“Yo pude ser el primero. El primer ser humano en contemplar la Luna desde el espacio exterior. Pero eso ya no importa. Nadie lo sabrá jamás”. En el invierno de 1966, en un pueblo perdido de la Siberia oriental, un piloto alcoholizado llamado Grigori Nelyubov aparecía sin vida junto a las vías del ferrocarril tras una tormenta de nieve. Sólo unos años antes, compartía entrenamientos y sudores con Yuri Gagarin, el gran héroe nacional, pero algo se torció en el camino y todos sus sueños se fueron por el desagüe.
¿Quién podría resistirse a una historia como esta? ¿Quién no sentiría el picazón de la curiosidad? Yo, desde luego, no pude contenerme. Llegué hasta Grigori Nelyubov de pura casualidad. Estaba recabando documentación para un artículo sobre el actor Kevin Spacey, quien —tras ser denunciado por abusos durante la campaña del #Metoo— había pasado, en apenas unos meses, de ser el intérprete más admirado de la profesión a convertirse en un apestado de Hollywood. Buscaba personajes históricos que —como Spacey— hubieran “caído en desgracia” de un modo casi bíblico; tipos cuya suerte hubiese cambiado de forma caprichosa, cruel y arbitraria de la noche a la mañana, despeñados cuesta abajo por el soplo invisible del destino. Una noche se acostaron en la cima del mundo y, a la mañana siguiente, se despertaron incomprensiblemente en la sima más profunda de la derrota.
Recordaba haber leído o escuchado en alguna parte algo parecido sobre un antiguo cosmonauta, alguien que estuvo a punto de ser elegido para la primera misión espacial de la historia, pero que —por alguna extraña razón— acabó siendo despedido y repudiado por todos. Tecleando en Google, encontré su nombre con relativa facilidad —Grigori Nelyubov—, así como una breve semblanza suya en la Wikipedia (apenas un par de párrafos), pero aún había un montón de preguntas e interrogantes que permanecían girando en órbita dentro de mi cabeza, como aquella hermosa esfera de metal llamada Sputnik —lanzada por los rusos en 1957— que pisoteó el orgullo tecnológico de los EEUU en plena Guerra Fría. De algún modo, intuí que detrás aquel cosmonauta maldito había una historia mucho más intrigante y fabulosa de lo que había pensado en un primer momento o —incluso, ¿por qué no?— material para una novela.
Los siguientes meses los pasé encargando libros y libros al extranjero (no había casi nada de bibliografía publicada en España sobre el tema) e investigando todo lo posible sobre esa incógnita llamada Nelyubov, borrado de la historia —como la coma mal puesta de una redacción escolar— por los agentes secretos de la hermética URSS. Descubrí una época apasionante y misteriosa, repleta de brumosos secretos, vidas extraordinarias y una atmósfera alucinante, tan novelesca como absolutamente real (la vida se empeña siempre en superar a la ficción).
Y así, tirando del hilo, fui pergeñando los perfiles difuminados de su pasado, enmarcado dentro de la carrera espacial soviética, recuperando el nombre de la tumba de aquel cosmonauta cuya existencia —durante veinte largos años— fue sepultada por la nieve y el olvido.
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Autor: Daniel Entrialgo. Título: La tumba del cosmonauta. Editorial: Espasa. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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