Con qué ganas se debieron de pillar tus padres cuando te procrearon, Príapo de mis entrañas, para que nos salieras como nos has salido. Los más mantienen que te concibieron en un homenaje extramatrimonial, en la asiática Lámpsaco, Dionisos, dios del vino, la fertilidad y el teatro, y Afrodita, diosa de la pasión y de la belleza. Te dejaron como herencia un bálano a cuya sombra podía cobijarse un hato de ovejas.
Sea como fuere, los estirados del Olimpo, escandalizados (y envidiosos) del tamaño descomunal de tu espolón, te exiliaron a vivir entre los hombres, criaturas efímeras. Pero fuiste afortunado: estos rústicos te aceptaron encantados y vieron tu falo como un instrumento que podía anular los maleficios de los envidiosos y aojadores. Comenzaron a erigirte toscas estatuas en las que tu pendón, de madera o piedra, amenazaba a los malintencionados con meterse hasta el galillo por las posaderas de quien deseara perjuicio a los dueños o quisiera robarles sus frutos.
Todo jardín, huerto o mansión que se preciara contaba con una estatua o pintura tuya o con alguna representación en cerámica o metal de una lucerna o tintinnabulum (campanilla que pendía del techo mediante un colgante) con la forma de tu enhiesto miembro. En Roma se popularizaron los colgantes con tu tranca, a los que llamaron fascinus o fascinum, y se usaron como magia apotropaica: quien deseara cualquier mal al portador del colgante quedaba fascinado ante el fascinum (de ahí viene el palabro) y sus malos deseos se conjuraban por ello. En cualquier buen museo se puede observar un surtido de fascina, solos o acompañados de puños haciendo la higa, lo cual da idea de lo popularizados que estaban.
Muchas casas, nobles o humildes, estaban protegidas, Príapo, por un relieve o una pintura donde se te representaba, entero o a tu órgano. Al igual que bastantes hogares actuales están guardados por una estampa del Corazón de Jesús o de la Virgen, nuestros ancestros grecolatinos encomendaban la salvaguarda de sus familias a tu Miembrón. Es curioso un bajorrelieve en arenisca de Leptis Magna: un enorme pene con patas eyacula sobre un ojo, en el que se esconde un escorpión. No hay mal de ojo que resista a este sortilegio eyector.
Invito a los viatores a recorrer los restos de cualquier ciudad romana: no se sorprenderán si encuentran allí fascini. Pompeya está llena. Sus representaciones son variadisimas. La primera vez que la visité hacía poco tiempo que habían abierto los espacios que antes llamaban la Pompeya Prohibida: hasta entonces todas las estancias o salas de museos que tuvieran representaciones eróticas estaban vedadas a las mujeres, y algunas había que visitarlas con permisos expresos (sería para que las féminas no compararan cómo se lo montaban y calzaban los antiguos en comparación con su gris vida marital).
En el vestíbulo de la Casa de Vetios, una de las más lujosas, coincidí con un grupo de aldeanos guiados por un sacerdote de los de sotana y boina. En los muros de esa estancia sobresale el fresco en el que se representa excelentemente a Príapo, tocado con un gorro frigio, y provisto de un hermoso falo, al que pesa con una balanza. Bajo él, una abundante fuente de frutas, invocando la prosperidad para los de la mansión. Il prete explicaba con total desparpajo el simbolismo de la imagen, ante el rubor de alguno de sus feligreses. Se dirigió a una pareja de octogenarios: “Adelina, lo que darías tú por que a tu Totó le funcionara aun la mitad que a éste”. La viejecilla no se achantó y le respondió lozana: “Pagaría un cirio de los gordos si sólo fuera un tercio de lo que era antes”. Ante la risotada de la feligresía y la palmada que quería ser empática del cura, el pobre Totó se largó refunfuñando maldiciones contra il santo Príapo (sic) e quel cavolo di cazzo.
Sí, amigo Príapo, tu aparato da para mucho: las recién casadas, antes de deshacer el nudo de Hércules, que simbolizaba la unión de los esposos y la virginidad de la doncella, se remangaban las faldas y fingían frotarse con un enorme pene que había clavado en el suelo para propiciar la fertilidad.
¿Qué quieres que te cuente de las decenas de estatuas tuyas bien dotadas que enseñoreaban jardines, huertos, casas o encrucijadas, algunas adornadas con rústicos versos, de los cuales nos dan testimonio los graffiti recogidos en los muros pompeyanos y similares, llamados, precisamente, Priapeos.
8
Lejos de aquí las castas matronas: es vergonzoso que leáis impúdicos versos. Eso les importa un comino y se vienen derechas. Sin duda las matronas se regodean contemplando a gusto una buena polla.
11
Ten cuidado no te coja. No te castigaré, si te cojo, a garrotazos, ni te produciré crueles heridas con la curva hoz: atravesado con mi tranca descomunal, quedarás tan estirado que no creerás que tu culo tenga rugosidad alguna.
23
Para quien cortase aquí una violeta o una rosa o robase unas hortalizas o alguna fruta sin pagarla, pido que, falto de mancebo o de mujer, reviente de una erección como en la que en mí veis, y que golpee en vano el ombligo sin cesar su méntula insatisfecha.
69
Cuando la dulzura de los higos te invada y ya vayas a extender tu mano, mírame, ladrón, y piensa en el peso del cipote que has de cagar después.
Los mitógrafos, escocidos por no poder comparar sus míseros genitales con los tuyos y temerosos de que sus amantes los abandonaran por ti, no te dedicaron mucho espacio en sus obras. Cuentan que hiciste buenas migas con los cofrades de tu padre Baco, sobre todo con el bueno de Sileno, el más viejo, sabio y borracho de los sátiros de su thiasos. La de juergas que os corristeis los dos, apurando los pellejos del mejor vino y triscando tras ménades, ninfas o, en su defecto, cabras u ovejas, que, alborozadas, recibían el don de tu malecón.
Aunque no tuvieras mucha suerte con el asno de tu compadre Sileno: te la jugó bien jugada en un par de ocasiones, y de ello hizo mofa Ovidio, que no me extrañaría que fuera algo penipacato y descargara su frustración riéndose de ti en sus Fasti. En un pasaje (Fast. I, 391-444) narra que los habitantes de Lámpsaco, tu cuna, cercana al final del Helesponto, antesala del Mar de Mármara, sacrifican a un asnillo en tus festividades. El vate de Sulmona canta que en un convite en honor a Baco os juntasteis lo mejor de lo mejor. Allí una ninfa de nombre Lotis o Lótida, fingió sucumbir a tus más que evidentes requiebros, pero “las guapas son desdeñosas y la arrogancia acompaña a la belleza: después de reírse de él le lanza miradas de desprecio” (Ovidius dixit). O sea, que te dio con el canto en… el canto y te quedaste con la miel en… el canto. Tumbóse a dormir la pérfida, ahíta por el mucho vino trasegado y las muchas danzas danzadas. Viste tu oportunidad y con todo el sigilo te aproximas a ella, liberas tu tranca del taparrabos y cuando ya sentías el almíbar de su cuerpo, el burrillo que llevaba a tu compadre Sileno comenzó a rebuznar desaforadamente cual si no hubiera un mañana. Despertóse la ninfa, apartóte y comenzó a gritar, desvelando a toda la concurrencia, que, viéndote enhiesto y sin novia, comenzó a chotearse de ti. Mas ella no se fue de rositas: acabó convertida en árbol de loto, para dar de comer sus flores a los lotófagos y hacerles olvidar su vida, tal vez para purgar el no haber catado el pimpollo de Príapo.
Algo semejante te aconteció en otro banquete dedicado a Cibeles (Fast. VI 319-344), en el que corrió abundante vino y toda la corte olímpica agarró una melopea de siesta y miserere. Tu resistencia a los vapores etílicos es proverbial y, a diferencia del común de los mortales e inmortales, tu lascivia no sucumbe a la embriaguez.
San Jerónimo, que no debía de ser el hombre muy devoto tuyo y de tus compinches de panteón, dejó sentenciado:
Esus carnium et potus vini, ventrisque saturitas, seminarium libidinis est. Unde et comicus: “sine Cerere et Libero friget Venus” [Comer carne, beber vino y saciar el estómago es semillero de lujuria. De ahí también el cómico: ‘sin Ceres y Baco se enfría Venus’.
En fin, que encontraste algo chispada a esa santurrona de Vesta, que alardea sin pudor de no haber catado varón, ni falta que le hace, todo el día pasando el plumero para que no quede una mota de polvo, obligando a sus vestales a estar 30 años virginales so pena de muerte si conocen la virilidad de un maromo. No es que hubiera bebido mucho, pero subiósele el morapio a la cabeza y tumbóse a echar una siesta. Viste de nuevo tu oportunidad, y con mayor sigilo que con Lotis te aproximaste a ella en el frenesí de tu erección. Mas, de nuevo, el pérfido borrico de Sileno, celoso a más no poder de que tu ariete eclipsara al suyo, comenzó a rebuznar, despertando a Hestia y dejándote en evidencia. Desde entonces ordenaste a tus devotos sacrificar a un burro por esta traicionera delación, mientras que Vesta tomó al asno como animal totémico, por haberla salvado de tu acometida.
Poco espacio más te dedicaron los sabios en sus obras. La coyunda y sus instrumentos espantan a muchos de esos búhos de biblioteca que se dejan los ojos en la busca de manuscritos en papiros o pergaminos, por lo que no es de extrañar que dejaran perder las fuentes que de ti y tus atributos trataban.
Así, no te reconocen ningún hijo, cosa muy difícil de creer, conociendo tu viril natura y lo bien que te acogían bastantes féminas. Por lo tanto, a los que somos devotos tuyos nos queda rastrear en nuestra historia y leer muchas veces en los renglones torcidos u ocultos de la misma. Así, no me cabe duda de que tú emparentaste con la Casa Real Española, concretamente con los Borbones. Estoy seguro de que la pavisosa de María Luisa de Parma, harta de la flacidez de su primo y soberano Carlos IV y de que el tal Godoy, por muy guardia de corps que hubiera sido, soltara un gatillazo de cuando en vez, se encontró contigo en uno de sus paseos por los Jardines de Aranjuez. Fascinada por tu fascinum (nunca mejor dicho) imploró ser acometida por tu mosquetón, cosa a la que, conociendo tu innata afabilidad, accediste, arrullado por el eterno canto del Tajo. Y no una sola vez: sine dubio. Así se explica que el primogénito de estos reyes, el futuro Fernando VII, calzara una manija de 30 centímetros y que su segunda esposa, María Amelia de Braganza, una núbil lusa, echara a correr aterrada en su noche de bodas al ver esa cosa descomunal y que en 10 años de matrimonio apenas mantuvieran relaciones, a pesar del artilugio que le confeccionaron sus médicos para que introdujera el manubrio a través de él y amortiguara algo la penetración en el “santuario” de su amante. El que comenzó siendo llamado por el pueblo como el Deseado, acabó siendo motejado, tras ver su abulia y perfidia, como el Rey Felón. Aunque yo, como aprendiz de filólogo, sostengo que lo de felón puede ser una corrupción de Falón, que como vástago de Príapo le pegaba mejor.
Otro de tus más que posibles descendientes nos lo presentó el otrora eximio Camilo José Cela, hoy desgraciadamente arrumbado para muchos en el trastero del olvido. Cela, paladín de la esencia carpetovetónica en muchos de sus escritos, fue informado por Alfonso Canales en una carta del 3 de febrero de 1972, de un acontecimiento acaecido en un cine de la población malagueña de Archidona. Una pareja de novios se había metido a la sala con la pretendida intención del disfrutar del musical que proyectaban. La novia, queriendo emular a la orquesta que sonaba en el filme, deseó acompañarla tocando las maracas de su novio. La susodicha debía de ser una instrumentista de primera, digna de ocupar el rol de solista en una sinfónica si hubiera tenido la ocasión de recibir estudios musicales reglados, porque, según refirió Canales en su misiva: “El caso es que, en arribando al trance de la meneanza, vomitó por aquel caño tal cantidad de su hombría, y con tanta fuerza, que más parecía botella de champán, sino géiser de Islandia”. Cuál no sería la envergadura y potencia del clarinete que la apoteosis seminal chorreó a los espectadores de la fila trasera e incluso a los de la posterior.
En vez de hacerles dar la vuelta al ruedo entre ovaciones y sacarlos a hombros por la puerta grande por semejante proeza, la pareja fue llevada ipso facto a juicio. Fueron obligados a casarse de urgencia por la iglesia y condenados “a dos meses de arresto mayor, multa de diez mil pesetas y seis años y un día de inhabilitación especial para el cargo de guarda y tutela de menores, con la accesoria de suspensión de todo cargo público, profesión, oficio y derecho de sufragio durante las respectivas condenas de arresto mayor con apremio personal de treinta días de arresto si no hicieran efectivas dichas multas en el plazo de dicha Audiencia, y a indemnizar mancomunada y solidariamente a los perjudicados R. B. en tres mil quinientas y a M. L. C. en mil seiscientas pesetas y al pago de las costas procesales por mitad “.
Enterado Cela del suceso escribió un opúsculo, La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona. Respondió la carta de su amigo con estas palabras: “¡Viva España! ¡Cuán grandes son los países en los que los carajos son procesados por causa de siniestro!”. Y hasta escribió un soneto:
Bendita polla, mil veces
seas, hispana regona,
digna de salmos y corona,
que, manejada con maña,
fuiste el orgullo de España
y el deleite de Archidona.
Camilo José Cela
Lo que nadie ha investigado son los ancestros del portador de tal colosal cipote, entre los que vislumbro tu presencia, dilecto Príapo.
Hace no mucho se puso de moda en redes sociales un vídeo en el que una adorable criatura, que apenas sabía hablar, reñía a un pollito por haber derramado un vaso, repitiendo varias veces el soniquete de “la que has liao, pollito”. Pues eso: la que has liao poll…, mejor dicho, Priapito.
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