Guillermo Roz entrevista al escritor argentino Martín Caparrós en el nuevo número de Confabulario, el suplemento cultural de El Universal de México. El autor de El hambre da su visión de Latinoamérica en esta conversación.
Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) habla lento. Piensa las frases como si las estuviera escribiendo. Caminó por casi cien países haciendo periodismo y literatura, y parece que nunca se hubiera movido demasiado lejos de esa taberna madrileña en la que conversamos. En la mesa coloreada por la luz que entra a través de los vitrales nos acompañan un ejemplar de Lacrónica (Círculo de Tiza), su compendio de crónicas y meditaciones sobre las mismas, y Echeverría (Anagrama), su particular biografía novelada del primer poeta argentino. Somos argentinos, conversamos en España, empezamos la charla hablando de México.
¿Cómo fue que Echeverría, tu última novela, nació en México?
Fue en la Feria de Guadalajara de 2014. Estaba en la mesa en la que esperaba que empezara la actividad, me puse a hojear El Matadero, la que finalmente fue la obra más recordada de Esteban Echeverría. Era un libro que yo no tenía en mis manos desde la escuela secundaria, un libro de esos que te hacen leer en Argentina. Y me puse a leer y me di cuenta de que el autor en cuestión era un cronista del carajo, y después pensé que Echeverría era como el primer antiperonista de la historia argentina, cien años antes de que existiera el peronismo. Lo segundo que vi es que a los veinte años se había ido a París cinco años, igual que yo. Y después me topé con una idea que me impresionó mucho, que es la de un tipo que decide crear una literatura nacional. En general las literaturas existen ya. Por ejemplo, si uno piensa en México puede pensar en códices mayas o aztecas, puede pensar en Sor Juana o en diferentes genealogías. En cambio, lo de Argentina es diferente, era un espacio vacío donde además, se quería rechazar todo lo español, no había bases.
¿Echeverría fue también una excusa para hablar del nacimiento de la Argentina?
Sí porque el libro habla también del inicio del primer gran régimen que marcaría la historia de la política argentina, que es el de Juan Manuel de Rosas, que si uno lo mira desde el presente tiene una cantidad impresionante de semejanzas con el peronismo.
La vida de Echeverría y la joven Argentina tienen algo de una empresa que no llega a fraguarse, ¿se parecen?
Sí porque Echeverría está en una encrucijada rara entre ser un tipo de las pampas, de la barbarie y, por otro lado, es una persona que quiere inscribirse en la civilización, que estudia en París, que quiere organizar una literatura nacional, que hace un programa de gobierno a largo plazo, que vive en ciudades cuando puede. Es la gran y famosa encrucijada de la nación argentina: civilización y barbarie.
Y además es la historia de un fracaso, ¿no?
Sí, claramente. Y de una confusión que siempre me resultó interesante: esto de cómo un autor es incapaz de juzgar sus propias obras. O sea, el fracaso tiene varios estamentos: muere solo y pobre y en el exilio, a los 45 años, pero por otro lado, su propia literatura fracasa porque los grandes poemas románticos que imaginó que serían su gloria, fueron celebrados cuando se publicaron en ese momento y nunca más se leyeron ni se recordaron. Y en cambio, ese pequeño texto que se llamaba El Matadero, que Echeverría ni siquiera quiso publicar porque le parecía que no estaba terminado, que le faltaba arte, es lo único que se sigue leyendo. Es lo mismo que le pasó a Cervantes, quien pensaba que Persiles y Sigismunda sería su obra más recordada, o Voltaire, quien escribió grandes tragedias en verso que nadie lee.
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