La cita es en la librería Tercios Viejos, que es casi ya como nuestra segunda casa. Paseamos por sus pasillos bien nutridos de historia, batallas, aventuras, muerte, valentía, olvido, memoria y vida. Jeosm retrata el espacio lleno de libros, pero a pesar del frío nos sentamos a charlar en una terraza. Se agradece, en mitad de la pandemia, los problemas económicos y sanitarios, las crisis actuales y las que vendrán, poder mantener una conversación cálida y agradable compartiendo café y cigarrillos, intentando mantener los viejos hábitos sociales que en los últimos tiempos están cobrado una dimensión singular de felicidad.
—La editorial Planeta acaba de publicar El hierro y la pólvora, un libro que, más que catálogo de pinturas de Ferrer Dalmau, es un verdadero manual ilustrado de Historia. ¿Crees que sus pinturas, además de hermosas, son, de alguna manera, útiles?
—Definitivamente, sí.
—¿Qué tiene de útil una pintura de Ferrer-Dalmau?
—Mi obra nace siempre, o casi siempre, del proceso de recrear una imagen de un hecho histórico que he leído y me apasiona o me obsesiona, o bien de esos temas que, por razones personales, tengo en el recuerdo y en la memoria y necesito darles forma plástica, devolverlos a la vida, convertirlos en una verdad visual. Hay otros casos, desde luego, pues tengo muchos encargos de clientes que me piden un cuadro por razones diversas y a veces complejas (relación familiar, interés histórico profesional, pasión por la historia, etc). Pero debo decir que, tanto en los temas personales como en los encargos privados u oficiales, mi implicación personal es absoluta. Si no siento la escena que voy a pintar como algo mío, no puedo pintarla.
—Para recrear esas iconografías a veces complejas, ¿a qué recurre el pintor?
—En primer lugar, al texto, claro. Sin la narración histórica o literaria estaría perdido. Necesito la voz que me lleve a aquel lugar; necesito, antes de pintar, “ver” con la imaginación, y eso sólo te lo puede dar la literatura. Luego ya pasas a la segunda fase, que es la de investigación, mucho más técnica: geografía (para conocer el paisaje), uniformes o vestimentas de la época, vegetación, anatomía humana y animal, arquitectura, armas…
—¿Crees que es necesario, para un joven pintor que siga los pasos del estilo de pintura de Ferrer-Dalmau, conocer la historia?
—No solo es necesario, es que es imprescindible. Para pintar la historia tienes que conocer los hechos; mientras más conoces el pasado y los hombres que lo habitaron, más auténtica y valiosa es la obra que vas a ser capaz de pintar.
—¿Qué aprende Ferrer-Dalmau después de pintar un cuadro?
—Muchísimo. De hecho, en muchas ocasiones me he embarcado en proyectos pictóricos de historias que previamente no conocía. El proceso de documentación en esos casos duró tanto como el trabajo pictórico, o casi, y puedo decir que después de un cuadro complejo uno sale, como después de una dura batalla, muy cansado. Pero también sale más lúcido y más sabio.
—¿Ha habido alguna evolución técnica en tu pintura desde aquel lejano, famoso cuadro de los Tercios?
—Mi técnica no deja de evolucionar. Quizás ahora utilizo colores más intensos, contrasto más las figuras, humanizo el ojo introduciendo atmósfera, claroscuros, juegos de luz. Intento aprender de los maestros clásicos. De hecho, para el último cuadro he pasado muchas horas de observación en el Museo del Prado.
—En El hierro y la pólvora se hace un recorrido histórico y pictórico a través de los hechos y las armas desde la Edad Media hasta el siglo XXI. ¿Es igual pintar a un soldado medieval que a uno del ejército español en una misión de paz en Irak?
—Evidentemente, cambia el contexto histórico, el uniforme, las armas y a veces incluso los tipos físicos, la fisonomía, en función de la nacionalidad o la raza. Pero sí puedo decirte algo que he aprendido retratando a soldados, y es que, a pesar de los siglos transcurridos, hay cosas que permanecen inmutables: siguen teniendo el mismo corazón, las mismas inquietudes, los mismos miedos, la misma valentía. Supongo que es porque, en el fondo, yo pinto hombres que se enfrentan a la muerte, y eso es como un hilo que los enlaza, cruzando los milenios.
—¿Qué elementos debe reunir un buen pintor de historia?
—Lo primero es la pasión. Te tiene que apasionar la historia, las batallas, las aventuras. Si no hay pasión es imposible transmitir una verdad, al menos en la pintura que a mí me interesa. Luego viene el proceso de aprender las historias de cada cuadro. Eso está en los libros y depende del trabajo de documentación y estudio. Indudablemente, tiene que tener cierta mano pictórica, tener una técnica básica que, con el trabajo y la práctica, se ha de ir perfeccionando. Hay también un detalle que podría parecer superfluo, pero no lo es en absoluto, al menos para la pintura de historia tal y como yo la entiendo. El pintor de historia ha de conocer y controlar con pericia el dibujo del caballo. Sí, sí, porque a veces se olvida que este magnífico animal fue la más primitiva y perfecta máquina de guerra de la historia. Acompañó al hombre en su vida, sus desplazamientos y sus batallas casi desde el principio, y por tanto es un elemento recurrente en la recreación de las escenas históricas. De hecho, en el taller de pintura de historia que estoy organizando ésta será una signatura importante.
—Ahí quería llegar. ¿Podrías adelantar algo sobre ese proyecto del Taller Ferrer-Dalmau?
—Claro, además estoy muy ilusionado con él. Verás, suelo decir, bromeando, pero sin faltar a la verdad, que España tiene una historia rica y extensa y yo no voy a poder vivir tantos años como para poder pintarla como merece. ¡Tendría que vivir milenios! (risas). Entonces decidí que este oficio y esta manera de crear debía tener continuidad en una nueva generación de pintores de historia. De ahí mi idea de crear el Taller de Artistas Históricos Ferrer-Dalmau», una iniciativa de formación que se me ocurrió hace un par de años mientras visitaba el Taller Grekov en Moscú.
—¿Qué es exactamente el Taller Grekov?
—Se trata de una institución que, desde los años treinta, ha ido nutriendo de obras de historia a las innumerables instituciones rusas, ministerios, embajadas, consistorios, y que hoy funciona como un museo vivo.
—Pero en ese taller, al igual que en el futuro Taller Ferrer-Dalmau, se enseña el oficio pictórico, ¿no es así?
—Por supuesto. De hecho, lo que más ilusión me hace es la idea de compartir con jóvenes pintores mi dedicación a la historia, mi manera de enfrentarme a las obras y documentarlas. Para ello contaremos con becas remuneradas, seguramente de dos años, con el fin de que los estudiantes de últimos cursos de Bellas Artes que quieran apuntarse puedan vivir de su trabajo en el tiempo de formación con nosotros, aunque debo decir que, en cuanto a técnica y dedicación, seremos muy exigentes. El objetivo no es otro que lograr que los becarios de nuestro taller dediquen un tiempo de su formación a la pintura de historia, labrándose un futuro profesional y artístico.
—¿Quiénes están implicados en este proyecto?
—Hay instituciones, ayuntamientos, incluso empresas interesadas, porque la historia de España está huérfana de imágenes. El Taller de Artistas Históricos Ferrer-Dalmau estará sin duda asociado a una universidad, pero contará con recursos y apoyos institucionales públicos y privados.También contaremos con grandes asesores para que los proyectos sean históricamente solventes: historiadores, divulgadores, escritores… Me gustaría, además, implicar al espectador, conseguir que el proyecto esté abierto a la sociedad, para lo cual quiero que por nuestras redes pueda seguirse la evolución de las obras y también que podamos recibir visitas, grupos, escolares, aficionados, para conocer el trabajo que realizaremos en obras de gran formato, corales, cada una a cargo de tres o cuatro pintores, con mi participación y dirección. De momento comenzará así, con becarios, pero también está previsto organizar un máster para pintores.
—¿Es usted consciente de que nuestra Historia no goza en los últimos tiempos de un trato científico, sino más bien politizado?
—Por supuesto. Estoy en las redes sociales, veo los telediarios, leo los periódicos y escucho a nuestros políticos. Claro que soy consciente. Y precisamente por eso creo que ahora más que nunca este lugar de aprendizaje es muy necesario. La historia es de todos; recordar los hechos que vivieron nuestros tatarabuelos no tiene ideología. España es lo que es porque el presente sigue a los miles de hechos históricos que merecen ser recordados también con cuadros, mucho más útiles, creo, al menos hoy en día, que los libros, pues vivimos en una época cargada de imágenes, pero donde nadie se detiene a pensarlas, sino solo a consumirlas y después olvidarlas. La pintura de historia, hecha con honestidad y trabajo, viene a cumplir la función de contar, de manera explícita y contundente, a las nuevas generaciones, lo que fuimos ayer y, consecuentemente, cómo somos hoy.
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