Foto: Juan Prats
Tras el éxito del ensayo de Irene Vallejo El infinito en un junco, la editorial Siruela publica Umbrales, de nuevo un ensayo narrativo que recorre la memoria histórica de la Humanidad, esta vez a través de las puertas. Su autor, Oscar Martínez —doctor en Bellas Artes por la Politécnica de Valencia—, abre en este libro una veintena de puertas, proponiendo un periplo a través de la cultura y el arte, de la historia y los secretos del periodo en el que fueron levantadas.
—¿Cómo se le ocurre la idea de usar los portales como arranque para la Historia?
—Durante años quise reunir en un libro un abanico de historias y relatos que me entusiasmaban y que deseaba relacionar con elementos arquitectónicos. La arquitectura siempre ha sido una pasión y, de hecho, estuve a punto de estudiar la carrera en su momento, por lo que me parecía una manifestación artística ideal para poder recoger todas esas narraciones. Barajé distintas opciones tales como las ventanas, las escaleras o las columnas, pero con el confinamiento de marzo pasado la importancia de las puertas se hizo más patente que nunca. De repente se nos cerraron los umbrales. Es en ese momento en el que decido abordar la escritura definitiva del libro, si bien ya tenía obviamente algunos capítulos esbozados y bastantes ideas en el tintero. Además, una vez escogidos los umbrales como eje vertebrador del texto, la potencia simbólica de las puertas se hace cada vez más evidente, por lo que no tuve otra opción que continuar con una escritura centrada en los umbrales y su importancia.
—Aunque explica al inicio las razones de la aparición los portales que componen el libro, ¿podría decirnos cómo se realiza esa selección casi emocional?
—La selección vino de manera natural. Es el resumen o destilado de decenas de viajes y lecturas llevados a cabo durante los últimos veinte años, y muchas de las puertas fueron apareciendo de un modo casi inconsciente. Es evidente que, una vez que abordo la escritura del libro, intento incluir umbrales y ejemplos que permitan un recorrido por buena parte de la historia y la arquitectura occidental, pero el motivo último para que una puerta apareciera en el texto fue siempre que me permitiera ofrecer al lector algo que debía ir mucho más allá de una mera descripción artística. He intentado en todo momento huir del concepto de manual de historia de la arquitectura. Todas las puertas que aparecen son lugares que me emocionaron de una u otra forma, y mi obsesión ha sido intentar transmitir algo de ese entusiasmo al lector.
—¿Cree que podría haber escrito el mismo libro sin haber estado frente a todos esos umbrales?
—No, sería imposible llevar a cabo un proyecto como este sin haber experimentado las sensaciones que la arquitectura ofrece. Tal y como comento en uno de los capítulos, la experiencia arquitectónica engloba a la práctica totalidad de nuestros sentidos, nos envuelve y atrapa. Incluso con la enorme cantidad de recursos que hoy en día tenemos (visitas virtuales, imágenes fotográficas, documentación…), hay que visitar los lugares para dejarse envolver por eso que los romanos, tan sabios ellos, llamaban genius loci, el espíritu del lugar, la magia del entorno.
—¿Cuál le ha costado más trabajo (documentación, escritura, enfoque…)?
—Todos y cada uno han tenido su dificultad, pero quizá uno de los más complejos haya sido el dedicado a las Torres de Serrano de Valencia. Sin embargo, el problema no fue en sí la escritura del capítulo, sino el hecho de que fueron de los primeros que completé, cuando todavía no tenía totalmente definido el tono de la narración. Es por ello que, en el momento en el que decidí que quería que apareciera finalmente en el libro, tuve que reescribirlo casi en su totalidad, lo que muchas veces es mucho más complicado que enfrentarse a una escritura desde cero.
—¿Cuál es su favorito?
—Hay dos respuestas a esta pregunta. Si debo responder a cuál es mi umbral favorito desde un punto de vista arquitectónico o artístico, tengo claro que sería el del Panteón de Roma. La capital italiana es, sin duda, mi ciudad preferida. Es un oasis al que intento volver cada vez que puedo, y dentro de ella, ese edificio colosal y extraordinario que es el Panteón siempre aparece como un imán que no deja de atraerme, por muchas veces que haya traspasado su umbral. Debo decir por otro lado que la entrada al dolmen de Menga también ha alcanzado un lugar muy alto en mis preferencias personales, pues la magia y el encanto que envuelve ese lugar no deja de sorprenderme. Ahora bien, si tengo que elegir qué umbral es mi favorito dentro de la estructura del libro, creo que la puerta del Pabellón de la Secesión de Viena tiene un lugar de privilegio. Fue el capítulo con cuya escritura logré encontrar el tono exacto que quería darle al libro, y sin él es muy posible que Umbrales no existiera. Lo envié a algunos amigos y conocidos para que me dieran su sincera opinión, y la respuesta fue tan positiva que me animó de manera decisiva a continuar con el proyecto. Además, y tal y como explico, es un edificio que siempre protagoniza alguna de las clases más emocionantes que cada año imparto y al que profeso algo muy parecido a la devoción.
—¿Cuál ha tenido que dejar —dolorosamente— fuera y por qué?
—La puerta de los Leones de Micenas. Fue el primer capítulo que escribí, hace ya más de dos años, pero no había encontrado todavía el enfoque literario y quedó apartado de los umbrales definitivos. Es una puerta que tiene un fortísimo significado personal para mí, pues mientras que la visitaba en enero del año 2000 mi hermano Aitor fallecía a cientos de kilómetros de distancia sin que yo fuera consciente de su desaparición hasta varias horas después. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos por reescribir el capítulo, no fui capaz de lograr lo que deseaba y finalmente quedó fuera de la selección final.
—Usted incluye como único umbral “moderno” (si excluimos la parisina joyería Fouquet y la reja de Gaudí, ambos del siglo XIX, a la Bauhaus, pero ¿se podría hacer un libro similar con los umbrales de la segunda mitad del siglo pasado o del siglo XXI?
—Por supuesto que se podría. No soy especialista en arquitectura contemporánea, pero es obvio que existen decenas de puertas que permitirían relatar una historia de las últimas décadas, tanto desde un punto de vista arquitectónico como bajo un enfoque más histórico, sociológico o político. Las puertas nunca nos abandonarán. Los umbrales siempre estarán con nosotros, pues son imprescindibles como vínculo entre espacios y momentos.
—¿Cuáles de esos umbrales contemporáneos elegiría?
—Hay muchos. La puerta del museo Guggenheim de Bilbao podría sintetizar la aparición de un tipo de arquitectura totalmente diferente a lo visto hasta el momento. Por otro lado, algunas de las entradas a las obras de Denise Scott Brown y Robert Venturi serían un símbolo perfecto del final de la modernidad y el comienzo de esa etapa tan controvertida como fue la posmodernidad.
—Si tuviera que cruzar un umbral y vivir tras él, ¿cuál sería?
—Cualquiera detrás del que me estuviera esperando alguien con quien compartir sueños, cama y macarrones, como cantaba Serrat en “Romance de Curro el Palmo”.
—¿Qué libro o libros han sido umbrales igual de importantes o definitivos de su vida?
—Considero que aquellos libros que leí de niño y me iniciaron en el placer insaciable de la lectura fueron fundamentales. Recuerdo con añoranza y cariño la serie de volúmenes juveniles de Los tres investigadores, de Alfred Hitchcock y, algo más adelante, las novelas de fantasía medievalizante con las que tantas horas pasé embelesado, desde El Señor de los Anillos hasta la serie de la Dragonlance. Sin embargo, en los últimos años, si ha habido unos libros que me han entusiasmado son aquellos a los que, humildemente, he intentado evocar o asemejarme con Umbrales. Me refiero a una literatura que consigue instruir deleitando, siguiendo la máxima latina de Horacio prodesse et delectare. Dentro de este género incluiría mucha literatura anglosajona que alcanza unos altísimos niveles de excelencia literaria al mismo tiempo que logra transmitir sabiduría. Me vienen a la cabeza títulos como La ruta del conocimiento de Violet Moller, el cual cito en el libro, o El país donde florece el limonero de Helena Attlee, por poner tan solo dos ejemplos deliciosos. Pero también hay que destacar a autores españoles que han logrado en los últimos años grandes éxitos editoriales con libros absolutamente imprescindibles como La piel, de Sergio del Molino, o El infinito en un junco, de Irene Vallejo. Todas esas son lecturas que me han marcado y cuyo eco, de una u otra manera, confío en que esté presente en las puertas que construyen Umbrales.
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