Foto: Pilar Vallaín
Julieta Valero (Madrid, 1971), conocida sobre todo por su importante obra poética, acaba de publicar Niños aparte en la editorial Caballo de Troya, el sello creado por Constantino Bartolo como plataforma para dar a conocer nuevos autores. A partir de 2014 un editor invitado se encarga de aportar sus apuestas al catálogo. Este año está al frente Jonás Trueba, quien ha apostado por esta obra de Valero, una novela que es a la vez una serie de relatos y también un libro de relatos que puede leerse como una novela.
—¿Cómo llegaste al editor de este año, Jonás Trueba, y qué tal la experiencia de trabajar con él?
—Por un amigo común, al que enseñé el libro —la primera persona del mundo literario que lo veía—, y le interesó mucho. Él sabía que Jonás estaba buscando títulos para su comisariado editorial en Caballo de Troya y me sugirió enviárselo. Y a Jonás le gustó, netamente. Fue así de sencillo. Y sonará tópico, pero la interlocución con él ha sido una delicia. Es muy ágil y muy profundo, un excelente lector, respetuoso, escucha y se hace entender con delicadeza pero con claridad. El diálogo en torno al proceso de conceptualización, porque era un libro estructuralmente complejo de armar, de corrección y ahora de salida al mundo está siendo un regalo añadido al hecho en sí de verlo publicado.
—Niños aparte, ¿se puede realmente dejar de lado a los niños una vez que las maternidades se ponen en marcha?
—No. El «aparte» es una aproximación al espacio adulto, como lo son el amor o el lenguaje a otras formas de totalidad. Reconstituirnos después de traer una vida al mundo es un imperativo —como persona nueva que somos y a la vez “histórica” que éramos—, y precisa de espacios internos y también físicos donde no estén los niños, espacios de adultez y de suspensión de la responsabilidad, pero la maternidad no tiene vuelta atrás. La conciencia es otra, la persona es otra ya.
—¿Desde qué ángulos tratas la crianza y la maternidad?
—Las protagonistas de la novela principal con que se abre el libro son madres con hijos de entre siete y diez años, ya no están “criando”, pero están en plena maternidad aún muy dependiente, muy de cuidado de corta distancia. Y se separan de los progenitores de sus hijos. Eso genera un formato nuevo de familia con tu propio hijo, y hasta de vínculo, que hay que asumir, moldear, ir viviendo. Las custodias compartidas. La culpa y el trabajo de readaptación que conlleva a menudo la ruptura de la familia de origen. Y los afectos y dinámicas nuevas que se crean en las familias reconstituidas. Pero también aparecen en el libro otros enfoques: los hijos que fuimos, la perspectiva sobre nuestros padres, que también se reedita al ser madre una. Y muy importante: la maternidad y el nacer en otras latitudes físicas y sociales. Ese contraste, que puede ser abismal. En otros “aparte”, relatos que trae el libro tras esa novela inicial, se habla del acoso infantil, de las relaciones sociales más o menos de obligado y decoroso cumplimiento que implica ser madre… En fin, hay multitud de ángulos respecto a la maternidad, y sin embargo no diría que es un libro sobre la maternidad… Si tuviera que tematizarlo, que simplificar en “de qué va”, diría que es un libro sobre el deseo como motor de la existencia… Sobre la necesidad de sentirse vivo. Y sobre la dificultad de vivir.
—Niños aparte, ¿quiénes son las dos protagonistas, madres, y que se conocen en el colegio de los niños?
—Elena y Belén son dos mujeres en torno a los cuarenta años… Son madres y se conocen del ámbito del cole. Ambas están en un momento crítico por sus respectivas historias de vida recientes. Y se convierten en un encuentro irreparable la una para la otra. El deseo es el punto de fisión que precipita una crisis importante en la vida de cada una.
—Una de ellas tiene un problema grave con su hermano. ¿Qué relación tiene con él, qué le pasa a él y cómo el padre de ambos la empuja a ocuparse demasiado del hermano?
—El hermano sufre una enfermedad psíquica grave. Hace veinte o treinta años en nuestra sociedad había aún muy poca cultura emocional, y por tanto escasísimas herramientas para afrontar algo así en el ámbito familiar. Quienes padecían una enfermedad psíquica con frecuencia se convertían en estigmas sordos, en tabús familiares. La negación es un mecanismo muy habitual pero muy dañino para todos los implicados. Elena ha vivido en su casa esa no aceptación de la realidad, esa negligencia respecto a la salud de su hermano y ha soportado la responsabilidad de sostener las situaciones de crisis ella sola desde su adolescencia. Lo que no se nombra no existe, ni siquiera la evidencia del sufrimiento del hijo hace que los padres reaccionen y se hagan cargo.
—La otra protagonista tiene una historia familiar política; de hecho, recibe una visita de una amiga de la familia. ¿A qué viene a Madrid y de qué va ese relato-capítulo?
—En la segunda parte de la novela, «Tinnitus», aparece la voz de Belén, una de las protagonistas del libro, en primera persona. Ella va haciendo memoria de su infancia a partir de la irrupción en su presente de Rosario, una mujer que conoció de niña porque era amiga de sus padres. Rosario era una periodista que investigó en Guatemala y en tiempo real el genocidio maya (1981-1983, fundamentalmente). Esta historia arrastra a su vez el trasfondo político del último tercio de siglo en España, con el tardofranquismo, la construcción de la democracia, las dictaduras sanguinarias promocionadas por la CIA en Latinoamérica y su efecto en la conciencia política de acá. El padre de Belén era militar y demócrata, muy concienciado por todos esos acontecimientos, y se implicará fatalmente en el tema de Guatemala. En el presente actual de la narración, Rosario reaparece en Madrid, como un fantasma muy sólido, para declarar como testigo de los hechos correspondientes a los delitos de lesa humanidad con las víctimas del genocidio maya en Guatemala, porque un juez de la Audiencia Nacional mueve esta causa en virtud de la jurisdicción universal (esto sucedió realmente). Pero de fondo está como asunto universal también el tema del dolor que persiste en nuestro interior, y que nos habla, queramos o no, como un ruido, el tinnitus.
—El amor y la conexión sexual lo pueden todo, hasta conciliar. ¿Qué pasa entre ambas?
—No sé si el amor y el sexo lo pueden todo…
—¿Cómo viven el amor y el deseo…?
—El deseo y el amor son sucesos de vida, no se eligen. Se asumen, se encajan (conciliación incluida) tanto su realización como su renuncia, que también es un temazo… En este libro una de las mujeres se enamora de la otra. En silencio, sin intentar que esa historia se realice. El relato que narra esto se llama «El cuerpo sabe», explícitamente… Ahí se cuenta cómo sucede el deseo en la conciencia y en el cuerpo de Belén, antes de poder vivirlo. Más adelante podemos deducir que finalmente decidieron estar juntas, pero Niños aparte explora sobre todo lo que el deseo hace en una persona, antes de nada «real», e inevitablemente.
—El libro puede leerse como una sucesión de relatos que forman una novela. ¿Cómo trabajaste las voces y las texturas?
—La mayor parte la ocupa una novela compuesta por cinco historias que presentan cierta autonomía y tono, pero con unos personajes y un desarrollo cronológico muy reconocibles en conjunto. Hay, sin embargo, una confianza enorme en la elipsis. Las zonas ciegas, lo que sabemos sin tener plena conciencia, lo que se nos oculta o lo que callamos me parece parte constituyente fundamental de la vida y de la comprensión de la propia vida. Creo que es una historia que se lee con fluidez, y como estructura mayor se compone a partir de cierto compromiso del lector. Por otro lado, construir un personaje pasa por emplear las texturas que lo conforman como persona. Está lo que vivimos, también lo que desearíamos vivir e incluso lo que leemos… Esa variedad contrastante, indigerible y deliciosa. Me interesa apuntar a cómo funciona la conciencia. Tomo como ejemplo el personaje del que hablaba arriba: en «Tinnitus», Belén, una de las protagonistas del libro, que debe hacer memoria de cierta parte de su infancia familiar a partir de la irrupción en su presente de esa mujer que conoció de niña, y que arrastra a su vez el trasfondo político, etc. Pero también está viviendo el duelo de una separación y la irrupción del deseo como cabo de vida, acaso del amor. La materialización literaria de toda esta diversidad implica esas temperaturas variables a lo largo del texto.
—Eres muy conocida en poesía. ¿Cómo ha sido pasar a la prosa?
—Supone hacer algo nuevo, más que la escritura, la publicación de ficción, y creo que siempre deberíamos estar haciendo algo por primera vez… Es muy refrescante y abre pulmón, acaso futuro. Pero la raíz es la misma. Entiendo la escritura como una aventura de vida a través del lenguaje. Cualquier forma de escritura.
—¿Crees que la pandemia no ha perjudicado tanto las editoriales como ha pasado con otros sectores?
—Eso cuentan… Nos hemos hartado de comprar papel de baño, de hacer bizcochos, yoga, zooms…, de beber. Mucha gente ha sufrido muchísimo la soledad pero también, y esto no es una buena noticia en sí, sino algo paliativo, mucha gente se ha detenido. Ha reaprendido a estar atenta. Y ha vuelto con tiempo y ganas al impagable placer de la lectura.
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