A las buenas de nuevo, querido lector. Hoy estoy muy contento —como casi siempre, diréis muchos—. Pero sí, lo estoy. Mi último artículo, el que trataba algo tan peliagudo como el ADN ha levantado pasiones entre vosotros y eso es una recompensa mucho mayor de la que creo merecer. Ver que te suscita interés es algo difícil de describir. Acabar con uno de mis mayores miedos —el de no ser leído—, es una sensación demasiado placentera. Y ya ver que os gusta lo eleva a otro nivel. Sé que me suelo poner muy pesado, pero gracias una vez más.
Hoy me apetece cambiar algo de tercio sin salirnos del tema. Y es que hemos visto —a grandes rasgos, eso sí—, las labores de las unidades científicas de los cuerpos del orden. Pero antes de pasar al trabajo del inspector —llamaré así, por generalizar, al encargado de llevar el peso de la investigación—, creo que deberíamos hacer una parada muy cerca de una estación que muchas veces pasa desapercibida. Craso error. Sin ellos, una investigación es imposible. Hablo de la labor de los forenses.
Ya toqué algo el tema cuando te conté, venerado lector, cómo identificar a través del rigor mortis y otros factores una hora aproximada de la muerte. Pero es aquí, en la mesa de autopsias, donde realmente se puede dar una hora casi exacta además de otros puntos fundamentales a destacar e indispensables para que el río siga fluyendo sin obstrucciones de por medio. Pero, vayamos por partes. ¿Hay algún mito digno de ser desmitificado antes de entrar en labor?
Pues claro. Y es este:
—Pase, señora —tira de la manta y la baja hasta el esternón dejando al descubierto la cara del difunto—. ¿Es este su marido?
Sin querer te has formado una imagen clara y nítida en tu cabeza. Y no, no me eches la culpa de eso ya que has visto tantas y tantas veces la misma escena en televisión que ya casi parece algo cotidiano. Pero, ¿de verdad ocurre así?
EN ABSOLUTO.
Es más, para llegar al punto de reconocimiento de un posible familiar a un cadáver, primero se han de pasar por otros procedimientos, como una descripción externa por parte de los propios familiares de la persona que podría encontrarse muerta. Esos datos pasan por pelo, color del mismo, rasgos faciales notorios, tatuajes, piercings y otros rasgos característicos y que podrían servir para la identificación del cadáver. En caso de que se pueda, si el familiar puede aportar cualquier cosa como un aparato buco dental o similar, un odontólogo entraría en escena para tratar de asegurar que es la persona buscada.
¿Por qué se hace esto y no se pasa directamente a la identificación visual?
Porque primero, los encargados del orden y el propio forense no saben cómo va a reaccionar esa persona ni cómo es su estado de salud tanto física como mental para pasar por un trago así. Segundo, porque en muchos casos el cadáver, debido a signos tales como la putrefacción, la hinchazón o si por algún motivo está desfigurado, no es fácil de reconocer y, aunque lo pueda parecer, no es una prueba cien por cien fiable pues esos factores pueden jugar una mala pasada en ese cometido.
Pero vamos a lo que importa.
¿Se hace o no se hace, dado el caso que no haya otro remedio y el cadáver esté reconocible?
No. No al menos de esa forma. En ocasiones se emplea una fotografía tomada en la propia mesa de autopsias. En otras, se hace a través de un circuito cerrado de televisión. En ningún caso puede un familiar entrar junto al cadáver. Por lo que la imagen que nos venden queda muy teatral, muy impactante, pero no pasa de ahí. Ficción.
También se puede utilizar para el reconocimiento la propia ropa del difunto en caso de estar exhibible —que no esté llena de sangre o tenga restos de putrefacción en ella— y que pueda tener algo en particular que ayude a la identificación del cadáver.
Habiendo roto, quizá, el mito más importante, creo que podríamos pasar a relatar —un poco por encima, eso sí—, la labor del médico forense una vez recibe el cuerpo.
Lo primero a recalcar, es que la autopsia casi siempre la hace un médico forense distinto al que estuvo presente en el levantamiento de la escena. Las autopsias se hacen también casi siempre al día siguiente del levantamiento. Primero se procede a la comprobación de datos del cadáver —si se tiene, como he explicado ahí arriba, en caso de no tenerlo hay procedimientos previos—. Esos datos que se comprueban, además de los personales, también son qué juzgado lleva el caso y qué procedimiento judicial tiene asignado.
Después se le hace un estudio radiológico para descartar proyectiles u otros objetos en el interior del cuerpo. Las balas a veces son algo caprichosas y sus trayectorias, en ocasiones, inverosímiles.
Acto seguido lo que se suele hacer es fotografiar el cuerpo con el sudario puesto, tal cual sale de la cámara. Eso ayuda a demostrar cuáles son las condiciones con las que ha llegado a Medicina Legal. Luego se retira el sudario y se procede a las fotografías del cadáver con la ropa y efectos personales que lleve (todo esto después suele quedárselo la Policía o GC siempre que piensen que pueden encontrar algo que les ayude a la resolución del caso). Posteriormente, hay que comprobar que el cadáver está pesado y medido, se necesitan las medidas antropométricas para el estudio toxicológico e histopatológico.
Una vez acabado el reportaje fotográfico se procede a la toma de muestras. Esto tiene dos intenciones: por un lado, identificar a la víctima en caso de que no conociéramos su identidad; por otro, demostrar la presencia de algún tipo de fármaco o sustancia en el organismo (alcohol o cualquier otro tipo de drogas).
Cuando ya se ha acabado con esto, tratan de centrarse en las lesiones importantes, las más evidentes en un primer vistazo. Aquí se suelen utilizar una serie de técnicas de nombre imposible en la que nos sería más imposible todavía profundizar. Básicamente sirven para seguir recogiendo muestras y determinar qué tipo de arma se ha utilizado en el homicidio —en caso de haberse utilizado— y qué ha provocado ese arma en el individuo. Esas muestras que se toman suelen ser para los laboratorios de histopatología. Suelen ser de epidermis, de músculo o de cualquier órgano que se crea conveniente.
Normalmente hay presencia policial durante las autopsias y la comunicación investigador-forense suele ser bastante buena. Eso facilita el trabajo de ambos y hace que llegue a ser más efectivo. No todas las autopsias son iguales ni en todos los institutos de Medicina Legal se suele trabajar de la misma manera, a pesar de que se suelen seguir procedimientos —también más que nada porque cada caso es un mundo completamente distinto—, pero más o menos así son los pasos que se suelen seguir.
Como siempre, cuento con ayuda para realizar este tipo de artículos y en esta ocasión quería agradecer a @OrdinaryLives o Ártico —su nick en twitter— por toda su ayuda. Tanto para este artículo como para la novela con la que ando de títulUYYY, casi se me escapa de nuevo. Imagina que en el próximo artículo no sé contenerme a tiempo. Menudo lío se formaría.
Y a ti, querido lector, no puedo más que agradecerte tu fidelidad y tus casi seguros comentarios. Quiero que sepas que en realidad, aprendo yo de ti. Gracias de nuevo. Nos vemos en dos semanas.
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