en cuando regreso a leer esta crítica porque, simplemente, es maravillosa
Me pasa a mí lo mismo que a «Sastre Madrid». Releo varias veces al año esta sobresaliente crítica que María L. Soto hace de este engreído señor que añora el Holodomor. Este obsceno graciosillo participa activamente en las redes sociales contra todo lo que se menea que no pase por la oficialidad de la pseudocultura progre con la que pagan, entre otras cosas, el IBI de sus cutre apartamentos de 70 metros.