Nunca dejó pasar de incógnito un pensamiento. Tampoco el arrebato de la mirada ni la historia espontánea que le proponía la ciudad. De cada instante de la idea, de la imagen, de la seducción entre la realidad y la imaginación, Walter Benjamin iba dejando la fuerza de su imán en su cuaderno de a pie. Un aforismo. Un párrafo. El perfil de unas letras de cerca y de lejos trazadas con el rigor que la autoridad aplica al registro de extranjería, y la meditación para madurar la inspiración y dominarla con la escritura. Esta es una de las leyes fundamentales del escritor del que aprendí a pensar a mano en un libro de bolsillo en blanco donde ir creando un mapa de flâneur. A ser Baudelaire entre la multitud de la ciudad, la experiencia de lo vivo que acontece fugaz y frente al arte con la distancia oportuna.
Muchas veces he viajado por metrópolis con la mirada extranjera. Lo mismo que he jugado a tenerla en los lugares habituales de mi convivencia y en el tránsito por cada una de ellas he creído cruzarme muchas veces con Walter Benjamin aunque fuese una calle de sentido único. El título del libro, traducido por Richard Gross para Periférica, con espíritu de declaración de amor a Asja Lacis en 1928, en cuyo prólogo defiende su autor la eficacia del lenguaje inmediato a la altura del momento, es una hermosa definición de la literatura de octavilla destinada a engrasar el pensamiento social, como si fuese el aceite que pone a punto las máquinas. Noventa y tres años después se ha detenido el pulso acelerado de las ciudades, sus escaparates se han llenado de fantasmas y la publicidad no es ahora una promesa al alcance, sino islas en las que se presiente el naufragio. Ese periodismo literario de Benjamin, inteligente, activo, poético, presente en este libro al que la editorial Periférica viste de molesquín, no vive su mejor momento, poca recompensa tiene su estilo. Está demasiado atado el oficio a las relaciones con el dinero, que pone a prueba el intelecto, la moral, los afectos, la independencia, la capacidad de resistir, la libertad de trabajar una buena prosa que abarque tres niveles: el musical en el que se la compone, el arquitectónico en el que se la construye, el textil donde se la trama y urde. De nuevo la huella del maestro diseccionando elegante, sin mancharse de vísceras ni embarullarse de dogmatismos. Sus consejos son ejemplares de cabecera en este atlas argumentado para aprendices de escritores, lectores de lo oculto y de la belleza en lo cotidiano, para soñadores de una política que recupere el oído de la calle, la importancia del diálogo, el necesario sentido de la educación. La conciencia para distinguir la grandeza de las obras que crean espíritu de ciudad y las que sólo son pisapapeles de la vanidad y del paisaje. Qué modernidad visionaria la suya en esta Calle de sentido único, qué versátil su escritura más allá del silencio del libro, de ir más allá con la mirada.
Sólo se requiere sensibilidad para andar por dentro de sus páginas con un número en la esquina y un nombre en lo alto, en las que demorarse un café; disfrutar de la felicidad del niño que se sube al tiovivo y preside un mundo que hace suyo, de aquellos que fuimos y de los que son nuestros ahora, con los que tenemos en común el conocimiento de todos los escondites de la casa y del barrio en los que a solas mudar de imaginación y de secretos; descubrir que las cervecerías son las llaves de todas las ciudades; aprender que también los sueños cierran por reformas; que existen barrios donde cada callejuela hace bandera y cada palabra tiene por eco un grito de guerra contra las consignas de la ciudad que siempre los olvida en la periferia.
No sólo acentúa los viejos males que se mantienen actuales en el filósofo que observa, escruta, advierte. Preferentemente a mano, para sentir cómo los dedos desenvuelven las palabras, le confieren personalidad en el texto, donde las dibuja como esferas, triángulos, pájaros, con ritmo, en lugar de marcarlas como cifras con unos dedos imperativos en las máquinas de escribir, igual que si fuesen letras sin relación de parentesco con nosotros. También reflexiona Walter Benjamin acerca de lo que saben de nosotros los objetos perdidos; de los paisajes dibujados en los billetes de banco; de los coleccionistas de postales con un beso manchado por el estigma del matasellos del franqueo; de los regalos que deben afectar tan profundamente al obsequiado que éste sobresalte; de los planetarios, del material de papelería. Y de fondo su recordatorio de que la vida es caminar mientras vamos cambiando de tiempo, y de su pasión por la crítica como género, a la que le exige hablar con el lenguaje de la obra que se enjuicia y despertar el entusiasmo del espíritu del lector o de quien contempla la obra de arte.
Calle de sentido único, un afrodisiaco eficaz para pensar lúcidos y serenos en esta época de nieblas. Una joya del maestro que me enseñó a pensar la estética y a abordar la literatura. A cazar en el laberinto de la ciudad las cosas que nos revelan la importancia de lo aparentemente insignificante, a tomar conciencia de uno mismo sin llevarse un susto y a que no existe un sentido único en el que avanzar el pensamiento, la mirada, la creatividad. La manera de darle cuerda a la felicidad, una flâneusse entre nosotros.
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Autor: Walter Benjamin. Título: Calle de sentido único. Editorial: Periférica. Venta: Amazon
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