Dejamos de ser niños cuando dejamos atrás la necesidad de los cuentos para hacernos felices, para vivir aventuras, para soñar con momentos mejores. A veces volvemos a sentir la emoción que trasciende un gran relato, ese texto que nos transporta un paso más allá, hasta el envés de nuestras vidas, aquel lugar donde nada parece imposible.
Daniel Remón es guionista. Ganó el Goya al mejor guion adaptado por su trabajo en Intemperie, comandado por Benito Zambrano. Pero su mérito más importante es que con su primer texto literario es capaz de hacernos soñar. Adentrarse en Literatura, una novela que dilata la infancia, es lo más parecido a viajar a Oz.
Hablamos en Zenda con Daniel sobre literatura y su Literatura, sobre escritura y su escritura, cuentos y fábulas, sobre todas las cosas bellas y auténticas que nos esperan al pasar la página.
Comenzamos.
—En esta novela, más que nunca, la literatura imita a la vida.
—Sí, claro. En esta novela la literatura es deudora de las circunstancias en las que estaba viviendo, que tienen que ver con el confinamiento que estábamos viviendo todos y también con mis circunstancias vitales: con la pérdida de mis padres y con las cosas de las que quería hablar desde hacía mucho tiempo.
—¿De dónde surgió la historia?
—La historia surge de un hecho real: mi sobrino, que tiene tres años, me pide que le cuente un cuento y él escoge los elementos que quiere que aparezcan en el cuento. Con esa excusa monto una fábula, una historia que es casi como una novela de aventuras, casi como una novela de carretera; mientras, al mismo tiempo, le voy contando a mi sobrino quiénes fueron sus abuelos —que son mis padres— a los que él no conoció, y le hablo de mí, le hablo de su padre, le hablo de su madre… Le hago una especie de retrato familiar muy autobiográfico, muy poco ficcionado.
—¿Es esta novela un cuento para adultos?
—Creo que sí, al menos a mí me gustaría que fuera un cuento para adultos. Es un cuento para adultos y también para que recordemos los adultos por qué necesitamos tanto que nos cuenten historias y por qué necesitábamos tanto esas ficciones cuando éramos niños.
—¿Por qué escribió Literatura?
—Es difícil de decir. Uno nunca sabe muy bien por qué escribe. Creo que es una pulsión. Yo en el momento en que empecé a hacerlo no sabía muy bien si iba a escribir una novela, ni cuánto iba a durar ni por qué lo hacía. Simplemente lo hice por necesidad en aquel momento. Primero por ocupar los días, los días que teníamos todos de confinamiento; y segundo, porque llevaba ya muchos años tratando de hablar de mis dramas y de mis traumas familiares a través de la ficción. Y no lo había conseguido. De repente esas circunstancias hicieron que esa escritura fuera más urgente, que ese deseo fuera más urgente.
—Dijo en una entrevista una vez que no era muy amigo de las escaletas. ¿Cómo se las ha ingeniado entonces para escribir esta novela?
—Las escaletas son cosas que al final uno tiene que hacer. En la parte más ficcionada, la parte que tiene que ver con un cuento —en el que hay dragones, hay una maleta de dinero negro perdido y hay muchos puntos de vista— ahí sí que había una escaleta. Era una escaleta que iba cambiando. En la parte más autobiográfica no había ninguna escaleta. Me gusta escribir sin saber muy bien lo que va a pasar al día siguiente, tener una sensación de experimentación y de incertidumbre que hace que la escritura esté más viva. Evidentemente, tienes que tener un mapa para intuir a dónde vas, lo que pasa es que creo que tiene que ser un mapa muy maleable, no es la biblia*, no tienes que cumplirlo al 100%.
*La biblia de una serie es un documento previo a la escritura de los capítulos en el que se incluye la información necesaria para su desarrollo.
—¿Fue primero el escritor o el guionista?
—No lo sé, y tampoco creo que sean cosas tan distintas. Primero empecé a escribir, con 15 años, poemas —porque eran cortos—, relatos… antes de poder hacer guiones. Te diría que primero fue el escritor. Pero también creo que un guionista, o al menos determinado tipo de guionistas, son escritores también, son escritores de cine. Guillermo Arriaga, que es un guionista al que admiro mucho, siempre lo defiende, y es verdad. Si vas a ver una obra de teatro siempre está el nombre del autor, casi antes que el nombre del director. En cine no es tanto así, pero bueno. Somos escritores, simplemente se puede escribir literatura o se puede escribir cine.
—¿Qué diferencias ha encontrado entre escribir ficción literaria y ficción audiovisual?
—La diferencia principal es la libertad. Cuando he escrito esta novela, he sentido que podía escribir cualquier cosa. Primero, no sabes muy bien hacia dónde vas. Segundo, no tienes muy claro el resultado final, en el sentido de que puede ser algo que tenga 50 páginas o algo que tenga 400. Y puedes escribir cualquier cosa. No dependes del presupuesto, no dependes de las ayudas, de la financiación, de los productores… Es un espacio de libertad absoluta en el que la palabra pesa mucho más que en cine. En cine el guion es un medio para llegar a otra cosa, que es la película. Y yo sí que creo que al final las películas son un trabajo de mucha gente, pero creo que la voz que orquesta todo y que manda es la del director. Yo necesitaba hacer algo que fuera mío.
—Seguramente muchos piensen que esta es una obra post pandémica, y es cierto que en algunos momentos el narrador habla de la enfermedad. Sin esta pandemia global, ¿existiría Literatura?
—Creo que no. Seguramente habría escrito otra novela, a lo mejor parecida, pero, desde luego, no habría escrito con esta urgencia. Yo escribí en esas circunstancias, escribí durante el confinamiento, y es verdad que la pandemia está presente, pero creo que tampoco es el tema de la novela, son las circunstancias en las que la novela está escrita. Era una realidad que golpeaba con tanta fuerza a todos que me parecía extraño no dejarla entrar. Mientras escribía traté de reflejar las circunstancias en las que estaba escribiendo, y que fuera una novela muy viva en ese sentido: yo al día siguiente no sabía qué iba a escribir, dependía del avance de la pandemia. Es simplemente el paisaje, digamos, en el que está escrito el libro.
—Recientemente obtuvo el Goya a mejor guion adaptado por el trabajo que realizó con Intemperie. ¿Es un premio como este un punto y aparte?
—No sé si es un punto y aparte. Me hizo mucha ilusión y sí que lo viví, más que como un premio a esa película en concreto, como un premio a varias películas que habíamos escrito y al hecho de llevar unos cuantos años escribiendo guiones. Tampoco cambian demasiadas cosas, a nivel de trabajo y a todos los niveles no me ha cambiado demasiado. Simplemente es algo que te hace ilusión, sobre todo que te reconozca gente de tu gremio. Fue una culminación de algo, no diría que fue un punto y aparte.
—¿Le gustaría adaptar su novela al cine?
—La verdad es que a mí no. Si la novela se adapta al cine y se hace una versión para el cine o la televisión, estaría encantado, pero creo que es un trabajo que prefiero que haga otra persona. Me gustaría dedicar el tiempo a escribir otra novela. Siento que mi trabajo ya está hecho y, si alguien la adapta, me parecerá bien.
—¿Cuándo supo que escribiría siempre? ¿Recuerda ese momento?
—Es un momento que cuento en Literatura: el momento en el que mi padre muere y estoy en el hospital. Me quedo con él a solas y de repente le digo que voy a seguir escribiendo, cuando él ya está muerto. Es algo extraño, porque él nunca se había opuesto a que escribiera, le parecía muy bien que yo escribiera. Pero en ese momento, a solas con él, es lo que me salió. Luego he pensado mucho en eso, y creo que es como si me hubiera hecho a mí mismo la promesa de que en ese momento tuve la certeza de que iba escribir, que iba a escribir sobre eso y sobre otras cosas, y que escribir era mi forma de estar en el mundo. Ahí lo supe, supe que escribiría, espero, para siempre.
—Si pudiera volver atrás, ¿qué le diría —un consejo o una advertencia— al Daniel Remón niño que empezaba a escribir?
—No me gusta mucho dar consejos. No le diría gran cosa, solo le diría que no sufriera demasiado con la escritura. Cuando yo empecé a escribir había una imagen romántica del escritor como alguien que sufre y se fustiga y cuanto peor lo pasa mejor es lo que escribe. Con el tiempo no estoy de acuerdo, para nada, con eso. No lo paso mal escribiendo. Hay días en que uno escribe y lo que sale no es interesante, pero ya está. Cuando sufro es cuando no escribo. Lo que le diría a esta persona es que disfrutara, que se lo pasara bien, que si no se lo pasa bien no tiene ningún sentido hacerlo. Creo que tiene que ver con el placer. Si no experimenta uno placer al hacerlo, no le veo sentido, la verdad.
—¿Para qué cree que sirve escribir?
—Esta es muy difícil, porque creo que todos los que escribimos nos hemos hecho esa pregunta alguna vez. Te podría decir que, en materia, digamos, de directa utilidad, no sirve para nada. No termino de verle la utilidad, es algo que uno hace porque no puede dejar de hacerlo, es una manía que uno ha perpetuado, como cuando se rasca o cuando uno se hurga con la punta de la lengua en un diente… Hay algo ahí que tiene que ver con la necesidad y con el impulso. Pero si nos ponemos a pensar en si es útil, no lo es. Creo que no se puede entender, o por lo menos yo no entiendo la escritura desde la lógica. Si uno se pone a pensar y a valorar pros, contras, el tiempo que invierte, lo que obtiene a cambio, etcétera, es muy difícil que te salgan las cuentas. Simplemente es algo que uno hace por necesidad y por diversión, por juego.
—¿Tiene algún nuevo proyecto entre manos que nos pueda contar?
—Estoy arrancando una novela, pero estoy en ese territorio en el que ahora mismo no tengo ni idea de qué va, no sé a dónde voy, y es una parte que disfruto mucho, porque estoy en el principio. Ahora mismo todo es posible. Lo que sí sé es que será otra novela, que no sé cuándo terminaré.
—¿Quiénes son sus escritores de referencia?
—Hay muchos nombres que te podría decir, pero ahora mismo estoy leyendo a Zadie Smith, que me gusta mucho, también Rachel Cusk; me gusta mucho Alejandro Zambra, maneja un tono que me da mucha envidia cómo consigue una gran ligereza, hablar de temas muy profundos con una gran ligereza, me parece que es una conquista y es muy difícil de hacer; una escritora argentina que creo sólo ha escrito un libro de relatos, Magalí Etchebarne… Hay muchos autores. Vila-Matas siempre me ha gustado, Gonzalo Maier, Marta Sanz… Podría seguir eternamente.
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