La estampa número 7 de Los desastres de la guerra de Francisco de Goya y Lucientes se titula Qué valor! y refleja a una mujer, botafuego en mano, a punto de encender la mecha para disparar un cañón de asedio, de gran calibre, de 24 libras. A sus pies, varios muertos. No se ve el enemigo. No se ven rostros. Solo un gran arma de guerra y su consecuencia mortal. El grabado es silencioso, pero el momento reflejado estaba lleno de ruido, el atroz sonido de proyectiles de artillería y el silbido de las balas alrededor, impactando y destrozando todo.
Pero Goya no vio la Zaragoza del Segundo Sitio, aunque bien le podrían haber contado sus episodios. Goya había nacido en Fuendetodos un 30 de marzo de 1746, cerca de Zaragoza, ciudad en la que vivió y se inició en el mundo artístico que le dio la merecida fama de pintor universal. En 1808, el estallido de la Guerra de la Independencia le sorprendió en Madrid, donde era pintor de corte.
En agosto de 1808, ante el empuje de las fuerzas españolas, el rey José I se replegó a la línea del Ebro, abandonando Madrid. Las victorias de los leales a Fernando VII en Valencia y Bailén, junto a la imposibilidad de tomar Zaragoza, forzaron a la retirada del hermano de Napoleón si no se quería ver rodeado.
El Primer Sitio de Zaragoza terminó la noche del 13 al 14 de agosto de 1808, dejando numerosas ruinas. Las últimas, las de la iglesia de Santa Engracia, volada por las tropas napoleónicas en su huida. La vía principal de la ciudad, el Coso, se encontraba llena de barricadas, impactos de fusilería y muertos. Diez días se había sostenido como línea de un frente inaudito en las guerras de la época.
El capitán general de Aragón, José de Palafox y Melci, había llegado a la ciudad unos días antes con refuerzos. Al retirarse los franceses, se preocupó de una campaña de propaganda. Zaragoza debía servir de ejemplo y admiración a la Europa resistente contra Napoleón. Para ello, hizo llamar al mejor pintor del momento: Goya. Este se trasladó a su ciudad en el otoño de 1808. Allí tomó notas y bocetos con los que poco después realizaría sus grabados. Casi cualquiera de ellos, en realidad, podría ser la Zaragoza de Los Sitios de 1808-1809. Todos los horrores se vivieron allí. Una guerra sin igual, donde la población civil fue una activa protagonista en unos combates urbanos sin parangón. Una lucha agónica casa por casa. O ejemplificado con la obra goyesca: Con razón o sin ella, Lo mismo, Y son fieras, Siempre sucede, No quieren…
Goya no fue el único que quedó impactado por lo sucedido en Zaragoza. Napoleón entró en cólera cuando le informaron de los serios reveses de sus tropas y generales en España. Cómo era posible que una ciudad sin murallas, sin ejército, defendida en gran medida por civiles, hubiese sido capaz de resistir durante dos meses a las águilas imperiales. Inmediatamente, llamó a las tropas que tenía desplegadas en los territorios alemanes y, al frente de la Grande Armée, entró en España. Mientras tanto, los generales españoles entraban en disputas internas, como en el grabado No se convienen de Goya. Fue el desastre para sus soldados que sufrieron las derrotas.
Napoleón señaló sobre el plano por dónde se debía asaltar Zaragoza. Y a ello se dispusieron cerca de 50.000 soldados al mando de los mariscales Moncey y Mortier. Luego iría el general Junot y, finalmente, el mariscal Jean Lannes, el favorito de Napoleón. Junto a todos ellos, mandos intermedios claves en las operaciones de asedio que se desarrollaron contra parapetos de tierra, tapias de ladrillo y casas. El jefe de ingenieros Bruno Lacoste, amigo personal de Napoleón, y Louis François Lejeune.
Este último no solo combatió para conquistar Zaragoza durante el Segundo Sitio, sino que escribió y pintó sus episodios. De una forma más idealizada y romantizada que Goya, Lejeune dejó constancia con la pluma y el pincel de aquel singular asedio. Narró el hambre, el frío, el miedo… pero pintó la épica y heroicidad.
En su cuadro Episode du siège de Saragosse: Assaut du monastère de Santa Engracia, Lejeune reflejó el asalto general del 27 de enero de 1809. Las tropas napoleónicas se dirigieron al ataque de las brechas de los muros. El propio Lejeune fue herido dos veces, y así se autorretrató en dicho óleo, con un vendaje sobre la cabeza y tirado en el suelo, en posición central. Sobre él, Bruno Lacoste, sable en mano, dirige a los soldados franceses. Enfrente, una multitud les espera. Mujeres, eclesiásticos, vecinos, soldados españoles… armados con fusiles, escopetas, espadas, lanzas y piedras.
Entre las ruinas y los muertos, Zaragoza se resistía a ser conquistada. El desenlace, con una epidemia de tifus descontrolada, fue trágico, infernal, dantesco. Carretadas al cementerio, como en el grabado de Goya, aunque este parece que fue inspirado en la hambruna en el Madrid josefino.
La Historia es compleja y poliédrica, por la cantidad de voces que tiene y que no siempre escuchamos. Sus representaciones y recuerdos también. En torno al episodio bélico de los Sitios de Zaragoza de 1808-1809 se encontraron diversos personajes. Uno de ellos fue el pintor Francisco de Goya, cuyo 275º aniversario conmemoramos este 2021. Otro fue Napoleón, quien solo vio Zaragoza en planos y partes de guerra que le desquiciaban, mientras que sus subordinados sufrían lo indecible sitiando la ciudad y causaban el mismo sufrimiento a los sitiados. Una guerra que daba pena. Este 2021, el 5 de mayo, es el bicentenario de la muerte del que fuera Emperador de Francia y que soñó con ser el dueño de Europa entera, incluida una España que por entonces abarcaba ambos hemisferios.
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