Esta novela tiene su punto de partida en un equívoco.
A mediados de los años cincuenta, mi abuelo José Acisclo Castedo Hernández de Padilla encargó un árbol genealógico a un caradura con negocio abierto en el Madrid de los Austrias que se hacía pasar por estudioso de los ancestros ajenos. Aquel vividor sabía complacer a sus clientes, y tenía por costumbre deslizar, en medio de una maraña de personajes anónimos, algún nombre rimbombante que dulcificara la factura. El problema es que con mi abuelo se le fue la mano.
Llevado por el anzuelo que suponía el Padilla compuesto de su segundo apellido, consiguió acoplar a un familiar directo de María de Padilla, primero amante y luego esposa del rey Pedro I de Castilla, con lo que hizo creer a mi abuelo que, si no fuera por su precio desorbitado, tendría derecho a reclamar algún título nobiliario. Mi abuelo no vivió muchos años más, y murió con la idea impostada de que por sus venas, y por lo tanto por las de sus hijos y nietos, incluida la mía, aunque fuera un chaval del barrio de Moratalaz, corría sangre de la más alta alcurnia. Mucho tiempo después, y llevado por unas dudas más que razonables, el hermano mayor de mi padre encargó la misma misión a un verdadero profesional en estudios genealógicos que desmontó el engaño: no había nada en nuestro pasado que nos vinculara al alcázar de Sevilla, al castillo de Montiel ni a la catedral de Burgos.
Sin embargo, para mí la noticia llegó demasiado tarde. Ya estaba fascinado por la figura de un rey solitario, pasional y maldito; cruel para sus enemigos y justiciero para sus seguidores. Ya había visitado las ciudades y los castillos que vieron transcurrir su infancia con un padre ausente, el rey Alfonso XI, cuyo cariño fue para su amante y sus hijos bastardos; su juventud dominada por el odio de sus adversarios y la traición de su madre, Isabel de Portugal, y su madurez junto a María de Padilla, la mujer que hubo de proporcionarle sus únicos días de felicidad y sosiego en casi veinte años de reinado.
Trabajé en esta novela desde febrero de 2005, nada más terminar Apología de Venus, hasta septiembre de 2020, fecha de la última versión que le entregué a Javier Ortega, de Almuzara-Berenice, al que agradezco que viera en ella una obra digna de ser editada. Quince años y medio que no fueron, desde luego, de un trabajo continuo: entre la redacción de la primera y la segunda parte de Rey Don Pedro escribí y publiqué El fotógrafo de cadáveres y terminé la adaptación al cine de mi primera novela, El jugador de ajedrez. Al concluir la segunda parte quise cambiar por completo de género y escribí y publiqué mi única novela negra, Redención. Más tarde regresé sobre Rey Don Pedro, y la reescribí al menos tres veces, la última durante la fase de confinamiento de la pandemia. Reconozco cierto componente obsesivo por mi parte respecto a este texto, una suerte de filosofía zen de continua mejora que me hizo olvidar que en algún momento debería terminarla.
Para la fase de documentación, la base esencial para el conocimiento de este reinado es la Crónica del Rey Don Pedro, del canciller Pedro López de Ayala (1332-1407), un texto que nunca ha logrado apartarse de la sospecha de mostrar una versión de los hechos más próxima a los intereses de los vencedores de la guerra, los Trastámara, para quienes López de Ayala desempeñó numerosas misiones diplomáticas, pero que sin embargo ha soportado el juicio critico de la mayoría de los historiadores y es aún hoy el origen de toda la historiografía posterior acerca de este rey.
Entre la producción más reciente sobresale la formidable obra Pedro I (1350-1369), del historiador Luis Vicente Díaz Martin (1946-2000), experto en la figura de Pedro I de Castilla, que publicaran en 1995 la editorial La Olmeda y la Diputación Provincial de Palencia.
También son muy valiosos los trabajos de Julio de Valdeón (1936-2009), catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Valladolid y miembro de la Real Academia de la Historia, entre los que destaca Pedro I el Cruel y Enrique de Trastámara, publicada por Aguilar en 2002.
Han sido muchas las obras literarias que han abordado la figura del Rey Don Pedro, pero por su excelente documentación y su exhaustividad me resultó de gran interés El corazón del rey maldito, de Graziella Sáenz de Heredia, publicada en Imágica Ediciones en 2009.
Igual que Marguerite Yourcenar, creo que alma envejece, como el cuerpo, y decidí que debía entregar este libro a los lectores de la forma que mejor supiera y antes de que todo dejara de importarme. Puse el punto final, se lo dediqué a la memoria de mi padre, recientemente fallecido, y lo envié al editor.
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Autor: Julio Castedo. Título: Rey Don Pedro. Editorial: Almuzara. Venta: Todostuslibros y Amazon
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