En una conversación que hace años mantuve con Luis Alberto de Cuenca para JotDown, le pregunté por su labor como traductor. Acababa de ganar el premio Nacional por una versión del Cantar de Valtario, y su postura me pareció interesante. Un traductor, dijo, camina en paralelo al autor, asumiendo su contexto y sus circunstancias, interpretando el eco que su lengua tiene en la nuestra, para luego aplicar lo más importante que necesita una traducción: el talento. Me sorprendió que Luis Alberto impusiese el talento en una labor que yo suponía casi mecánica, pero al conocer yo a unos cuantos traductores en este impasse, y al ver, además, quiénes han traducido las grandes obras de la literatura universal, hoy lo afirmo rotundamente: el talento es necesario al traducir. Pero, como ocurre con tantas otras caras de nuestra poliédrica cultura, corren tiempos recios para dicho talento.
Hace unos días, Marieke Lucas Rijneveld, una de las grandes autoras neerlandesas del momento, tuvo que renunciar a la traducción de Amanda Gorman por un matiz hasta ahora inverosímil: no es de raza negra. La poeta estadounidense se ha convertido en un icono literario tras la lectura de aquellos versos en la toma de posesión de Joe Biden, y su fama se propaga por el mundo en forma de ediciones y traducciones. Ahora bien, junto al éxito de Gorman viaja también la clásica catadura buenista norteamericana, que reclama que sólo una mujer joven y negra puede traducir a la poeta. Es decir, dejamos a un lado los méritos traductores para premiar condiciones que moldeen la plastilina moral de nuestro siglo. Y yo me pregunto: ¿dónde queda aquí el talento? ¿Acaso no debería primar la capacidad de Rijneveld a la hora de comprender el lenguaje, su conocimiento de la métrica y la forma, su sentido del ritmo, antes que algo tan arbitrario como la raza o el sexo? ¿Quién debería, entonces, traducir el Cantar de Valtario, compuesto en teoría por el monje Ekkehard I de San Galo allá por el siglo X en un monasterio situado en los Alpes?
Pero esto no es lo peor. Rijneveld renunció a la traducción por las presiones recibidas tras criticar públicamente Janice Deul, activista holandesa, que una blanca tradujese a una negra así, de manera espontánea. Digamos que la decisión, en algún punto, la toma la traductora por hartazgo. Sin embargo, aquí en España ha sido la propia editorial la que ha censurado al traductor de Gorman al idioma catalán, Víctor Bocanegra, por ser hombre y blanco. Es decir, que esta censura moral repugnante ha traspasado la altura hasta ahora corta de las redes para saltar encima de editores y agentes. ¿Nos hemos vuelto locos? ¿En qué momento dejamos que una ética para mercachifles agarrase el timón del arte? Por momentos creo que este populismo traductor sólo tiene un propósito publicitario, pero qué sabré yo de marketing. Entre tantas preguntas, una para cerrar: ¿volverá la cultura a regirse por aquello que un día remarcaba Luis Alberto de Cuenca, es decir, por el talento? Mucho temo conocer la respuesta.
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