¿Cómo se llega a ser juez? ¿Son los jueces tal y como creemos? ¿Les afecta personalmente el impacto de sus decisiones en la vida de los ciudadanos? ¿Hasta qué punto están politizados? ¿Quién juzga a los jueces? ¿Mandan los jueces en los juzgados? ¿Existe realmente una justicia patriarcal en nuestro país?
Estas y otras muchas preguntas son respondidas por la magistrada Natalia Velilla (Madrid, 1973) en Así funciona la Justicia (Arpa), ensayo del que Zenda publica las primeras páginas.
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INTRODUCCIÓN
Hace tiempo que llegué a la conclusión de que, por muy tolerantes, formados y avispados que seamos, hay algo de lo que no podemos escapar por mucho que nos lo propongamos: los estereotipos. Desde niños nuestra mente se llena de clichés que nos transmiten la familia y el entorno social y que nos permiten adoptar atajos mentales para simplificar la realidad. Los tópicos hacen que aprendamos más rápido porque con ellos no tenemos que analizar todo lo que nos rodea y podemos centrarnos en lo nuevo. El problema surge cuando los estereotipos se convierten en prejuicios inexpugnables que somos incapaces de derribar.
Con los jueces pasa exactamente eso: las creencias sociales a menudo nos imaginan como hombres mayores, con gesto adusto, formas barrocas y poco (o nulo) sentido del humor. Tanto es así que, pese a que el 13 % de la carrera judicial es femenina, muchos ciudadanos todavía se sorprenden al encontrarse en estrados a una mujer, como si fuéramos una exótica rareza. También se maravillan de ver que alguien ordinario que hace cosas ordinarias pueda ser juez.
«Pues no tienes cara de jueza…».
La razón por la que los jueces y magistrados seamos temidos y considerados seres al margen de la sociedad no es otra que la falta de conocimiento del mundo en el que nos desenvolvemos. La opacidad con la que se administra justicia es más un mito que una realidad. Pocos saben que cualquier ciudadano puede asistir a uno de los juicios que todas las mañanas se celebran en cualquiera de los juzgados de España, ya que nuestra Constitución establece que las audiencias deben ser públicas. Por tanto, más que oscurantismo, lo que tenemos es ausencia de políticas de comunicación.
Ni en colegios, institutos y escuelas profesionales se habla apenas de la Justicia. Tampoco en las universidades, a excepción de las carreras dedicadas a las ciencias jurídicas. Esta carencia formativa se sustituye por medias verdades, exageraciones y prejuicios, muchos de ellos alimentados por los medios de comunicación, cuyos profesionales son tan desconocedores de la administración de justicia y de la carrera judicial como el resto de ciudadanos. El Consejo General del Poder Judicial, sin embargo, no ayuda a que la situación mejore.
Al igual que los poderes legislativo y ejecutivo tienen a los presidentes de las cámaras o de los gobiernos como portavoces, el Poder Judicial carece de un verdadero representante público. Cierto es que el presidente del Consejo General del Poder Judicial pudiera considerarse la cabeza visible del Poder Judicial, pero, en la práctica, la actividad divulgadora de esta institución ha brillado por su ausencia. A modo de ejemplo, solo basta recordar la tristemente conocida sentencia de «la Manada» dictada por la Audiencia Provincial de Pamplona en abril de 2705, en vísperas del puente del 0 de mayo. La sentencia cayó como una bomba en la opinión pública, sin que nadie del Poder Judicial saliera a explicar nada. El tribunal había creído a la víctima —calificaciones jurídicas aparte— y, sin embargo, calificaciones penales aparte, el hashtag fue #JusticiaPatriarcal y #YoSiTeCreo. Un estrepitoso fracaso comunicativo del Poder Judicial que sirvió para enraizar aún más los ya existentes prejuicios sobre los jueces y magistrados.
La popularización de las redes sociales ha supuesto un antes y un después para la imagen de la Justicia. Centenares de jueces, magistrados, fiscales y otros miembros de la administración de justicia han irrumpido con sus cuentas en el mar de bytes a exponer sus ideas, sus quejas y, cómo no, sus explicaciones. La incursión de los jueces ha permitido, en gran medida, que los ciudadanos puedan tener acceso a intercambiar opiniones con ellos, paliando en cierto modo este endémico déficit comunicativo. Del intercambio de ideas surge este libro, en el que pretendo trasladar al lector en qué consiste el trabajo de juez, qué problemas tenemos, cómo vivimos y cómo se puede llegar a ejercer esta maravillosa profesión que volvería a elegir una y cien veces. No sé si conseguiré mi propósito de acercar la Justicia al lector, pero sí espero trasmitir la idea de que los jueces en España somos ciudadanos como todos los demás, con un elevadísimo sentido de la responsabilidad y del servicio público, guiados en nuestras resoluciones por el imperio de la ley, si bien también somos seres humanos imperfectos.
Somos, en definitiva, el reflejo de la sociedad a la que servimos, con sus defectos y sus virtudes.
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Autora: Natalia Velilla. Título: Así funciona la Justicia: Verdades y mentiras en la Justicia española. Editorial: Arpa. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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