El día ha declinado en una tarde madrileña gris, casi de novela auroriana, con nubes de plomo presagiando tormenta. Nos citamos en un lugar abierto y urbano con siete de los once autores de la última novedad de la editorial Edelvives (Ala delta): Aurora y en la hora, una historia inquietante para chicos valientes a partir de 10 años, magníficamente ilustrada por Jordi Vila Delclòs.
Charlamos con algunos de ellos y con su editor, Jorge H. Gómez, sobre esta novela de misterio pero, especialmente, sobre el misterio de una novela escrita en equipo, al que se han incorporado Ricardo Gómez y David Lozano.
—Empecemos por el principio. ¿Qué es Aurora?
—Jorge Gómez Soto: Aurora es un lugar situado en el paralelo 43º Norte y no podemos precisar más sobre su ubicación. En la primera novela, Aurora o nunca hicimos que los jóvenes lectores se adentraran en sus calles, sus gentes, sus misterios y en la maldición que parece perseguir a sus habitantes. En esta segunda entrega, Aurora es también el mar que baña sus escarpadas orillas, y es sobre todo la leyenda maldita que la amenaza. Comenzó siendo una cadena de relatos, pero finalmente se nos fue de las manos y terminamos convirtiéndolos en novela.
—Alfredo Gómez Cerdá: A ver, yo no diría que se nos ha ido de las manos, más bien al contrario. De manera consciente y profesional hemos ido manipulando esas historias incipientes hasta convertirlas en dos novelas para jóvenes enmarcadas en un territorio auroriano que, a fuerza de ser imaginado por tantos y tan intensamente, hemos logrado que, de alguna manera, con la magia de la literatura, exista de verdad.
—¿Qué significa ser «auroriano»?
—Ricardo Gómez: A estas alturas del desarrollo de ese lugar y los personajes que lo pueblan, así como del trabajo prolongado e intenso de los que imaginamos Aurora, creo que ser auroriano implica un proceso de enriquecimiento personal y literario casi único.
—Paloma González Rubio: Pienso que es muy importante recalcar que ser auroriano es, sobre todo, ceder toda la importancia a la creación a la obra, y nunca a la voz de cada autor. Los aurorianos practicamos con naturalidad algo que es casi impensable en el mundo de la creación: sacrificamos la voz individual en beneficio de lo colectivo.
—Ricardo Gómez: Sin embargo, yo siento que no hay sacrificio, sino una magnífica voluntad.
—Jorge H. Gómez (editor): En el mundo editorial esto es absolutamente único. Como editor definiría lo auroriano como una sola voz compuesta sin alteraciones, altibajos ni cambios de ritmo. Una voz sorprendentemente unitaria.
—Rosa Huertas: No creas que ha sido fácil, pues cada uno de nosotros, por separado, escribimos y publicamos de manera distinta. Lo más peligroso al enfrentarnos a este reto era ese sonido diferente. Además, como todos nos leemos a todos, somos perfectamente capaces de reconocer el tono del otro. No había, por tanto, posibilidad de engaño en este juego.
—¿Cómo nace Aurora?
—Mónica Rodríguez: Pues como casi todas las cosas importantes, nació de una casualidad, de una improvisación en una reunión parecida a ésta, con amigos, cervezas y un montón de ideas lanzadas a golpe de imaginación y espoleadas con las ganas de contar una buena historia para niños. Y entonces, de repente, fue surgiendo la secuencia de la novela, con su geografía concreta y sus personajes.
—¿Os peleáis entre vosotros?
—Ricardo Gómez: Por supuesto que sí. Discutimos todo, hasta los detalles más nimios, como la geología del paisaje, las distancias que recorren los personajes, la iluminación del rayo cuando cae sobre el mar…
—Jorge H. Gómez (editor): Aunque el fenómeno pueda parecer extraño, estos Cronistas en realidad asumen en su reconocible territorio auroriano una larga tradición; autores consagrados como Faulkner u Onetti construyeron un universo literario físico, y a partir de ahí las historias fluyeron siempre en torno a esa reconocible geografía. Digamos que los Cronistas de Aurora resumen en sus novelas una tradición literaria. En cuanto al orden de lectura, todo vale. Pueden leerse las dos novelas aurorianas por separado o bien primero Aurora y en la hora, que nace en segundo lugar, pero que en realidad es la secuela de Aurora o nunca.
—Mónica Rodríguez: Queríamos que Aurora fuese un caleidoscopio literario.
—¿Quién decide el final tan tremendo (y no vamos a destripar) que tiene la novela?
—Paloma González Rubio: Costó llegar al consenso en cuanto a final feliz o desesperanzador. Pero la literatura se mueve entre esos matices, de alguna manera, y eso, a pesar de parecer una contradicción, encierra siempre una esperanza.
—Jorge H. Gómez (editor): En Edelvives tenemos una larga trayectoria de historias para niños y jóvenes, y en todos estos años de vida hemos publicado libros de diversa índole. Como política de empresa no pretendemos la búsqueda de un tema concreto, ni amoroso ni lacrimógeno. Solo buscamos buena literatura que haga reflexionar. Y Aurora lo es. Muy buena.
—Jorge Gómez Soto: Había una cosa clara: todos queríamos saber si éramos capaces de escribir un libro de terror para chicos. Ahí tuvo una impronta imborrable la huella de uno de nosotros, David Lozano, escritor especializado en cuentos de terror. Animados por la idea que lanzó, empezamos a escribir, pero lo que salió, aunque bueno, no era una novela sino una antología de cuentos de terror. No nos valía. Tuvimos que empezar de nuevo.
—¿Qué temíais cuando os embarcasteis en este singular proyecto?
—Rosa Huertas: En mi caso, lo primero que pensé fue en si yo estaría a la altura del proyecto que emprendíamos. Realmente, como cronista auroriana me exijo mucho más que en mi obra personal. Y creo que, sin temor a equivocarme, el resto de los aurorianos piensan así. Nos conocemos, nos apreciamos y nos admiramos. Yo creo que ese es el gran secreto del éxito del proyecto auroriano.
—Jesús Díez de Palma: Absolutamente, aunque por hablar de un caso concreto del proceso creativo, a mí me ocurrió algo singular, y es que me tocó casi cerrar la historia. Me encontré teniendo que escribir el penúltimo capítulo con un montón de vidas de las que era responsable último y que tenía que organizar, literariamente hablando.
—Ricardo Gómez: Uff. No te quejes, que a mí me tocó empezar la historia. Tuve que escribir el primer capítulo. A ti ya te lo dimos prácticamente masticado.
(Risas)
—Paloma González Rubio: Yo creo que, por encima de los acuerdos, las conversaciones de horas, las correcciones, las marcha atrás, la consolidación de personajes y demás, lo verdaderamente difícil de un proyecto de esta envergadura es aceptar las reglas de que tu trabajo va a ser criticado, evaluado, sometido a consenso y, en caso necesario, sacrificado por el bien de la novela. El proyecto es lo que prima, y si tu trabajo o el de otro auroriano, a pesar de ser buenísimo, no resulta apropiado para la historia, ha de eliminarse. Lograr ese nivel de transparencia y aceptación del bien común por encima del propio es, sin duda, dificilísimo.
—Alfredo Gómez Cerdá: El ritmo de escritura es también muy complejo, pues es un baile con muchos participantes y hay que equilibrar muy bien los tiempos. También creo que es muy complejo el hecho de convertirte por un tiempo en el receptor activo, con capacidad de modificar a tu antojo las amenazas y los sacrificios de los capítulos anteriores.
—¿Es diferente o más complejo editar este tipo de novelas?
—Jorge H. Gómez (editor): La edición de la primera novela de Aurora recayó casi completamente en Paloma González Rubio. En Aurora y en la hora el trabajo recayó en Jorge Gómez Soto y Paloma González Rubio, que han hecho una extraordinaria labor de costura y homogeneización. Además, los autores han sido muy disciplinados, pues todos venían ya de la experiencia de la primera novela. Es realmente emocionante recibir una novela escrita a tantas voces y que suenen con una sola, rotunda voz. Para mí, como editor, ha sido una experiencia especial, mágica.
—¿Qué lecturas inspiran a los Cronistas de Aurora?
(Frente esta pregunta de libros, memoria y raíces, los Cronistas de Aurora se alzan unánimes con esa voz unitaria y poderosa que ha sido capaz de entonar esta magnífica historia):
—Nuestra novela se sustenta en la tradición popular, en relatos como el flautista de Hamelín, en la percepción colectiva del destino de la comunidad, en el significado de sus celebraciones, las maldiciones que arrastra la historia de un pueblo y los espectros que amenazan el futuro desde un pasado que es mejor ignorar.
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