Para David Llorente
El hombre camina en la oscuridad, y sólo se ve de él la silueta que dibujan las farolas, muy oscura, con un perfil nítido. Una sombra inquietante aparece como la estela de un barco, ni grande ni pequeña.
Pero no sabemos cuáles son sus pensamientos, ni a dónde se dirige. No sabemos nada de él, tan sólo que camina por una calle apenas alumbrada por unas farolas.
Por un momento pensé que ése era el destino del ser humano: caminar incomprendido, encerrado dentro de sí, permitiendo que una luz apenas suficiente le muestre el camino. Pero hay algo más: nuestro hombre camina con decisión, no duda, no se para, sabe a dónde va. Cuando uno sabe a dónde va todo es más fácil, está casi todo ganado. El camino es más sencillo si sabemos cuál es la llegada, el fin, el objetivo, la meta. Sólo se necesita esfuerzo, energía, constancia y no cejar ante las dificultades, los obstáculos eternos, que siempre aparecerán, hasta el fin.
Mi hombre llegará a casa, verá a su mujer, se reunirá con sus hijos, cenará con todos ellos y se preparará para otro día. Y volverá a la calle con la misma decisión, retomará el paso y tendrá un nuevo objetivo, una meta parcial. Trabajará, comerá, hablará con varias personas y volverá a casa. Cenará de nuevo, con su familia.
¿Tendrá nuestro hombre un objetivo en la vida, una meta final, algo que ve en el horizonte y que quiere alcanzar? Sin duda.
Vi a esta persona que estoy imaginando, analizando, en mi calle. Yo estaba paseando al perro. No se veía mucho; ya he hablado de las farolas, de su pequeña luz, y cómo la sombra se proyectaba como la estela de un barco, y la figura era una silueta dibujada con mano firme.
Ahora pienso que lo que en realidad vi era una pequeña metáfora del ser humano.
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