Yo tenía 17 años y acababa de empezar la carrera (Derecho, que al final no me gustó y nunca ejercí) cuando murió Franco, en el otoño de 1975. Su muerte fue el pistoletazo de salida para un enorme interés por toda la cultura, la literatura, el arte, el cine… que el franquismo nos había impedido disfrutar. Fue en esos años —en la segunda mitad de los 70— cuando llegaron a mis manos, a menudo en ediciones latinoamericanas —pero que ya se podía importar legalmente— autoras maravillosas y hasta entonces, para mí, desconocidas, como Anaïs Nin, Djuna Barnes… o Sylvia Plath. Mi ejemplar de La campana de cristal, su única novela, publicada en Londres en 1963, y lo primero que leí de ella, fue impreso en 1972, en Argentina, por una editorial venezolana, importado a España por Seix Barral (así lo dice una pegatina en la primera página) y leído por mí en 1979.
Fue un descubrimiento. Una mujer joven y moderna, culta, crítica, con una arrolladora vocación literaria y con deseos sexuales sin tapujos, tomaba la palabra en ese libro para contar —yo sentía que para contarme— algo que yo estaba a punto de afrontar y que me interesaba muchísimo: su debut profesional y su debut sexual.
Ahí quedó la cosa, por entonces. Yo no sabía lo suficiente ni de poesía, ni de inglés, como para afrontar otras obras suyas, cuya existencia ni siquiera recuerdo si conocía… Pero cuando me fui a vivir a Inglaterra (como lectora de español en la Universidad de Bradford, primero, y en la de Southampton después), me tropecé, supongo que en mi querida librería Foyle’s de Londres (ah, aquellos pasillos laberínticos, aquellas pilas de libros en alegre desorden donde podía aparecer cualquier cosa…) con un volumen titulado Letters Home, que eran cartas de Sylvia a su madre. Mi inglés había mejorado lo bastante como para permitirme leer, fervorosamente, aquellos cientos de páginas en los que una joven estudiante, brillante, trabajadora, hija ejemplar, le contaba a su madre sus esfuerzos, su disciplina, sus logros, sus aspiraciones (mientras le ocultaba sus depresiones, sus escarceos sexuales y la ambigüedad de sus sentimientos hacia ella). Cuando, al volver a Barcelona tras la experiencia británica, la editorial Grijalbo me contrató como editora (bueno, en realidad me contrataron para su departamento de prensa, pero por carambola, terminé fundando y dirigiendo una colección, que bauticé como «El espejo de tinta»), ¿qué publiqué? Pues, naturalmente, y entre otros libros (de Jean Rhys, por ejemplo, que también había leído y disfrutado en mis años ingleses), Letters Home, traducido como Cartas a mi madre (1989).
Mi idilio con Plath, de quien también había provechado la estancia en el Reino Unido para leer la maravillosa, impactante poesía, continuaba. Lo siguiente fue el diario, que leí primero en una versión española abreviada (muy bien traducida por cierto, por José Luis López Muñoz, en Alianza, 1996), después, completo, en inglés. Me apasionó: pocas lecturas en mi vida me han “llegado” tanto. Entonces simplemente lo devoré, hipnotizada por esa voz lúcida, corrosiva, reflexiva, empapada de emoción, gobernada por la inteligencia, desgarrada por el conflicto… Ahora, con los años, con las relecturas, con las conferencias que he dado sobre Sylvia Plath (como esta en La Térmica de Málaga que fue grabada y subida a YouTube, donde, por cierto, lleva 24.000 visualizaciones), creo que puedo identificar el meollo del conflicto. Es el que he usado como subtítulo: ¿Genio y musa?, ¿Genia y muso?, ¿Genia y genio?, del breve ensayo que publico en estos días en una excelente y cuidadísima colección, “Palabras hilanderas”, dirigida por Marifé Santiago, de las editoriales Huso y Cumbres.
Y ese conflicto: el de qué papel desempeñar, qué lugar ocupar, en la vida social y en la vida amorosa, cuando se es una mujer con un proyecto propio, ese conflicto, digo, que tan bien explora Sylvia Plath, es el conflicto fundamental de la mujer moderna. Vivimos —las mujeres occidentales, al menos las de clase media y con estudios— un dilema imposible. Por una parte, y en tanto que miembros de una sociedad individualista, el mensaje que recibimos es el de la ambición: “tú puedes”, “pon tu proyecto por encima de todo”, “persigue tus sueños”…; es el mismo que reciben los hombres. Pero a la vez, nosotras las mujeres —y no ellos— recibimos otro mensaje, que dice: “sé complaciente, sé servicial, forma una familia, haz compañía a tus padres, cuida a los ancianos y enfermos de tu entorno, responsabilízate de tus hijos, escucha a los demás, da prioridad a sus necesidades y deseos, intenta hacerlos felices…”. Y claro, eso es contradictorio con lo anterior. O damos prioridad a nuestro propio proyecto —carrera profesional, vocación artística o lo que sea—, o ponemos en primer lugar las conveniencias de otros.
Entender cómo vivió Sylvia Plath este conflicto, en qué términos lo analizó, cómo actuó ante él… me ha resultado increíblemente iluminador. Es, sin lugar a dudas, su conflicto principal, el que recorre como un hilo rojo su diario y su vida. Ella albergaba intensísimos deseos: de escribir, de publicar, de ganar dinero, de viajar, de tener éxito, de amar y ser amada, de disfrutar del sexo, de tener amigos, de tener hijos… Pero temía quedarse “a vestir santos”, pues ningún hombre —sospechaba, seguramente con bastante razón en esa época— querría como esposa a una mujer con una vocación devoradora. Si, en cambio, se entregaba a los deseos “tradicionales” (tener pareja, ser madre), deseos que también eran profundos y auténticos en ella, y sacrificaba los más modernos, por así decir; si aceptaba el papel subordinado de “musa” de su brillante marido, Ted Hughes, poeta como ella… sabía que se sentiría siempre frustrada. De la otra manera, en realidad, también.
Sylvia Plath veía ante sí, pues, dos caminos. El uno la conducía a ser una mujer frustrada; el otro, a ser una escritora frustrada. Cualquiera de los dos le resultaba intolerable.
Por eso —aunque hubiera también otros factores— Plath terminó con su vida. Porque la sociedad solo ofrecía un modelo: “genio y musa”; no “genia y muso”, ni “genia y genio”, que era el que ella habría necesitado. Eso es lo que analizo en mi ensayo, en cuyas breves páginas he destilado cuarenta años de reflexión en torno a la icónica, importantísima figura de Sylvia Plath.
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Autora: Laura Freixas. Título: Sylvia Plath y Ted Hughes: ¿Genio y musa? ¿Genia y muso? ¿Genia y genio? Editorial: Huso. Venta: Todostuslibros y Amazon
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