Escribimos cartas de amor, de felicitación y de despedida, aunque rara vez escribimos una carta de agradecimiento. Estas palabras son para ti, Joan, porque me demostraste que se puede ser tierno y firme al mismo tiempo, que para defender la libertad y la memoria no hace falta gritar, sino escoger las palabras adecuadas.
Recuerdo el sonido del agua cayendo de una fuente clara, como tus ojos aquella tarde y también tu mano sobre mi hombro, acompañándome, antes de preguntarme, como en aquellas tardes perdidas de la adolescencia, por las cosas más sencillas de la vida, las más importantes desde luego, aquellas que a menudo olvidamos y que tú te encargabas de recordarnos.
Te escribo, Joan, porque recuerdo esa tarde de primavera, aquel paseo junto a otros poetas jóvenes, tratándolos como iguales, con el cariño y la humildad que desprenden todos los que merecen ser llamados referentes. “Barcelona ja no es bona”, decía Gil de Biedma, y ahora lo será todavía un poco menos tras tu marcha hacia ese asombroso invierno del que nos hablaste.
Lo cierto es que no acostumbro a rendir homenajes, no me gusta sumarme a las tendencias del momento ni hacer gala de la común tendencia a la prostitución emocional, que tan de moda está en estos días, pero cuando recibí la noticia de tu muerte no pude evitar derramar una lágrima y sentirme, como muchos otros, un poco más huérfano. Nadie como tú ha representado mejor el amor por la pluralidad lingüística de nuestro país al margen de las banderas y eres culpable, Joan. Sí, culpable de que decidiera empezar a escribir tras descubrir que la poesía se escondía en los rincones más sencillos e insospechados, tras aprender que de la pérdida más dolorosa podía surgir una imagen bella, que una herida es un lugar donde se puede vivir y que la libertad también es una forma de amar.
Reconozco que nunca se me han dado bien las despedidas, es más, puedo asegurar que las odio; no sé escoger el momento en el que decir adiós, o quizá nunca exista un buen momento; porque creo que marcharse no es sinónimo de desaparecer, y por eso la mejor manera de rendirte homenaje es decirte que nunca tiraré las cartas de amor en forma de poema que nos escribiste, y que cuando pasen los años, me cansen los libros y el ruido de la ciudad en los cristales acabe siendo la única música posible, cuando el cielo esté plomizo, sean las cinco de la mañana y llueva en las ventanas y en los ojos, volveré a ellas para hablar contigo y confesarte que tenías razón, que guardé todas bajo la almohada y que las leo y releo cuando todo está oscuro y siento que el tren en el que viajo está vacío. Tú me enseñaste que el amor no entiende de sujetos, sino de lugares que perduran al final de todo, los espacios de los que venimos y donde va quedando la vida.
Tus poemas serán nuestra última literatura.
***
No tires las cartas de amor
No tires las cartas de amor.
Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
−esta flecha de sombra−
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesía.
El ruido de ciudad en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.
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