La divulgadora científica Angela Saini analiza en su libro Superior el concepto de raza y el de racismo científico, al que recurren los movimientos supremacistas y de extrema derecha para dar a sus ideas un «barniz de objetividad».
—En Superior usted señala que el concepto de raza es una construcción social. ¿Entonces, no hay diferencias genéticas entre razas?
—La UNESCO declaró en la década de 1950 que la raza es una construcción social, y los genetistas han reforzado esa idea de que la raza es una construcción social y no biológica. Genéticamente, como especie, somos extremadamente homogéneos. Lo que pensamos que son diferencias raciales son, en general, diferencias culturales, sociales, en el lenguaje y la forma en que vivimos.
—¿La condición económica también influye?
—Sí. En el siglo XIX y principios del XX había mucha gente que pensaba que la gente pobre era genéticamente diferente de la más rica. Todavía hay algunas personas que piensan en esos términos, pero en general ya no pensamos en la clase de esa manera, aunque por alguna razón respecto a la raza seguimos pensando de forma biológica. La pobreza es algo social y, sin embargo, provoca diferencias en la esperanza de vida, significa que algunas personas son más susceptibles a las enfermedades. Más personas pobres han muerto por covid-19, porque, aunque es un fenómeno social, tiene un impacto biológico.
—¿La idea de raza tiene que ver con el poder?
—Cualquier forma de división entre la especie humana es una forma de poder. No hay ninguna otra razón para separar a la gente, excepto el poder. Cuando lo ves a través de esa lente, entonces tiene sentido.
—En Superior repasa la historia del racismo científico y dice que ahora vuelve a cobrar auge. Parece difícil creer que haya científicos que apoyen teorías racistas.
—A mí también me cuesta creerlo. Pero la idea que hay detrás sigue siendo muy atractiva, y mucha de la gente que ahora está impulsando estas ideas no son genetistas o biólogos, sino politólogos y economistas. La razón es que si se puede explicar la desigualdad a través de la naturaleza y la biología, entonces no hay que hacer nada al respecto, las cosas pueden quedarse como están. Lo mismo ocurre con la desigualdad de género: si la puedes explicar diciendo que las mujeres no son tan capaces como los hombres, entonces, ¡qué idea tan poderosa!
—¿El auge de la extrema derecha se apoya en la ciencia racista, la necesita para validar sus ideas?
—No creo que la necesiten, pero la quieren, porque si pueden tener algún tipo de validez científica para el racismo, entonces se sienten más convincentes para sus seguidores. Da la sensación de que puedes vender más fácilmente una idea si sientes que tienes respaldo científico, porque esperamos que la ciencia sea objetiva. Por eso el racismo científico es tan atractivo especialmente ahora en la extrema derecha, porque tiene ese barniz de objetividad. Hace un par de años, cuando empecé a escribir Superior, ya existía la sensación de que había que vigilar el auge de la extrema derecha, y no creo que podamos seguir ignorándolo. Es una amenaza real, y su base intelectual se alimenta del racismo científico de los siglos XVIII y XIX.
—¿Cómo se puede identificar la ciencia racista?
—Es muy difícil, porque son muy inteligentes en la forma en que utilizan el lenguaje y el eufemismo, con frases como «biodiversidad humana», que parece neutral, pero que es un eufemismo para referirse a diferencias raciales racistas. Además, son muy cambiantes: cuando una publicación cierra surge otra, simplemente cambian los términos o encuentran otro espacio en la red. Siempre se están moviendo, siempre están un paso por delante. Para una persona corriente es muy difícil saber si es real o no una publicación, un artículo o un post en las redes sociales que contiene este tipo de pseudociencia. No sucede solo con la pseudociencia racista, lo vemos también en la negación del cambio climático, en el movimiento antivacunas: todas esas teorías conspirativas están alimentadas por ciertas ideologías, que les gusta pretender que tienen información que el resto no tiene.
—En Superior habla del racismo que sufrió en su infancia. ¿Qué hay que hacer para que no se repita, es una cuestión de educación?
—No creo que se trate solo de educación, porque hay muchos racistas con educación, hay gente muy, muy inteligente. Tenemos que entender que también tiene que ver con los prejuicios profundamente arraigados en los que queremos creer. Ese tipo de odio y prejuicios solo se superan con la empatía. Si podemos construir una ciencia que nos vea como individuos y no como grupos raciales, que reconozca la humanidad común en todos nosotros, que acepte que, en el fondo, todos somos más o menos lo mismo, que el talento existe en todas partes, entonces podremos superar esto, pero no creo que lo hagamos mediante el odio.
—Uno de los errores es creer que la ciencia es sólo números y hechos, porque la ciencia está hecha por personas.
—Todos somos humanos, estamos limitados por las sociedades y las culturas. Confío en la ciencia como método, pero nunca llegará a la verdad a menos que reconozcamos nuestros errores y limitaciones, que tengamos la humildad de escuchar otras voces y perspectivas y entender que, quizás, las preguntas que nos hacemos no son siempre las correctas y las respuestas que damos no siempre son completas.
—En Superior escribe: «No permitas que te hagan pensar que eres tan distinto a los demás, que tus derechos tienen prioridad o tu sangre es de un color diferente».
—Sí, y eso es una lección para mí misma. Escribir Superior fue un viaje muy difícil, pero me dio claridad. Por fin estoy en paz con lo que significa la identidad, lo que significa la raza, quién soy y dónde estoy en el mundo. Creo que me ha dado una idea mucho mejor de cómo ser la antirracista y la feminista que quiero ser.
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