La escritora y ensayista norteamericana Siri Hustvedt, que analiza la cuestión filosófica de la relación entre cuerpo y mente en Los espejismos de la certeza, cree que «es poco probable que la inteligencia artificial pueda llegar a emular a la biología».
En una presentación telemática del libro desde Estados Unidos, Hustvedt, premio Princesa de Asturias de las Letras 2019, ha reconocido que «se están haciendo cosas increíbles en el mundo de la robótica, y ya hay muchas acciones que pueden y podrán hacer los robots, como la función de reconocimiento e incluso ya están escribiendo y cada vez mejor, mucho más allá de un simple parte meteorológico».
Sin embargo, cree Hustvedt que «la comunidad de la inteligencia artificial deja de lado la inteligencia general y los robots no son capaces de hacer cosas en el modo que lo hacemos nosotros» y añade: «Me parece poco probable que la complejidad de la biología pueda meterse en algún tipo de sistema digital, y que veamos en breve la inteligencia artificial creando algo que siente, que llora, que ama«.
En Los espejismos de la certeza (Seix Barral), la autora ofrece un recorrido por los hallazgos científicos y las corrientes filosóficas que han marcado más de 2.000 años de historia de la humanidad para llevarlos al límite, a partir de disciplinas tan variadas como la neurociencia, la psiquiatría, la genética, la inteligencia artificial y la psicología evolutiva.
En el ensayo, Hustvedt desmantela tópicos sobre la crianza, la genética, y aporta ideas sobre la prevalencia de la autoridad masculina, el reto de la inteligencia artificial que lo aceptamos sin crítica, o cómo nos relacionamos con la tecnología.
Considera superada la visión dualista de Descartes que veía como dos mundos separados la mente y el cuerpo, y afirma con rotundidad que «la ciencia sin la duda no puede funcionar, porque la naturaleza del método científico parte siempre de la duda, hasta que el experimento te permite elaborar una hipótesis, aunque a veces sea errónea».
En estos momentos de pandemia, que «la ciencia y la filosofía vayan de la mano es más importante», argumenta Hustvedt: «Estamos en una emergencia global sin precedentes, quizá sólo comparable a la gripe de 1918, y a esta situación se suman otras preocupaciones como el cambio climático; y la filosofía se hace preguntas esenciales».
Por esta razón, percibe que «solo los buenos científicos se dejan influir por la filosofía» y pone como ejemplo al neurocientífico italiano Vittorio Gallese, un lector habitual de filosofía.
Ante los espejismos de la certeza de su título, Hustvedt piensa que la muerte es la única certidumbre, y este pensamiento se ha agudizado con la pandemia —en Estados Unidos se han perdido más de medio millón de vidas y suelen ser los más desfavorecidos, recuerda—.
«No lograremos pasar página de todo esto cuando acabe la pandemia, que pasará, si no hacemos un ejercicio de recordar y no olvidar».
La pandemia, agrega la autora, le ha hecho entender algo que nunca hasta ahora había tenido tan claro, «siempre proyectamos el presente hacia el futuro, y para funcionar bien hay que contar con ese futuro imaginario. El confinamiento nos situó ante la rareza de mirar hacia adelante y no poder imaginar ese futuro por completo».
A su juicio, ese bloqueo ha resultado difícil y «explica muchas de las depresiones que están surgiendo», porque «no es normal no poder proyectar el presente en el futuro, y a medida que pase el tiempo veremos sus consecuencias psicológicas».
Parece que se nos ha olvidado la pandemia de 1918, y eso nos enseña, subraya Hustvedt, que «no hay que olvidar la historia, recordar el pasado, porque nos ayudará a sanar colectivamente».
Combate Hustvedt ideas como que la biología sea algo estático, como que la genética nos marca desde que nacemos como si fuera un «dictador que crea y decide nuestros rasgos», pero, en realidad, «la biología no es algo escrito a fuego sobre una piedra».
Hustvedt se ha referido asimismo al cambio de paradigma político en Estados Unidos: «Hemos cambiado de presidente, la vacunación va bastante rápida, puedo notar un cambio en mi estado de ánimo, porque veo que parece que hay algo después del presente».
Aunque no crea que la ideología de Donald Trump haya desaparecido, se siente «alividada de no tener que escuchar diariamente esa retórica» y expresa su esperanza de que «este plan de alivio de Biden ayude a la ciudadanía y pueda quizá mitigar ese cinismo profundo y esa ira del país, esa insatisfacción» que encarna la derecha más conservadora norteamericana.
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