Escribir es una espina en la garganta a la que uno le extrae la punzada y el escozor permitiendo que la vida se suelte a respirar. Y para conseguir ese oxígeno, con el que llegar al clic de cada jornada, hay que procurar escamotearle a la rutina, al cansancio, a la frustración, al descanso y al beso que espera en la esquina de regreso a casa, unos cuantos textos en cuyo interior exista de verdad la verdad. Esa a la que nunca se le va del todo el negro laboral de las uñas, la tensión del cuerpo hecho cisco ni la sensación de que uno tan sólo es una pieza en la cadena de producción de una maquinaria social. Igual que Joseph Ponthus, que se murió casi anteayer, después de su empleo temporal en la vida donde fue maestro, se mudó a Bretaña por amor, consiguió seis meses de tajo en una factoría de crustáceos, y luego en el matadero de una fábrica en la que conocer más tramas y cuestas arribas del trabajo. Nunca se quejó de la dureza de cargar palés ni camiones, de las madrugadas demasiado temprano, incluso para el despertador, ni de la libertad que nos arrebata la necesidad de un salario cada vez más inestable. Encima, sobre todas estas alienaciones, penurias y anonimatos que no dejan huellas que rubricar, nos regaló un fascinante poema narrativo desclasado, con espíritu oulipiano de su admirado George Perec, que también es un hiperrealista autorretrato del obrero de la periferia del trabajo.
Pausa para el café.
Desde la línea es la bitácora subversiva de un nómada del empleo y de una escritura working class que pica piedra a través de las palabras, de los sueños plomizos, de los pensamientos que se entremezclan, de los mundos cerrados —visceralmente en nuestro interior y en el de las exigencias oficiales de la brega—, de las quimeras a las que cambiarles el agua para contarnos el día a día de un currante que se desloma para alcanzar la cima del día once de cada mes, en el que se cobra en francés. Es lo habitual en el curro temporal del país de la fraternidad y de la igualdad. No sabemos si también para un escritor ETT que convierte cada jornada en una fábrica donde su literatura cumple igualmente los ítems laborales: puntualidad, higiene, seguridad, conducta, gestión, iniciativa, implicación, impecable manufactura.
Pausa para un cigarro y darle a los sueños una calada.
A Ponthus no le suena Amanda a la puerta de la lluvia de la fábrica donde quizás Manuel hubiese sido su colega de Jara y de tajo. Él prefiere recordar el tema de Vanessa Paradis el día de su boda y las canciones de Trenet, mientras fantasea inútilmente con exóticos destinos tropicales, limpia dentro de un invierno escarchado centollos y bogavantes y piensa en Foucault, en Zola, en Apollinaire, en Dumas, del que se siente uno de sus mosqueteros al servicio de una empresa que ignorará su nombre y durante la huelga de los fijos les dobla el turno a los del espinazo de paso. En su clandestino libro Excel hay lúcidas reflexiones sobre accidentes laborales; la experiencia de escurrir tofu; el finiquito que liquidará los seis meses empleado a fondo y que no tendrá en cuenta su ascenso de operador de producción a persona de recursos. A los significados de obrero y de jefe la moda también les adorna la etiqueta con la que sonar innovadores, más civilizados.
Pausa para enviarle por guasap un beso a su mujer, que lo echa de menos.
Timbra el reloj su alarma y Ponthus nos regresa junto a él a la nave con olor perenne a piel de mar sin escamas, recordando el atentado de Niza a la misma hora que en el Mediterráneo una patera naufraga, y decide que cuando silbe la sirena se detendrá de regreso a comerse un kebab con mayonesa, a disfrutar de la esquina de una cerveza con espuma lenta. Se merece esos momentos de salirse de la cadena este obrero que no le gorronea a su jornada ningún detalle, un solo esfuerzo, los minutos extras de faenar un par de frases de boxeo a contragolpe, con ideas a la altura donde el hígado se faja, o el humor con el que arrancarle una sonrisa a una semana de mierda. Se le enfría enseguida al escritor lo que se le arremolina en las sienes del marxismo, aunque le vengan a la memoria El libro del trabajo, de Thierry Metz, los antepasados caídos en la guerra, la Internacional en clarinete y acordeón. Paris en Comuna, la borrasca que preña el cielo de Bretaña.
Prefiere Ponthus golpearnos la conciencia con un trozo de literatura que no suena a usada, ni a etiquetas de ideales de marca, y que a él le nace insurgente de su escritura anti inflamatoria para afrontar el esfuerzo de no rendirse frente a nada. Hace bien su trabajo, el literario y el de obrero, éste profesional del marisco y de las caracolas, matarife de manguera contra el rojo de la sangre y el blanco de la grasa, cuya existencia convertida en lenguaje sorprende, conmueve y nos desvela las entrañas de la precariedad de unas vidas minúsculas, repetitivas, jodidas, en serie. A estas alturas nadie esperaba de repente esta literatura ácrata, agroalimentaria, de realidad de segunda mano, desenvueltas y sinceras sus crónicas del tajo cuyas yemas se desnudan de callos y acarician, y gozan.
Pausa para sacar de la máquina expendedora una lata de Perrier Champán para ligarse esa noche a su mujer cuando llegue a casa. Porque los obreros también aman.
No sabemos si los setenta millones de franceses que esperan a diario cuarenta toneladas de gambas de las que degustar unas cuántas, han leído o leerán esta novela de rebeldía operaria. Ni tampoco si al hacerlo sentirán que Joseph Ponthus está chupándoles su cabeza desde la primera línea hasta el punto final sin cáscara. Estoy seguro de que hubiese celebrado Roberto Bolaño este divertido y crudo Dietario de fábrica sin desperdicio de verdades, de sufrimientos, de ausencias de ventanas, de compañerismo de reojo y apretones de manos con el dedo corazón amputado. Un libro de entomología humana, porque al fin y al cabo Ponthus nos cuenta acerca de las vidas de quiénes nunca dejarán de ser crisálidas sin alas.
Pausa para brindar a la memoria de este escritor que le regaló literatura a la esperanza. ¿O es al revés?
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Autor: Joseph Ponthus. Título: Desde la línea. Traducción: Regina López Muñoz. Editorial: Siruela. Venta: Todostuslibros y Amazon
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