Foto: Silvia P. Cabeza.
Roger Wolfe es un poeta, narrador, ensayista y traductor nacido en Westerham, Inglaterra, en 1962. Considerado como uno de los principales representantes del realismo sucio en nuestro idioma, vive en España desde la infancia. Su obra poética ha sido reunida en antologías como Días sin pan (Renacimiento, 2007), Noches de blanco papel. Poesía reunida (1986-2001) (Huacanamo, 2008), Algo más épico sin duda (Renacimiento, 2017) y La poesía es un revólver apuntando al corazón (Colección verso & cuento, Aguilar, Penguin Random House, 2019). En narrativa ha publicado obras como El índice de Dios (Espasa Calpe, 1993) o ¡Que te follen, Nostradamus!(DVD, 2001). A mediados de los años noventa acuñó el sintagma «ensayo-ficción» para referirse a una serie de obras misceláneas, en las que convivían formas discursivas muy variadas: notas, reflexiones, poemas, recuerdos, máximas o sentencias y aforismos. De ese impulso nacieron Todos los monos del mundo (Renacimiento, 1995), Hay una guerra (Huerga y Fierro, 1998), Oigo girar los motores de la muerte (DVD Ediciones, 2002) y Siéntate y escribe. (Ensayo-ficción 2002-2008). Aunque son libros que responden a una poética similar, con el paso del tiempo ha ido creciendo su vertiente aforística. Nadie como Wolfe para definir en unas pocas palabras los recuerdos más sucios que ocultamos en el pecho, como restos de metralla alojados junto al corazón.
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La tarea del creador: tocar fondo en su propio corazón.
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A partir de una determinada edad del hombre es esclavo de su carácter; y el escritor, de su estilo.
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Si la vida es el crimen, el arte es mi coartada.
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Odiamos lo que nos engaña. Por eso siempre acabamos odiando la vida.
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Los hombres corrientes tienen problemas; los grandes hombres se los crean.
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La rutina es el andamio de la cordura.
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El peor agravio que se les puede causar a ciertas personas es tomárselas en serio.
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La tendencia natural de la mente humana es soltar lastre. Por eso se borran los recuerdos; por eso se acaban contando siempre los secretos.
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La vida es una enfermedad terminal. No tiene cura ni remedio. Lo único que se puede hacer es intentar reducir el nivel de exposición. Limitar los daños. Instaurar cuidados paliativos.
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Hay suicidas que no se atreven a quitarse la vida.
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