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La capitana Ahab

No sé por qué he desarrollado a lo largo de mi vida profesional una morbosa afición a dejarme deslizar por terrenos resbaladizos, a involucrarme en pesquisas baldías sobre temas que el público considera intrascendentes y a los que yo me entrego con una dedicación desproporcionada. Seguramente es consecuencia de mi actividad como editora, que me obliga a cuestionar cada palabra escrita y a realizar innumerables comprobaciones que han trascendido la edición y han pasado a contaminar mi escritura y mi lectura, no importa si se trata de un cómic o un gran clásico.

El caso es que, últimamente, he consagrado todas mis horas disponibles a ficciones que versan sobre la pesca de la ballena, en cuyos clásicos buceo para empaparme no solo del espíritu, sino del conocimiento de los lances de los pescadores de otros siglos. Y las preguntas que han suscitado mis pesquisas han sido tan sorprendentes, que no puedo por menos que compartirlas con los amantes de la literatura del mar.

"Ni Moby Dick ni En el corazón del mar, con su incuestionable aliento de grandes epopeyas han conseguido proporcionarme una visión de la pesca de la ballena lo suficientemente precis"

Vaya por delante una provocación de la magnitud de una herejía, que levantará las carnes de cientos de lectores devotos: ni Moby Dick ni En el corazón del mar, con su incuestionable aliento de grandes epopeyas han conseguido proporcionarme una visión de la pesca de la ballena lo suficientemente precisa y documentada para sentir que piso terreno firme, que se ha hecho en ellas justicia al valor de miles de marineros que han surcado las aguas de océanos y mares a la busca y captura de cetáceos desde que se inició esta actividad.

De todos los títulos en cuya lectura me he sumergido, me centro deliberadamente en los dos mencionados porque ambos se inspiran en el mismo suceso, el naufragio del Essex, el 20 de noviembre de 1820, y la lectura de sus páginas nos plantean inquietantes interrogantes.

Quien busque en las redes la lista de los tripulantes del Essex, encontrará una relación de 21 hombres embarcados en esta nave de 27 metros de eslora y 238 toneladas de peso, de acuerdo al relato de su capitán, Owen Chase, en el que se inspiró Philbrick para escribir En el corazón del mar.

"Un barco que se fletaba para una campaña inferior a seis meses de duración simplemente no era rentable"

He ignorado deliberadamente los cómputos de la Armada en los siglos XVIII y XIX para el cálculo de la tripulación ideal por tonelada de embarcación en los siglos precedentes, porque un barco oficial y uno comercial no se rigen por los mismos parámetros, pero vamos a detenernos a pensar: en el caso de Essex, estamos hablando de una embarcación aparejada para una campaña cuya duración prevista era de quince meses de navegación.

Dejando a un lado algunas contradicciones internas del propio relato de Chase y Philbrick, como el hecho de que a la lista de veintiún tripulantes se suman durante la narración un despensero y un tonelero que no se salvaron en las tres chalupas (una contradicción en lo que a tripulación se refiere que también surge en Moby Dick, donde se mencionan 44 tripulantes, pero se insiste tres veces al final en que la tripulación sumaba 30 hombres), he recurrido para profundizar en el número de tripulantes de los balleneros de los siglos XVI a XIX a los estudios de la reconocida, aunque no suficientemente celebrada, Selma Barkham Huxley (descendiente de Aldous Huxley, del que era sobrina segunda), toda una autoridad en lo que respecta a las expediciones de los vascos en las costas de Terranova para la pesca del bacalao y la ballena. Los excepcionales hallazgos arqueológicos en la costa de Canadá, fruto de sus investigaciones, han arrojado luz, con excepcional lujo de detalles, a la composición y la vida de la tripulación a bordo de un ballenero.

La venganza de la ballena (Terry Fan)

Es sorprendente echar un vistazo a las listas conservadas en los archivos de los seguros de las expediciones (tan costoso era el flete de un pesquero, que había una extendida red de aseguradoras desde el siglo XVI para cubrir las pérdidas en caso de naufragio o accidente). Un galeón de dos cubiertas no zarpaba con menos de un centenar de tripulantes. Un barco que se fletaba para una campaña inferior a seis meses de duración simplemente no era rentable, de modo que era preciso disponer de mano de obra suficiente para garantizar el éxito de la empresa. Las listas de tripulantes imprescindibles no solo dan cuenta de los marineros, grumetes, vigías, arponeros y técnicos de navegación (capitán, segundo de a bordo, timonel…), sino a todo un elenco de oficios imprescindibles para la reparación de la embarcación y la atención de los hombres a bordo: barbero, cirujano o médico, tonelero, embreador, carpintero, herrero, cocinero, despensero, camareros… aparte de los propios arponeros. ¿Cuál era el número de esto? Pues nada menos que, como mínimo, uno por cada chalupa que el buque transportase (nunca menos de tres o cuatro). A estos tenían que sumarse los marineros que ayudaban con las sangraderas y los que manejaban las chalupas a remo o vela en el momento de la caza de la ballena. Pero hay que tener en cuenta la cantidad de tripulación que debía permanecer en el barco nodriza haciéndose cargo de su gobierno mientras tenía lugar la pesca. Si contamos las tres chalupas del Essex y los siete tripulantes que se embarcaron en cada una de ellas en el momento del naufragio, es imposible ignorar que a bordo quedaron, no solo los artesanos y gran parte de los técnicos, sino un buen número de hombres que manejaban la embarcación.

"Prevenían el escorbuto con una generosa provisión de barriles de sidra en sus bodegas"

El sistema de pesca, el mismo que implantaron los balleneros vascos en Terranova desde fechas tan tempranas como el siglo XVI cuando, adelantándose un par de siglos a Cook, prevenían el escorbuto con una generosa provisión de barriles de sidra en sus bodegas, consistía en aproximarse a la ballena a bordo de una chalupa. El arponero lanzaba su arma, atada con una estacha a la trainera y, a continuación, los hombres aguantaban el tirón del animal herido, que se sumergía, tratando de liberarse. Los marineros trataban de mantener la estabilidad de la embarcación y, entre tanto, otros hombres aceleraban el debilitamiento de la presa clavándole sangraderas. Finalmente, el galeón o barco pesquero se aproximaba a la ballena muerta que se aseguraba a un costado para poder procesar su aceite, carne, huesos y barbas.

Los barcos fletados para la caza de ballenas no navegan durante la mayor parte de su viaje en las proximidades de la costa, lo que hace inviable el fondeo de la monumental embarcación. Hay que prever dos turnos y medio de hombres para poder gobernar la nave sin descanso, día y noche, en bonanza o tempestad… Y prever las bajas de la tripulación a lo largo de la travesía, por enfermedad, accidentes e incluso deserciones en puerto.

"Se suele relacionar ese «aguante» con la hombría y con el valor, cuando, en realidad, es una cuestión puramente física que solo tiene que ver con el sentido del equilibrio"

Hablo con Manuel J. Rodríguez, escritor y navegante al que admiro y aprecio desde hace años, ganador del premio Alandar 2018 con el libro El bloc de las edades. Sirvió varios años en la Armada y compartimos la pasión por la literatura y el mar. Le hago llegar mis inquietudes, mis reflexiones sobre la legitimidad de la licencia poética en literatura del mar y me apunta varias consideraciones reveladoras.

Acerca de la tripulación del Essex, a la escueta pregunta de qué opina respecto a la posibilidad de un ballenero en el que solo se relacionan veintiún tripulantes, me comenta:

‟…he estado leyendo algo sobre el tema y he visto que, a pesar de que eran barcos que realizaban grandes travesías, eran relativamente pequeños, no alcanzaban los treinta metros de eslora, por una mera cuestión de espacio, la tripulación no debía ser muy numerosa. Pero sí, aun así, me parece poca tripulación. (…) No sé si pudiera ser que alguno muriera en el momento previo, durante el naufragio. Por otro lado, en muchas ocasiones en los barcos en los que estuve se hablaba de «tripulación» refiriéndose más bien a la marinería, mientras que se hablaba de «dotación» cuando se hablaba del conjunto de hombres que iban a bordo. Son sinónimos, pero no sé si en este caso ocurriría algo parecido.”

Y en lo que se refiere a la consideración del valor y la supervivencia en el mar, otra de las asignaturas pendientes que detecto en la descripción de los pescadores y marineros, cedo la voz a Manuel, que describe con admirable destreza un fenómeno que a cualquier navegante va a resultarle harto familiar:

‟Normalmente se hace poca referencia a la incapacidad que tienen muchos hombres (digo hombres porque cuando yo estaba embarcado todavía no había mujeres militares ni tampoco solía haberlas en los tiempos del Pequod) para sobrellevar o adaptarse a un habitáculo que no deja de moverse. Cuando se hace referencia a esto, se suele hacer de forma puntual, centrándolo en algún personaje al que se describe como pusilánime, cobarde o incluso afeminado, o puede que fijándolo en alguna delicada dama.

Es cierto que se supone que un hombre de mar está acostumbrado a vivir en esas duras condiciones, pero he leído novelas en las que se recluta a hombres que tienen en ese momento su primer contacto con la mar y casi todos resultan tener una resistencia sin fin y una capacidad de adaptación envidiables, y no me resulta creíble. Como digo, se suele relacionar ese «aguante» con la hombría y con el valor, cuando, en realidad, es una cuestión puramente física que solo tiene que ver con el sentido del equilibrio.

"El monstruo, el Leviatán, la ballena que vamos a vencer y nos vence no es sino la encarnación de todos nuestros temores, de nuestras limitaciones"

He conocido a compañeros que en algunas situaciones se mostraban hasta temerarios pero que eran incapaces de soportar una fuerte marejada; vi a un chaval tumbado en un pasillo, con los ojos en blanco y que casi sin fuerza no paraba de repetir que se había quedado ciego del mareo que tenía; chicos a los que se los tuvieron que llevar en helicóptero después de tres o cuatro días sin comer ni beber porque lo vomitaban todo. También a algunos mandos que después de años embarcados se perdían en sus camarotes hasta que amainaba.

De igual forma, se suele relacionar a los buenos marinos con el lugar de nacimiento, como si nacer en un lugar marinero conllevase una carga genética que te predispusiera positivamente para ese trabajo. No hay nada de eso, claro. Mi compañero que mejor aguantaba un temporal era de Vallecas. Se tomaba un coñac y se fumaba un ducados como si nada mientras los demás nos poníamos amarillos solo de verle. Luego están los olores a humanidad, a combustible, el de las sentinas, el de la fritanga de la cocina… También he visto a hombres que andaban siempre rozando el ataque de pánico cuando no se veía tierra por ningún lado… En fin, creo que la vida en un barco no es nada fácil de reflejar.”

Owen Chase

El monstruo, el Leviatán, la ballena que vamos a vencer y nos vence no es sino la encarnación de todos nuestros temores, de nuestras limitaciones. La vida a bordo de un barco con una larga expedición por delante es el reflejo de una comunidad, los avatares que jalonan su convivencia. La representación literaria es una recreación de los conflictos fundamentales que no se sujeta necesariamente a la realidad.

Pero el conocimiento de la realidad,  lejos de deslegitimar la licencia poética, enriquece la lectura y la representación literaria.

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