La lluvia es un bien que cotiza en bolsa. Bueno, es el agua, en realidad. Hacemos apuestas sobre su disponibilidad futura. Ya llegará el tiempo en que nos arrepintamos de tanto vaquero de pitillo. Y sin embargo tenemos una abundancia macabra de chaparrones de otro tipo. A goterones deben de caer las lágrimas de los ojos de los cubanos, a quienes el régimen dictatorial que hace décadas arruinó una hermosa isla ha prohibido esta semana pasada la práctica de la veterinaria como actividad privada. Según el decreto 20/2020. Sí, así es, hasta las dictaduras necesitan de un modo de ordenar las normas que cercenan libertades y cuestan vidas. Incluso una dictadura de pandereta como esta. La medida es un castigo a los opositores, que en buena parte constituyen numerosas protectoras en una isla en la que los perros callejeros son alimento de los leones del parque zoológico de La Habana —dos son estas cárceles, pero qué más dará el número—. Con semejante castigo, las opciones para los particulares quedan en llevar a sus animales a los centros del estado, donde se reutilizan las jeringuillas y las agujas, que se raspan contra una superficie irregular cuando han perdido el filo, y se esterilizan con agua hirviendo. Por supuesto, si eres “contrarrevolucionario” mejor ni entres. La medida no es más que un modo de presionar a un grupo de la sociedad que no está satisfecho con continuar comiendo huevos deshidratados, leche en polvo, o pan relleno de clavos, de los metálicos; o puede que sea que morir devorados por tiburones mientras se cruza el Estrecho de Florida subidos a neumáticos de camiones haya perdido su je ne sais quoi.
Para esta suerte de régimen es una suerte que en Cuba abunden los animales maltratados, deporte nacional para la población embrutecida. Y los señores que ostentan el poder aprovechan que ningún veterinario atenderá ya a los animales de las protectoras para envenenarlos o partirles las patas —a falta de escayola y vendas, cinta adhesiva es lo que queda—, entre otras cosas. Pero en España también tenemos lo nuestro, también llueve. El País anuncia que Cuba permitirá el ejercicio de dos mil profesiones de modo privado. Nos ha jodido. Un país que vive de prostituirse, en medio de una pandemia, y marginado por el aún saliente despropósito de Trump, ya no puede sostener —nunca pudo—, ni fingir que sostiene, a tantas personas. La solución es tirarlas pa’l campo, aunque en el campo hace ya tiempo que no quedan ni piedras que echar en la sopa. Pero en lo que importa, como siempre, nuestros amados medios guardan silencio, y el maltrato sistemático de activistas, animalistas y criaturas inocentes no es digno de pasar por esos rotativos que son digitales y se creen dignos de suscripción. No sé, será que el aguacero les haya empañado las gafas de pasta y tupido el olfato periodístico. Que yo sepa, la ética no es susceptible de constiparse.
Por otra parte, aún en España, esa que dicen una, grande y libre, se ha prohibido la caza del lobo ibérico. Por fin, al fin, carajo, que ya era hora. Sale el sol. ¿O no será más bien que es una pasada tímida antes de que el frío que cala los huesos se seque? Pues nadie ha declarado a la especie en peligro. Es decir, sigue siendo susceptible de medidas de control poblacional, un control establecido por una clase política incapaz de gestionar nevadas, de vacunar en el siglo XXI o de mantener sus manos afanosas fuera del erario público. Pero, claro, lo preocupante es que ahora una panda de cafres se dedicará al furtivismo y a matar al lobo, con o sin permiso. Exactamente lo mismo que ocurría antes, lo que sucedió con Marley, un lobo asesinado hace mucho, que dio comienzo a una noble gesta, responsable en buena parte de esta media victoria. Una lucha en la que Luis Miguel Domínguez, uno de los pocos que aún merecen ser llamados naturalistas, puso todas sus energías, y más. Es inevitable escuchar a los banderilleros de siempre, que nunca nos han bendecido con pegarse un tiro en un pie, hablar de conservación, de gestión del medio natural, de especies autóctonas, y demás monsergas que este que escribe, como biólogo hasta la médula, garantiza que les son tan ajenas como la más simple estructura trófica. Pero que no se sientan desamparados, pobrecitos. Ha habido políticos, esa especie que nadie se digna a controlar, que han votado en contra. Tenemos a un noble ejemplar, de subespecie de político enamorada de sí mismo, distribuidor mundial de anchoa, como ejemplo. ¿A quién podría sorprenderle que el mismo que obstaculizó ese Parte de Naturaleza del que le hemos visto presumir en el programa de Jesús Calleja, que abre la veda para la caza indiscriminada en su comunidad autónoma, y que necesita su vara de cacique hasta para ir al baño, votara en contra de la prohibición de caza del lobo ibérico? Ahora debe de estar disfrutando de las famosas focas verdes, vivas o muertas, de cierto célebre zoo al que ni es requisito nombrar, y tirándose de los pelos del bigote, porque sin los votos de los pescadores y ganaderos, díganme, quién quiere a este señor gobernando nada.
Este diluvio es una ruina tan grande que no tenemos modo de cubrirnos. De un lado, se tortura animales para castigar a quienes buscan libertad. En otro, tierra hermana hace mucho, el futuro de una especie es cosa de política, de debate de bareto entre los catetos de las escopetas y los que piensan que el monte es suyo. Parece que las especies deberán aprender del agua, que ha entendido que la sequía es la única salida digna. La extinción, tal vez, sea lo que menos extienda el suplicio. Pues mientras unos torturan y envenenan por la “Patria o Muerte”, otros, que nunca dejaron de envenenar el monte, colgar lobos y meter plomo a cuanto se le pusiera a tiro, ya rumian para dentro el modo de llevarse por delante a una especie emblemática que, si es usted español, ibérico o como quiera llamarse, debería amar y admirar. Eso sí, el control poblacional sigue ahí, y si con la cotorra argentina en tierras madrileñas se ha demostrado lucrativo en exceso para algunos, puede que los que guardan cadáveres de focas en bolsas de plástico diluciden estos días que la prohibición puede no ser tan mala noticia.
Al final, las sequías, son cosa de los de siempre. Que no se toman ni un respiro, y nos privan a los tonticos de abajo del derecho a llenar nuestros cántaros.
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