Patricia y Claire
Cuando se cumplen 100 años del nacimiento de la escritora norteamericana Patricia Highsmith, Pat para los amigos, regresamos con fuerza a un mundo de suspense que en realidad nadie había logrado olvidar. Sus novelas, brillantes y peligrosas como arenas movedizas, fueron celebradas por sus miles de lectores casi desde el principio, y el cine, enamorado de sus historias de narrativa cortante y complejidad sicológica, no tuvo más remedio que rendirse a sus pies, inmortalizando su mundo en fotogramas hoy míticos.
Abandonada por su padre antes de nacer, su madre, tras intentar abortar ingiriendo trementina, renuncia a la primera etapa de vida de la pequeña Patricia, que es criada por su abuela en Texas. Con apenas seis años, y una ya clarísima obsesión por una madre huidiza y ajena, se marcha a vivir con ésta y su padrastro a Nueva York. La cuidad, magnífica, compleja y terriblemente simbólica de lo que será el final del siglo XX, se alza en torno a una adolescente creativa, inadaptada y problemática que solo encuentra una salida a sus profundas heridas: escribir.
En el 2011 la biógrafa Joan Schenkar tiene acceso a los 38 cuadernos y 18 diarios que había dejado la escritora en el armario de la ropa blanca y que se publicarán por primera vez en español en el plazo de un año. En esas más de 8.000 páginas se encuentran las anotaciones y claves sobre las obsesiones de la escritora: una compleja relación con su madre, sus problemas con el alcohol y la comida, sus amantes. De hecho, como si se tratase de un personaje tópico que siguiese el perfil de un asesino en serie, la novelista se entretenía en elaborar minuciosos listados de sus múltiples amantes femeninas, en los que registraba edad, color del pelo (rubias en su mayoría), constitución, profesión, tipo psicológico, duración de la relación, motivo de la ruptura y finalmente, una puntuación de cada relación en una escala de 100 puntos.
Estos diarios darán la vuelta al mundo acompañando a la escritora, incansable viajera y, como la propia vida de la Highsmith, terminarán en Berna, donde ésta se retiró a mediados de los 80. A su muerte, en 1995, fueron depositados en el Archivo Literario Suizo junto con su correspondencia personal. La razón de que terminaran allí, en vez de en la Biblioteca Harry Ransom en su Texas natal, tal vez se encuentre en el hecho de que la escritora siempre se sintió más apreciada en Europa. Aquí fue tratada y reconocida como una escritora “psicológica” seria y compleja, mientras que en Estados Unidos solían calificarla como “escritora de entretenimiento”; una mera autora de libros de suspense. A esto habría que añadir dos detalles que la infantilizada sociedad norteamericana sobrealimentada por un cine que metaboliza la sofisticación en acción, no pudo digerir jamás de sus historias: la impunidad de sus asesinos y el sexo cruel y ambiguo que subyace en cada uno de sus libros. En manipular narrativamente ambos elementos Patricia Highsmith era una auténtica experta.
En ese ámbito los problemas no tardaron en llegar. Cuando intentó publicar su segunda novela, El precio de la sal, una historia de amor lésbico en la Nueva York de principios de los años 50, su agente literario le aconsejó que lo hiciera bajo seudónimo, y así fue como nació Claire Morgan. En esta novela, la joven Patricia descubría su sexualidad de una manera abierta, perfecta y brutal, donde la pasión por las mujeres, el amor y la tortura emocional formaban una unidad inquebrantable. Tal vez debido a ese fiero sabor autobiográfico, se mantuvo escondida tras esa Claire Morgan y no reconoció la autoría del texto hasta muchos años después, en 1989, en el prólogo que escribió para la edición londinense, aunque cambiando aquel título de reminiscencias bíblicas por otro más neutral. La novela pasó a llamarse Carol, en honor al personaje principal. Ese título se perpetuará hasta hoy, con la adaptación cinematográfica de la novela en el puritano Hollywood de nuestro siglo.
A medida que maduraba su manera de escribir, se consolidaba una mirada inconfundible donde la salvación nunca es posible, pues en ella la inocencia es brutal y la sofisticación también. Afirmaba The Observer que “Patricia Highsmith escribe acerca de los hombres como escribiría una araña acerca de las moscas”, y tal vez sus historias muestren esta perspectiva. No cabe duda de que leer a la Highsmith no deja a nadie impasible, pues obliga al lector a percibir la sonrisa de una mente compleja que se divierte arrancando al ser humano su costra aparentemente civilizada para dejarlo en carne viva en medio de una sociedad corrupta e hipócrita. Éste, entonces, asomado al abismo donde la escritora lo acorrala, no tiene más remedio que recurrir a su naturaleza más básica: la crueldad como único método de salvación o de supervivencia.
Las novelas y el cine
Escritora prolija, el éxito le llegaría casi enseguida, pues con su primera novela, Extraños en un tren, escrita a los 28 años, se producirán dos hechos que marcarán su carrera: es nominada al prestigioso Premio Edgar otorgado por la Asociación de Escritores de Misterio de América, y por si fuera poco, y casi simultáneamente, el ojo todopoderoso de Alfred Hitchcock la inmortaliza en una obra maestra del cine. El director, inevitablemente identificado con esta historia de falso culpable y conflictos con el progenitor, se empeña en llevarla a la gran pantalla, pero no encuentra guionista de prestigio que quiera hacerse cargo del “librito de una joven escritora desconocida”. No se rinde. Llama a Hammett, pero éste rehúsa. Entonces pregunta a Chandler, aunque ambos, en el fondo, se desprecian. “Si mis libros fueran peores, dijo el novelista al director en mitad de una de sus muchas discusiones, no me habrían llamado de Hollywood, y si fueran mejores, yo no habría venido”. Necesita el dinero y la fama. Por eso aceptó. La historia de este guion como ménage à trois de estos tres genios irreconciliables daría para un artículo aparte, un juego envenenado de egos, engaños, odios, traumas personales y talentos fuera de lo común. Afortunadamente hubo tres finales separados, pero felices: Hitchcock rodó su obra maestra (con otro gran guionista), Chandler escribió poco después The Long Goodbye (El largo adiós), considerada una de las obras cumbres del género negro, y Patricia Highsmith, en apenas cinco años, dio a luz a su personaje más logrado, convirtiéndolo en protagonista de una de las más brillantes y sicológicamente complejas sagas negras: el mítico Mr. Ripley.
Los relatos y Green
Fiel a la tradición de escritores norteamericanos de novela negra, la Highsmith produce, además de historias largas, unos magníficos cuentos sin ningún tipo de complejo de estar haciendo “obra menor”, liberada ante un mercado editorial estrecho de miras, siempre tendente a exigir una novela sobre cualquier otro género. Con esas historias cortas, Pat se muestra una vez más como una escritora potentísima que, si bien asfixia con brillantez en sus novelas, en los cuentos dispara a quemarropa. Graham Greene, que cayó rendido a sus letras, lo explica muy bien, y de paso retrata el mundo de esta dama que se adelanta al mundo que hoy tenemos al otro lado de nuestras confinadas vidas. En el prólogo a la nueva edición de sus cuentos, recientemente publicados en Anagrama, podemos encontrar este recuperado texto del gran novelista inglés, que afina con tintes de profeta hasta lo indecible: “Nada es seguro al otro lado de la frontera. No estamos ya en el mundo que creíamos conocer, sino en otro que, de un modo aterrador, parece más real que la casa de al lado. Los actos son repentinos y espontáneos, y los motivos a veces tan inexplicables que solo podemos darlos por válidos”. La Highsmith, cien años después, más actual que nunca. Palabra de un brillante americano impasible.
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Artículo publicado en el nº 8 de Publishers Weekly en español
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