Héctor Viel Temperley fue un poeta nacido en Buenos Aires, Argentina, en 1933 y fallecido en 1987. Considerado como un autor de culto, reivindicado por muchos autores jóvenes de habla hispana, entre sus libros destacan: El Nadador (1967), Plaza Batallón 40 (1971), Carta de marear (1976), Legión Extranjera (1978), Crawl (1982) y Hospital Británico (1986), construido en forma de un único poema largo y cuyo título hace referencia a la institución de salud donde realizó su tratamiento por la enfermedad que sufría. Su biografía está poco documentada y solo concedió una entrevista en vida, el mismo año de su fallecimiento. La misma fue realizada por Sergio Bizzio y ha sido publicada por algunas revistas como Bichito Editores(en cuya web se puede leer completa) o Vuelta Sudamericana. Sus poemas han sido traducidos a varias lenguas y en 2003 se publicó su obra completa bajo el sello Ediciones del Dock.
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HOSPITAL BRITÁNICO (fragmentos)
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La muchacha regresa con rostro de roedor,
desfigurada por no querer saber lo que es ser
joven.
Llevando otro embarazo sobre las largas piernas,
me pide humildemente fechas para una lápida.
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TU ROSTRO
Tu Rostro como sangre muy oscura en un plato de tropa, entre cocinas frías y bajo un sol de nieve; Tu Rostro como una conversación entre colmenas con vértigo en la llanura del verano; Tu Rostro como sombra verde y negra con balidos muy cerca de mi aliento y mi revólver; Tu Rostro como sombra verde y negra que desciende al galope, cada tarde, desde una pampa a dos mil metros sobre el nivel del mar; Tu Rostro como arroyos de violetas cayendo lentamente desde gallos de riña; Tu Rostro como arroyos de violetas que empapan de vitrales a un hospital sobre un barranco.
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Por las paredes de los rascacielos el calor y el silencio suben de nave en nave: Obsesivo verano de fotógrafo en fotógrafo, ojos de Arponero que rayan lo que miran. Ser de avenidas verticales que jamás fue azotado.
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YACE MURIÉNDOSE
Toda la transpiración de mi cuerpo regresará a mis ojos cuando muera el tambor en donde fui formado y hable con Él —como un niño borracho— entre sillas caídas, río crecido y juncos.
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Todas las lágrimas de mi vida volverán a mis ojos; y por las hondas sedas de un pecho de caballo querré internarme, huir, refugiarme en mi casa de trozos esparcidos de ballenas: mi casa como cuerpo de varón recién nacido en el tórrido vientre del silencio.
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PARA COMENZAR TODO DE NUEVO
Es mi parte de tierra la que llora por los ciruelos que ha perdido.
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PARA COMENZAR TODO DE NUEVO
El verano en que resucitemos tendrá un molino cerca con un chorro blanquísimo sepultado en la vena.
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“CHRISTUS PANTOKRATOR”
La postal viene de marineros, de pugilistas viejos
en ese bar estrecho que parece un submarino—de
maderas y latas—hundiéndose en el sol de la ribera.
La postal viene de un Christus Pantokrator que
cuando bajo las persianas, apago la luz y cierro
los ojos, me pide que filme Su Silencio dentro
de una botella varada en un banco infinito.
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EL NADADOR
Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Soy el hombre que quiere ser aguada
para beber tus lluvias
con la piel de su pecho.
Soy el nadador, Señor, bota sin pierna bajo el cielo
para tus lluvias mansas,
para tus fuertes lluvias,
para todas tus aguas.
Las aguas como lonjas de una piel infinita,
las aguas libres y la de los lagos,
que no son más que cielos arrastrados
por tus caídos ángeles.
Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Tuyo es mi cuerpo, que hasta en las más bajas
aguas de los arroyos
se sostiene vibrante,
como en medio del aire.
Mi cuerpo que se hunde
en transparentes ríos
y va soltando en ellos
su aliento, lentamente,
dándoselo a aspirar
a la corriente.
Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada
hasta las lluvias
de su infancia,
que a las tardes crecían
entre sus piernas salpicadas
como alto y limpio pajonal que aislaba
las casonas
y desde sus paredes
celestes se ensanchaba.
Soy el nadador, Señor, el hombre que nada
por la memoria de las aguas
hasta donde su pecho
recuerda las pisadas,
como marcas de luz, de tus sandalias.
Y recuerda los días cuando el cielo
rodaba hasta los ríos como un viento
y hacía el agua tan azul que el hombre
entraba en ella y respiraba.
Soy el hombre que nada hasta los cielos
con sus largas miradas.
Soy el nadador, Señor, sólo el hombre que nada.
Gracias doy a tus aguas porque en ellas
mis brazos todavía
hacen ruido de alas.
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