Artículo de Publishers Weekly en Español
Una pequeña editorial busca salir de la cadena de distribución del libro. Hace años era imposible. Hoy es razonablemente probable gracias al comercio electrónico. Eso sí: solo si eres pequeño, guardas dimensiones familiares y no ambicionas publicar más de un par de libros al mes.
Andrés Trapiello, uno de nuestros autores favoritos, ha publicado la última entrega de su singular Salón de pasos perdidos en una editorial que ha creado junto a su esposa, la ensayista Miriam Moreno, y sus dos hijos. El oficio de editor es algo que no le viene de nuevas. Lo conoce bien. Yo aún recuerdo el hambre con que recibía los libros que la editorial Comares de Granada publicaba en su sello de La Veleta. Estos días, mientras leía Quasi una fantasia, he vuelto a El perfecto pescador de caña, de Izaak Walton, y a La España negra, de José Gutiérrez Solana, que andan abrazados junto a otras decenas de volúmenes que el escritor leonés publicó con la complicidad del juez jiennense Miguel Ángel del Arco, uno de los dos dueños de Comares.
Trapiello, además de escritor, se hizo tipógrafo y editor, y ambos oficios tan ligados el uno al otro han derivado en esta aventura que lleva por nombre Ediciones del Arrabal. En las solapas de Quasi… se anuncian otros cuatro títulos. Hasta que no alcanzaron un acuerdo con algunas librerías de cabecera, las primeras decenas de libros recién salidos de la imprenta fueron vendidos a través de su página web, que es limpia, está ordenada y facilita la compra. Hay quien busca en esta aventura editorial un nuevo paradigma que, de un lado, pontifique las virtudes del comercio electrónico y, de otro, ponga en crisis la inercia de la distribución tradicional. No es extrapolable. El negocio de la venta del libro está pautado desde hace décadas. Salirse de él es muy complicado. Solo es posible en aventuras familiares muy dimensionadas.
En las últimas dos décadas han proliferado experimentos similares, algunos de ellos con éxito. En Estados Unidos y en Europa son habituales. Se trata de pequeñas editoriales que han multiplicado sus ventas en los cinco últimos años, al amparo del auge del comercio electrónico. Su cálculo es bien sencillo: elimino el porcentaje que se llevan distribuidoras y librerías, que vira entre el cincuenta y el sesenta por ciento del PVP del libro, y ese dinero lo destino a pagar mejor, ofrecer un razonable horizonte empresarial a mi pequeño negocio e ilusionarme con un plan editorial a corto y medio plazo.
Hoy la industria no discute los porcentajes que se llevan distribuidoras y librerías. Lo cierto es que rara vez se enriquecerán por encima de lo debido con los porcentajes que imponen. El libro es, de todos los bienes de consumo, el que mayores costes arrastra. Son muchos los que están llamados a degustar una porción de la tarta y, curiosamente, los autores suelen ser los que más hambre pasan. El editor, aunque la mayor parte de las veces no lo exprese en voz alta, lleva décadas estrujándose la cabeza tratando de cuadrar el círculo de sus costes e ingresos económicos.
Por eso, cuando florecen iniciativas como la de Ediciones del Arrabal muchos se preguntan si no será mejor publicar menos y encaramar sus libros a internet a la espera de que los fieles lectores cliqueen por ellos. Pero no nos engañemos: este modelo de negocio es solo posible en aventuras editoriales muy pequeñas. Quedan fuera las editoriales que publican más de dos o tres libros al mes.
Un dato más: hace unos meses, charlando con los editores del grupo Contexto, todos coincidieron en que no deseaban abrir sus webs al comercio electrónico, porque dañaban a las librerías, que eran el salón de estar donde en realidad deseaban ver expuesto su trabajo.
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