Me pilla la polémica alrededor de Andrés Trapiello leyendo el último tomo de sus diarios, Quasi una fantasia, que, como todos los tomos de la colección Salón de pasos perdidos, no es tanto una crónica de sus días pasados cuanto una búsqueda de sus días futuros. En este libro, que yo recomiendo encarecidamente y que publica ahora el autor en una editorial de mimo artesanal fundada junto a su familia, aparece nuevamente la Guerra Civil, aunque concebida, insisto, como una constante búsqueda. Bajo las frases asertivas y directas de Trapiello subyace siempre una suerte de pregunta, que en ocasiones es ubi sunt, a veces cuestión retórica, a veces una indagación en la propia ideología —entendida esta como un corpus de ideas no sectarias—. Desde aquella maravillosa obra titulada Las armas y las letras —y aun antes— hasta el último tomo de su vida, Trapiello ha hecho lo que todo autor desprovisto de panfletería debe hacer: sin ideas preconcebidas, intentar encontrar la causa a través de los hechos.
Ocurre, sin embargo, que a las autoridades políticas de hoy no les interesan ni las causas ni los hechos, sino exactamente lo contrario, que son los sintagmas previos en mi oración precedente: las ideas preconcebidas, el panfleteo. Sólo así se entiende que el Partido Socialista intente desacreditar el trabajo de Trapiello al enmendarle su obra durante la entrega de medallas del ayuntamiento de Madrid. Le acusan de revisionista, de intentar cambiar el pasado. Pero ¿qué es un escritor sino alguien que intenta encontrarse con los grandes dilemas de la historia, el amor, la muerte, la guerra, el honor? El autor no es que sea peligroso porque piense con libertad, porque emita un juicio crítico alejado de la opinión dominante; el autor es peligroso porque invita al lector a buscar su propio camino, apartado del que dictan los votos y, por extensión, los partidos. Esto es para ellos un revisionista: un escritor que acerca a sus lectores al precipicio de la duda, un salto que implica, por supuesto, no comulgar con los dogmas de partido.
Hace unos días, desde esta misma tribuna defendía a Cercas en una situación similar a la que hoy relatan estos párrafos. En ese caso, la idea política era otra, pero el fin es el mismo: difuminar las ideas particulares en el humo de las ideas de rebaño. Este es el gran mal de nuestro tiempo. Posiblemente las nociones de gente como Trapiello sean más progresistas que las del propio partido que las censura, pero como quiera que no se acoge al sistema hipócrita y populista que ofrece rédito electoral, y como además denuncia la hipocresía de quien sí lo hace, la mezcla le convierte en eso, en un escritor perseguido y acorralado. Lo único que me queda por decir es que lean a Trapiello, que lean el último tomo de sus diarios, Quasi una fantasia, que lean Las armas y las letras. Que lean a Cercas y a tantos otros que persiguen el juicio personal y único, aislados de credos políticos. Ejerzan su capacidad crítica. Ejerzan su derecho a dudar.
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