Foto: Daniel Mordzinski
En uno de los primeros capítulos de Soldados de Salamina, el protagonista entrega un artículo a su periódico que es publicado justo sesenta años después de la muerte de Antonio Machado. En la tribuna cuenta cómo Manuel Machado, hermano de Antonio, al que la guerra pilló en el bando contrario, cruza la península y los Pirineos para llegar a Collioure y despedirse tanto de su inseparable hermano como de su propia madre, que sobrevivió tres días a Antonio. Frente a la tumba de sus dos familiares, Manuel encontró al tercer hermano, José Machado. En paralelo, el protagonista cuenta la historia de Sánchez Mazas, motor de la novela, de cuyo fusilamiento a manos del ejército republicano escapa de milagro. Los verdugos le buscan, y al ser encontrado en la maleza por un miliciano entablan conversación, y finalmente escapa gracias a la piedad del soldado. El columnista cree que tanto en el diálogo entre José y Manuel Machado frente a la tumba de su familia como en las palabras que intercambian Sánchez Mazas y el miliciano que le deja escapar se halla el secreto de la reconciliación de España.
Han pasado varias décadas desde que Javier Cercas publicase la novela, más aún desde que los Machado y Sánchez Mazas encontrasen el perdón. Y España, el país cuya historia es la más triste, porque acaba mal, sigue a la gresca. Ha sido el propio autor uno de los últimos en sufrirlo en sus carnes. Días atrás, Cercas apareció en TV3 para decir algo tan obvio como que España es una democracia sobria, avalada por diversos organismos ajenos. Como quiera que no le gustó al sector indepe, alguien en Twitter publicó un vídeo descontextualizado de 2019 donde Cercas parece reclamar una intervención militar en Cataluña. Automáticamente se sucedieron las reacciones: gente pidiendo que el autor se largase de la región, que publicase en idioma catalán y no en castellano, que volviese a su Extremadura natal… Comentarios que persiguen la discordia, es decir, la imposibilidad de que Cercas pueda vivir entre ellos. Esta es la base de cualquier totalitarismo, incluido el torticero que aquí se glosa. Por supuesto, al contextualizar el vídeo puede verse cómo Cercas no reclama más que al jefe de la UME, es decir, casi un bombero, al que el novelista se refiere de manera jocosa para apagar el fuego metafórico que se producía en esos momentos en Cataluña.
Si al lector le apeteciese leer los comentarios que le dedican al vídeo de Cercas, se encontraría con una turba que lo acusa de ignorante —sí, un muchacho con cinco faltas de ortografía en doscientos caracteres llama ignorante a Cercas—, que le llama fascista, colonizador, lacayo de caciques, escritor del régimen, apologeta del golpismo, etc. Azuzan a esta caterva los líderes políticos de turno, verdaderos responsables, como en aquel lejano treinta y nueve, de esa discordia que, como ya dije, es el verdadero magma sobre el que intentan construir el futuro. Así lo confirma Cercas, que afirma que se trata de un plan destinado a callarle y a obligarle a marchar de su tierra, Cataluña. Apunto yo que este asunto no acaba en desastre porque una de las dos mitades que allí conviven aún no ha levantado la voz. Me pregunto si, hoy, la conversación entre los hermanos Machado se produciría en los mismos términos amistosos. Me pregunto si hoy Sánchez Mazas saldría vivo de aquel encontronazo. Decía Aramburu al respecto de este ataque a Cercas que no habría que dejar solo al hombre vilipendiado. Vaya desde aquí, también, mi solidaridad con él, y mi rechazo a ese totalitarismo hortera que le persigue.
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