Foto: Lisbeth Salas
En 2004 llegué a Nueva York para trabajar como traductor internacional en las Naciones Unidas, en medio de una crisis personal muy grande. Sentía que el camino de la literatura dramática, que había sido mi carrera profesional durante más de quince años en Francia y en España, se había agotado.
Años más tarde, en 2015, de regreso en España, el director del Centro Dramático Nacional me pidió que escribiera algo para su teatro y tuve la idea de hacer una trilogía que contara la historia de esa familia en tres tiempos. Por cuestiones de presupuesto, al final hube de refundir las tres obras de teatro en una sola, lo que me obligó a encontrar un hilo conductor que vehiculase la totalidad; así surgió la figura de un escritor que podría ser yo y que intentaba esclarecer esos cien años de secretos y violencias. Cuando se planteó el montaje, el director de escena me pidió que me representara a mí mismo en las tablas. De este modo llegué, bastante fortuitamente, a la autoficción familiar, que luego cuajó en dos espectáculos: Los Gondra y Los otros Gondra. Actuando cada noche fue como descubrí el modo en que debía armar la obra narrativa: desde un narrador muy poco fiable, que podría confundirse conmigo, y que trata de reconstruir un pasado del que ignora gran parte. Es decir, pude escribir la novela cuando renuncié al autor omnisciente por una voz en primera persona que lucha contra el secreto impuesto por los antepasados y pugna por esclarecer una verdad huidiza.
Una vez que me deshice del corsé de los modelos, escribí con la audacia inconsciente de quien se adentra en terra ignota. Cuando llevaba cien páginas de la nueva versión, entré en pánico: ¿la multiplicidad de planos y voces que invaden el relato no lo harían impenetrable? Quise escuchar alguna opinión autorizada sobre si aquello tenía sentido. La primera respuesta fue implacable: una famosa editora me devolvió el manuscrito por encontrarlo incomprensible. Y si esas mismas páginas no hubieran llegado después al editor Claudio López de Lamadrid, el libro no existiría; él fue quien me aconsejó: “Sigue adelante, confía en tu voz única. Y no se lo enseñes a nadie más: lo quiero para Literatura Random House”.
Pero Nunca serás un verdadero Gondra no es una “novelización” de las obras de teatro sobre los Gondra: esos cien años de una familia vasca desgraciada son un universo inagotable y cada libro es un planeta cuya órbita a veces coincide con la de algún otro. Quienes conozcan los textos dramáticos reconocerán algunos de los hechos capitales, pero ni siquiera están relatados de la misma manera. La novela, por su parte, abarca algo que nunca aparecía en el teatro: el pasado en París y el complicado presente en Nueva York de alguien que comparte conmigo nombre y apellidos, pero no el DNI.
El libro se articula en dos niveles: la novela que el lector tiene entre manos y los capítulos de otra novela que yo estoy escribiendo sobre algo que sucedió en los años noventa y lleva por título Nunca serás un verdadero Arsuaga. Ese doble juego responde a preguntas que me desazonaban durante la escritura: ¿la ficción cierra mejor las heridas? ¿Debía hacer una confesión autobiográfica o esconderme detrás de unos personajes inventados? Al final, esa mise en abyme me sirve para una expiación de culpas en voz alta que es al mismo tiempo real y ficticia. Como dice Sophie Calle, en una cita que aparece en el propio libro: “Mi arte es una ficción real. No es mi vida, pero tampoco es mentira”.
—————————
Autor: Borja Ortiz de Gondra. Título: Nunca serás un verdadero Gondra. Editorial: Literatura Random House. Venta: Todostuslibros y Amazon.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: