Mario Campaña es un poeta, ensayista y narrador nacido en Guayaquil, Ecuador, en 1959. Ha publicado libros de poesía como Pájaro de nunca volver (2017), de relatos Bajo la línea de flotación (2016) y de filosofía moral Una sociedad de señores. Dominación moral y democracia (2017). En 2018 publicó su Poesía Reunida 1988-2018. En 1996 fundó en Barcelona Guaraguao, revista de cultura latinoamericana, de la que fue director durante 20 años y de la que actualmente es editor. Sus artículos pueden ser leídos en el periódico Contexto, de Madrid.
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AFANOSOS, hacia un trono de espectros
En puntillas caminábamos, entonando
Una leve canción que no estremece
Día tras día.
Hablábamos sin lengua ni concierto
Y el puño de la mente
Que debiera volar como una estrella
Se estampaba en la víctima sumisa
Florecía en su grito desoído
Justicia del que a solas se entretiene
Profanando moradas inocentes
Para que permanezca siempre abierta
La tumba humilde de lo más puro.
Ansia voluble de quien sale a buscar
En la fe sin esperanza la ventura:
Ojo que infesta el aire de la vida.
Y vimos un oasis de casas blancas
Sábanas blancas, almas blancas, y no oímos
La voz amiga. Solo un montón de harapos
Estrujados, sucios… y en el humo un cortejo
La blanca tropa de guerreros -no amantes- sin fe
Acostumbrados a contar la historia que más gusta.
Pero después de la tormenta algo continúa
Su obstinado viaje inevitable
Calle por donde la esperanza se desliza
Y la herida se convierte en carne viva
De cuya huella acordando corazones
Nacer puede la alegría
Cuando el alma más allá de todo estigma se aventura.
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SI NACIERA otra vez y en íntimos juegos
Porfiara a ganar o perder;
Si con temblores e insomnios volviera
A pagar inconsecuencias y errores;
Si volviera a olvidar lo aprendido
Si una llama quisiera incendiarme
Y despavorido bajara peldaños
Musgosos hacia lugares sin aire;
Si partiera y lo dejado añorara
Y descubriera cercenados mis miembros
Y otra vez fuera yo en tierra ajena
Un tullido como otros
Con extravagantes muletas supliendo
Mis extremidades ausentes;
Si con argucias la muerte me ahogara
Y ya no escuchara yo el mar
Y una voz sabia y tenue
Dijera dulcemente al oído:
“Todo puede cambiar”
Y fuera otra ingenua profecía equivocada;
Si volviera a estar solo y sin escrúpulo alguno
A vejar sin cesar aprendiera
Y ser vejado también aceptara…
Entonces aceptaría mi destino
Sin oponerme a su imprevisible mandato
Que a ciegas alimento: en épocas oscuras
Alimentamos nuestra propia perdición;
Me sabría al fin libre
Lejos de tierras sembradas por el miedo
Pequeños rastros del alma persiguiendo
Como lo hiciera en mi infancia
Sabiendo que está viva sin saber dónde
Fuera del mundo aunque el mundo
Y el cuerpo la necesitan para ser
Cuerpo y mundo;
Dejaría de fingirme malo y de fingirme bueno
Ya no recitaría papeles en teatros cotidianos.
Adiós a todo efímero rencor
Y al arrepentimiento de mi vida.
Al fin confirmaría mis límites
Y haría así mi vida tolerable
Y mi umbral para el amor un punto
Más bajo.
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EXTRAÑADO, a veces miro el suelo
Y me digo si un día te descubres
Yaciendo frío en un fondo rígido
Ponte pie: levántate, aunque
En la oscuridad tus últimas manos
Gesticulen buscando compañía.
Has velado demasiadas horas
Demasiado tiempo en espera. Todo
Lo que se puede vivir pertenece al sueño.
No con el sol sincronizas los pasos
Sino con campanas que bate tu mano
Para que el tiempo recomience.
Escucha, me digo: ponte de pie
Siente la música en el aire y si puedes
Danza como esa flor y esa muchacha
Que a solas giran mientras esperan
Camina como ellas en el paisaje Indeterminado de lo invisible.
Échate a andar sin rumbo: el curso viene
Del simple aventurarse en el aire matinal
Buena melodía hay allí, buen aliento
Para estíos solitarios.
No la nada ni el sinuoso destino del mar
Sino huellas del espíritu abatido por grandezas
Saldrán a tu encuentro.
Ecos de viejos lamentos sonarán
Otra vez en el muro de la victoria
Que orgullosamente proclamara un día
Buenas nuevas ahora envejecidas.
Me digo, encadenado a estos jirones:
Palpa el hueco reseco de tu cara
Hoyo que queda cuando todo se ha perdido.
Tócalo, amigo: tu mano se hundirá
En el vaho que extrañamente nos revuelve.
Ponte de pie, me digo
Deja pasar al viento
Frótate contra el suelo rojo
Y si puedes contra el cielo también rojo.
Ponte de pie, te digo, me digo
Si llega el fin.
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EXCITADA por los gritos, la estatua reviviendo
Madre que no alcanza, danzando en esta hora de aventura.
Con la testa gacha avanza caprichosa Y grande:
Aquí vamos
Rondando esta pasión que aumenta y envejece.
Dulce actuar: acosa un día la dicha.
La flama del mar anuncia ahora otra batalla
Con sus belfos derretidos.
A golpe de escofina, que los viejos servidores
No en sigilo canten
Este idilio, este delirio intenso.
La muerte con sus abanicos de paja y colorete
Bate furiosamente el aire
Su inofensiva guerra de frontera.
Respira también la vida
Agrandando ese recio agujero de zoquetes
Con su cabeza de forzado
Su noviazgo estéril con el cepo
Insistiendo en ese limbo unánime
Donde el sueño pesa pese a sus deseos.
Todo es aire fresco en ese mundo imaginado.
El mar agita dulces campanillas.
Canta otra vez. Ora en su hora.
Conviviendo por fin junto a los otros
Los mismos en los rostros, pero ya muertos todos.
Ahí vamos: fantasmas de ocasión
Cortejando vanamente el diálogo que no cuajó
El mismo diálogo una vez más, ahora en la hora
En la muerte, acaso
Acaso ahora en la muerte las palabras
Crezcan también
Junto a esta mortalidad sin eco que estremece.
Cada uno muere en su batalla y todos en la única, arando
Terreno equivocado, adverso pero propio al fin:
Pues en el agua muere el pez no en el aire.
De una cuerda de aire cuelga a veces un sol pobre.
Todo pájaro por su lengua muere;
canta y su lengua lo envenena.
La mosca brilla en su revuelo
Platea ocultando su verdor oscurecido.
Viento: furia apaciguada resonando apenas.
Una paciente marimba marca pasos leves.
Inútil el minúsculo llamado de la antena del caracol
De los astros y sus melodías misteriosas.
Inútil el diluvio de acero líquido,
el resplandor que cae verticalmente
Esta tierra se revuelve, como perro que muerde su alma
De tristeza castigada.
Pálpito apenas encendido de la niña
Que dibuja corazones, saltando y agachándose
Con su tiza magna:
Una melodía naciendo en el murmullo.
El instante abierto insta a otra ventura
Vuelve a sonar, allí en la plaza: no se apaga.
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Para Américo Ferrari
EL BLANCO pez que pasa
por el ojo borrado de la aguja la verdad dice.
Raudo se revuelve se adelgaza y nada un instante en la corriente
con su vientre de amapola su sed de pájaro de río.
El toro que ata las nubes
y arrastra su gozo en el vacío la verdad dice.
Y el carro que ara en el cielo
y ofrece su fruto a las estrellas.
La llama que despierta en el silencio con su luz efímera
la verdad dice.
Y la flor que calla, la voz que hiere.
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