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José Antonio Zarzalejos: «Juan Carlos I no es exactamente un farsante, ha perdido el anclaje con la realidad»

José Antonio Zarzalejos: «Juan Carlos I no es exactamente un farsante, ha perdido el anclaje con la realidad»

Un día antes del cuadragésimo aniversario del 23-F, Zenda entrevista en La Rotonda del Palace al periodista José Antonio Zarzalejos (Bilbao, 1954) con motivo del lanzamiento de su libro Felipe VI: Un rey en la adversidad (Planeta, 2021). El actual analista de El Confidencial, adjunto al presidente de su sociedad editora y colaborador de la SER y de RNE no ha publicado una biografía sobre el actual Jefe del Estado, sino un ensayo racional sobre las claves políticas de su reinado, sus adversarios —siendo su padre, Juan Carlos I, el principal de estos— y el futuro de la institución. Galardonado con, entre otros, el Premio de la Federación de las Asociaciones de la Prensa de España (FAPE), el Godó de Periodismo o el Mariano de Cavia, el exdirector de ABC sostiene que una república no tiene por qué ser más democrática que una monarquía, y que estas funcionan bien “cuando no tienen el entusiasmo de la derecha ni de la izquierda”: “Lo mejor para apoyar a la monarquía es que el sistema institucional funcione”. Comenzamos:

—Señor Zarzalejos, ¿por qué es monárquico?

"No soy monárquico: estoy con la monarquía. El ser es un verbo esencial"

—No soy monárquico: estoy con la monarquía. El ser es un verbo esencial. Uno es liberal, marxista o conservador, pero no es monárquico. Ser monárquico no tiene un contenido ideológico. La monarquía parlamentaria me parece que es la mejor opción para la gestión de la Jefatura del Estado. En castellano tenemos dos verbos con significación distinta: ser y estar; en otros idiomas, no. Y yo estoy con la monarquía pero no soy monárquico. Porque no milito en el monarquismo. Además, creo que la monarquía, en el siglo XXI, no es una ideología, sino una opción de la gestión de la Jefatura del Estado. 

—De todos los reyes que ha habido en España, su favorito es…

—No tengo ningún favorito. Destacaría de ellos algún tipo de aspecto admirable o interesante. Por ejemplo, de los Austrias me quedaría con los dos primeros, con los Austrias Mayores: Carlos I y Felipe II. De Carlos I admiro su idea imperial, sobre todo, esa idea de la monarquía plural que tenía. Y de Felipe II, por una concepción de su reinado también muy integral y con mucha proyección. De los Borbones, al margen de Felipe VI, creo que hay uno muy relevante, y es Carlos III. Aparte de que tiene las mejores dotes naturales, es también un hombre que apostó por la gestión y que hizo muchas cosas. Probablemente, Madrid sea una ciudad que muestra hasta qué punto Carlos III fue un hombre preocupado por la gestión. Y, desde luego, de todos los reyes de España, no oculto que tengo una deferencia, por la forma de ser y de estar, a Felipe VI. 

—Imagino que no hay duda sobre cuál fue el peor: Fernando VII.

—No, yo creo que no hay duda. En la monarquía borbónica, desde luego, sí: Fernando VII. Sin duda. El rey Felón. Es verdad que también Felipe V fue un hombre muy extraño. Abdicó y, a los pocos meses, cuando murió su hijo volvió a desempeñar la corona. Después, la extinción de los Austrias es muy triste. El tránsito que va de Felipe IV a Carlos II es muy triste, muy sórdido. 

—Usted dio una exclusiva histórica: la de la abdicación de Juan Carlos I en junio de 2014.

"Supe que el lunes se iba a producir la abdicación y, efectivamente, me apoyó el director, me apoyó el editor, y publicamos la exclusiva"

—Realmente, di dos exclusivas en ese asunto: una, en el mes de febrero de 2013. Yo abría el periódico El Confidencial con este titular: “El Rey baraja su abdicación”. Esa fue desmentida por la Casa y prácticamente no tuvo relevancia alguna en los medios. Pero el 2 de junio de 2014, es decir, año y medio después, sí me adelanté y, antes de que saliese el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a comunicar que el Rey le había manifestado su deseo de abdicar la Corona de España, en El Confidencial ya se abría con la noticia de la abdicación. Yo había escrito sobre ello la noche anterior. La noche del día 1 de junio, que era domingo, por cierto, supe que el lunes se iba a producir la abdicación y, efectivamente, me apoyó el director, me apoyó el editor, y publicamos la exclusiva.

—¿Por qué cree que Juan Carlos I es el “peor adversario” de Felipe VI?

—Es una circunstancia orteguiana. Y freudiana también porque, entre padre e hijo, siempre hay algo freudiano, aunque no sepamos descubrirlo. Es verdad que es el principal adversario porque le ha procurado una serie de problemas de difícil, de casi imposible manejo. Esa es la razón por la que tuvo que apartarle de la vida pública; por la que tuvo que renunciar, en abril de 2019, a la herencia que le pudiera corresponder de los fondos presuntamente ilegales; por la que le retiró la asignación presupuestaria… Si todo eso no es suficiente para considerar que es su adversario, ¿qué más falta para considerar que es el peor adversario del rey? 

—En función de las últimas informaciones que ha protagonizado, ¿Juan Carlos I tiene más personaje de farsa o de tragedia?

"No es capaz de darse cuenta de hasta qué punto él ha perpetrado una serie de conductas realmente rechazables"

—Creo que más de tragedia. Por una razón: Juan Carlos no es exactamente un farsante. Es una persona que, por su edad o por sus circunstancias, ha perdido el anclaje con la realidad. No es capaz de hacerse una autoevaluación ética, una autoevaluación, incluso, moral, para darse cuenta de hasta qué punto él ha perpetrado una serie de conductas realmente rechazables. 

—Usted cuenta que cuando al emérito se le reprocha algo, él tira de victimismo.

"Él se victimiza. Cree que lo que está sufriendo es una situación injusta que él no se merece"

—Sí. Él se victimiza. Cree que lo que está sufriendo es una situación injusta que él no se merece. Por tanto, es víctima de una serie de fuerzas y de intereses que son ajenos a su conducta. Y ahí se confunde. Ese es el grave problema que tiene el rey emérito: no es consciente de la dimensión, digamos, reprobable de sus actitudes. 

—¿Veremos al emérito alguna vez en el banquillo?

—Es una posibilidad remota. En este momento hay tres diligencias en el Ministerio Fiscal y, efectivamente, alguna de ellas podría terminar con un procedimiento penal, pero me parece que es más previsible que, por una parte por la inviolabilidad, por otra por la prescripción, y por otra por la regularización fiscal voluntaria hecha en el mes de diciembre de 2020, esos tres institutos jurídicos, digamos, previsiblemente, le librarán de una acción penal.

—Muchos periodistas y medios que masajearon a Juan Carlos hoy opositan para ser sus verdugos. ¿A qué se debe esta hipocresía?

"No hay que buscar chivos expiatorios en los medios de comunicación, en los presidentes del Gobierno o en los empresarios. No, no: el responsable es él y sólo él"

—(Piensa) No es una cuestión de hipocresía. Es una cuestión de decepción. Entonces, es verdad que se produce una situación contradictoria: hubo un consenso permisivo y ahora hay un consenso inquisitorial. No me parece que sea oportunismo. Creo que es el fruto de una decepción colectiva. Además, los periodistas, y cuidado con esto, esto es muy importante, los periodistas no tenemos ninguna obligación de vigilar los comportamientos del rey. Si alguien tiene obligación de vigilar los comportamientos del rey es la clase política y los dirigentes políticos. Pero los periodistas, ¿por qué? No tenemos ninguna obligación legal ni constitucional de refrendar los actos del rey. Lo que le ha pasado a Juan Carlos I es responsabilidad de Juan Carlos I. No hay que buscar chivos expiatorios en los medios de comunicación, en los presidentes del Gobierno o en los empresarios. No, no: el responsable es él y sólo él. 

—Escribe que Felipe VI no ha heredado el “amparo de la izquierda” que, “capitaneada por Felipe González y Alfredo Pérez Rubalcaba”, tuvo su padre. ¿Son especies extintas los políticos como González y Rubalcaba?

—Felipe VI ha perdido aquel expresivo, manifiesto y abierto apoyo a la monarquía que expresó Felipe González y que expresó, yo creo que magistralmente en su discurso sobre la ley de abdicación, Alfredo Pérez Rubalcaba. Ahora, el rey Felipe VI sigue teniendo el apoyo del presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, pero lo tiene de otra manera más discreta, entre otras muchas razones porque la conducta de Juan Carlos ha deprimido cualquier entusiasmo. Entonces, hay un apoyo silente, más discreto, más frío, de carácter institucional, menos afectivo, o nada afectivo, pero no podríamos decir que ha perdido el apoyo de la izquierda. Si el rey perdiera el apoyo del PSOE, probablemente en tres semanas se abriría un proceso constituyente.

—Afirma que “no se trata de que la derecha política quiera mucho al rey, sino de que le quiera mejor”. La derecha que pretende abrazar a Felipe VI, ¿en realidad le estrangula?

"Las monarquías funcionan bien cuando no tienen el entusiasmo de la derecha ni de la izquierda. Cuando tienen el respeto de los unos y de los otros"

—Sí. Hay algunas derechas que, con determinadas expresiones de entusiasmo, con determinadas declaraciones, realmente, parcializan la institución, que es una institución transversal. Da la sensación de que se la quieren apropiar. Y eso es extremadamente peligroso. Es el abrazo del oso. No es un abrazo de cariño: es un abrazo homicida. Las monarquías funcionan bien cuando no tienen el entusiasmo de la derecha ni de la izquierda. Cuando tienen el respeto de los unos y de los otros. Esa es la situación de normalidad. No hacen falta entusiasmos para apoyar a la monarquía. Lo mejor para apoyar a la monarquía es que el sistema institucional funcione. Y muchas veces hay que hacer algún requerimiento a la derecha para ayudar a la gobernabilidad, y a la izquierda pedirle que sea coherente. Es decir, que ministros de Podemos no juren fidelidad al rey y luego se dediquen, desde el propio Consejo de Ministros, a zaherir al rey.

—¿Unidas Podemos y los nacionalistas tendrán alguna vez la fuerza suficiente para no sé si tumbar la monarquía pero, al menos, y disculpe la expresión, darle una buena hostia?

"La cuestión está en la insolvencia con la que se hacen esos manifiestos republicanos. Son insolventes"

La monarquía tiene que adaptarse, poco a poco, por una parte, a las tradiciones, y la monarquía es tradición, y por otra, a la funcionalidad presente. Es decir, tiene que ser funcional aquí y ahora a los intereses del Estado y de los ciudadanos, y tiene que proyectar al futuro la referencia de permanencia, de estabilidad del Estado. Que haya un sector dentro de las diversas facciones políticas que impugna la monarquía parlamentaria como forma de Estado no es ninguna cosa dramática: es una cosa natural en una democracia plural como la nuestra. La cuestión está en la insolvencia con la que se hacen esos manifiestos republicanos. Son insolventes. Y para demostrar que son insolventes, yo pondría a los prescriptores de la tercera república frente a quienes fueron los prescriptores de la Segunda.

—¿Usted se imagina una república presidida por Monedero…

—Por ejemplo.

—…o por Aznar?

—O por Zapatero, me da igual. Pero no veo a los prescriptores de la república, en este momento, como he visto o he leído a Ramón Pérez de Ayala, a Gregorio Marañón o a Ortega y Gasset. Por tanto, mientras los prescriptores de la tercera república sigan siendo los que son, yo creo que en lugar de fragilizar la monarquía, la fortalecen. Lo que tenemos que plantearnos es si nuestra democracia es de mayor o de menor calidad, o no. Y esa es la pregunta que se han hecho los suecos, los noruegos, los daneses, los belgas, los holandeses y los británicos, y han contestado: “Estamos bien con una monarquía parlamentaria”. Tiene sus defectos. Claro, como también los tiene una república. Acabamos de ver el ejemplo de un presidente republicano, en un Estado federal, como EEUU, que ha perpetrado un comportamiento realmente inenarrable: Donald Trump. Dentro de la UE, tenemos repúblicas que son iliberales, como Polonia o Hungría. Frente a ellas, ¿qué hay? Monarquías parlamentarias que son ejemplarmente democráticas, como la de los Países Bajos, la de Dinamarca, la de Noruega o la de Suecia. Por lo tanto, en este momento, monarquía y república son perfectamente sinónimos de democracia. “República” no es sinónimo de “democracia”, y “monarquía” no es sinónimo de “no-democracia”. No, no: cada país elige su propia opción de la Jefatura del Estado. Lo importante es que esa democracia sea auténtica y tenga verdaderos estándares de calidad.

—Para finalizar: dadas las circunstancias, tan líquidas, tan cambiantes, tan tremendas, ¿Leonor tiene futuro como reina de España?

"Desde esa racionalidad, en la que no pongo ninguna visceralidad, creo que habrá una sucesión en la Jefatura del Estado en la persona de Leonor de Borbón"

—Creo que tiene todo el futuro. Por varias razones. Claro, decir esto parece un acto de fe, pero no es un acto de fe. Primero, Felipe VI está remontando claramente la crisis. Ahí tenemos estudios demoscópicos, incluso hostiles, que dan unos resultados que así lo acreditan. Segundo, tenemos una correlación de fuerzas que no estaría por un proceso constituyente. Como sabes, para un proceso constituyente habría que tumbar esta Constitución por el propio procedimiento que la Constitución establece. Tercero, porque estamos en la UE, y la UE trata de salvaguardar la integridad constitucional de los países que han entrado con sus constituciones en ese club de 27. Están muy vigilantes a que no se produzcan desviaciones en la separación de poderes. Es decir, buscan la calidad de la democracia. Y en cuarto lugar, el siglo XXI es el siglo de las mujeres, y tenemos la suerte, entre comillas, de que tenemos una heredera. Sería la Jefa del Estado. Desde el siglo XIX no tenemos una. Por tanto, la alineación de circunstancias para asegurar o para aseverar que, en el futuro, hay monarquía parlamentaria en España, es grande. Y yo, desde esa racionalidad, en la que no pongo ninguna visceralidad, creo que habrá una sucesión en la Jefatura del Estado en la persona de Leonor de Borbón.

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