Sí, aunque parezca que no, Netflix también cancela series y, como no ofrece resultados de audiencia o visionados, a menudo sucede de manera tajante, dolorosa y, en ocasiones, incluso chocante. Estas cinco seleccionadas son ejemplos flagrantes que demuestran que la empresa de Los Gatos (California) no se guía precisamente por criterios de altruismo o integridad artística, sino que, como casi todos nosotros (incluyendo quien les escribe) tiene que llegar a fin de mes. Por tanto, que no les engañe su dadivosidad a la hora de estrenar productos y esa sensación de en ocasiones dar luz verde a casi cualquier cosa: cuando a Netflix no le salen las cuentas pasan cosas así de dolorosas.
GLOW. Uno de los grandes disgustos de la pandemia, aparte de lo obvio, fue la cancelación de esta comedia ochentera protagonizada por unas espléndidas Alison Brie y Betty Gilpin, dos amigas metidas en el ajo de la lucha libre femenina para un famoso y fugaz espectáculo de la televisión de la era Reagan. No había una particular dosis de nostalgia en la serie pero sí una gloriosa ambientación (sobre todo musical), una sagacidad muy contemporánea a la hora de retratar y exprimir personalidades femeninas y mucho, mucho sentido del drama y del humor. GLOW fue una joya que iba a terminar en una última temporada que fue, sin embargo, cancelada cuando sobrevino el coronavirus. ¿Nos regalará Netflix algún día el broche de oro de una de sus mejores series?
Esta mierda me supera es un caso más dramático, porque muere casi antes de comenzar. Pese a la gran popularidad alcanzada por la primera temporada, tras la que fue casi inmediatamente renovada, Netflix pulsó el botón rojo para la serie protagonizada por Sophia Lillis (el descubrimiento actoral de It, de Stephen King) pese a estar ya escrita y planificada, a falta solo de rodarse. La causa: el coronavirus y la paralización de todo el sistema productivo de Hollywood, desbaratando en el mejor de los casos previsiones, presupuestos y agendas. Los que quieran saber cómo continúa la historia de la adolescente Sydney, una chica que se enfrenta al amor y ciertos dolores de cabeza sobrenaturales y altamente metafóricos, tendrán que recurrir al cómic de Charles Forsman, editado en España por Roca Libros, y no a esta válida mezcla de John Hughes, cine indie americano y el citado King.
Altered Carbon. De acuerdo: la diferencia entre la primera temporada, la buena (la de Joel Kinnaman, para entendernos) y la segunda (con el muy trabajador Anthony Mackie de protagonista o, perdón, de funda) es abisal. Lo que comenzó como una fantasía noir violenta, sexual y perversamente pulp se dulcificó demasiado pronto con una trama racial y social mucho menos irresponsable. Pero todavía había esperanza de que este relato noir basado en las novelas de Richard Morgan recuperase el ritmo perdido, en tanto el show conservaba un notable caché visual y todavía quedaba una novela que adaptar. Pero la serie era demasiado cara y Netflix decidió tirar del enchufe, devolviendo al remitente todas las fundas de Takeshi Kovacs. Porque si hay que dejar sin final a un puñado de fans, se les deja, sí señor.
El de Mindhunter es un limbo especialmente doloroso. Y es que la serie de David Fincher y Joe Penhall basada en el libro de Mark Olshaker y John E. Douglas sobre las primeras entrevistas del FBI a asesinos en serie ha quedado atrapada en una misteriosa tierra de nadie antes de poder fructificar como fenómeno, siquiera uno de nicho. El perfeccionismo de su autor, la agenda de los implicados y, suponemos, un último y necesario empuje de audiencia (en relación, claro, a su costosa factura) han condenado a Mindhunter a, quizá, finalizar con su segunda y espléndida temporada, centrada en los asesinatos de Atlanta… hasta que, esta misma semana, surgiera un rayo de esperanza: Fincher podría estar en conversaciones con Netflix para, en algún momento cercano, acometer nuevos capítulos.
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