Cuando Alicia Giménez Bartlett me señaló que El suicidio de Willy Malpica le parecía una novela sin trampas ni zarandajas, sentí un profundo agradecimiento. Porque esa era la idea. La intención. Contar un cuento, decir la verdad siempre con mentiras. Algo así como una aventi de aquellas de Marsé: un puñado de chavales escuchando patrañas con los ojos y la boca abiertos. Emocionados. Creyéndoselas. En fin. El caso es que la historia exigía un narrador sincero y honesto. Un honrado embustero. Pero ya digo: era sólo la intención.
De ahí que quiera hablar y no hablar de El suicidio de Willy Malpica: como el gato de Schrödinger. O puede que lo haga por pretencioso. Quién sabe. Por burda imitación. Sea como sea, cuando me preguntan por el argumento, me remito a las tres frases destacadas en la contraportada: un suicidio, un excomisario corrupto, un bebé desaparecido… Por lo demás, soy una tumba.
No diré que tal vez, y sólo tal vez, esta sea una novela en clave. Una forma de contar la realidad bajo la máscara de la ficción. Porque me pareció pertinente dar voz a Sara Cruz. A mi manera. Claro. Inventando mucho. Aunque en esencia la de Sara es también la historia de tantas víctimas y, de algún modo, las representa a todas. Me gusta pensarlo. Mujeres castigadas y a menudo olvidadas. Supervivientes. Heroínas. En definitiva: valientes.
Tampoco mencionaré que el relato pretende ser un rompecabezas, ni que tiene mucho que ver con esa narración desordenada y algo caótica. La forma escogida para que el lector acompañe en su desconcierto a los protagonistas: el inspector Vegas y la periodista Lola Santos. De perderse con ellos a medida que avanzan o retroceden en la investigación, siempre con la promesa implícita de la última página. La recompensa de una visión global. Completa. Pero la metáfora del puzle está muy sobada. Así que no: tampoco lo diré.
Y es que quiero y no quiero hablar de El suicidio de Willy Malpica y, por lo tanto, no aludiré al telón de fondo que constituye el Barba Rossa Beach Bar: un bar cutre de carretera. Una suerte de hilo conductor y punto de reunión del motociclismo pandillero —granujas, sinvergüenzas, honrados delincuentes— donde caben también Lola Santos y Tito Vegas cuando no ejercen de periodista ni de inspector. Son sólo ellos. Ese lugar que transitan los personajes —muchos, no todos, cada cual a su manera— y les otorga un pasado común. Pero el caso de Vegas es particular. Su condición de sabueso de la Criminal lo margina. Es la oveja negra: un madero. Y en gran medida el Barba Rossa Beach Bar explica la indefinición que acusa un confuso Vegas: la sensación pegajosa de no formar parte de nada. Esa incomodidad.
Por lo demás, decía, soy una tumba.
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Autor: Dani Ferrairó. Título: El suicidio de Willy Malpica. Editorial: booket. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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