Tradicionalmente hemos visto a los grandes hackers estar cerca del mundo de la tecnología, por todas las posibilidades que ésta ofrece como herramienta para construir cosas. Vinieron de ser autodidactas en sus casas, extendiendo lo aprendido en libros y en las clases que recibían, para pasar luego a ser grandes investigadores. En la universidad. En centros de innovación. Y para estar hoy en las empresas.
Muchos de esos grandes hackers han cambiado los límites, no solo de la tecnología, sino del mundo y la sociedad. Han cambiado nuestra forma de vida hasta puntos insospechados. No han pasado tantos años desde que Steve Wozniak, uno de los grandes hackers del siglo XX, creó aquel primer ordenador personal Apple. Lo hizo en su tiempo libre, en su casa, y aunque hablamos de ello con distancia, la verdad es que fue hace bastante poco en la historia de la humanidad.
Pero fijaos, mi hija mayor, a la que yo llamo con amor “Mi Hacker” —porque me cambió la forma de ver la vida aquel junio de 2008 en el que llegó al mundo—, lo hizo antes de que nadie pudiera tener un iPhone, ya que éste se lanzó comercialmente el 11 de julio de 2008. Y hoy en día todos los que tenéis un smartphone es similar a aquel. Manejándose con el dedo. Con conexión a Internet.
—Leire, cariño, eres una niña «pre-iPhone» —le digo para llamarla “viejita”.
Entonces, cuando se creó el primer ordenador personal, se buscaba explorar un mundo de posibilidades que aún se veía solo en las películas de ciencia ficción y, sin embargo, hoy muchos tendréis un teléfono inteligente de Apple o de Google en el bolsillo, con tecnología y aplicaciones que usáis para la vida constantemente. Y para cosas de todo tipo. Para hacer tareas básicas del día a día, sobre unos teléfonos que vienen evolucionados de aquellos primeros computadores soñados por los hackers.
Cosas como quedar a cenar. Organizar un cumpleaños. Saber si has descansado bien o no. O si alguien ha encontrado la camiseta que tu hija se ha dejado en el gimnasio. Algunas supliéndonos a nosotros mismos de forma clara, como cuando los usamos para encontrar la ruta más rápida para ir al trabajo. A ese al que vas cada día, al que sabes de sobra cómo llegar, pero que aun así le pides a los sistemas de Big Data e Inteligencia Artificial que te diga cómo debes ir.
Utilizamos la tecnología para encontrar pareja. Controlarnos la salud. Hacer deporte. Controlar la calefacción de casa. Saber dónde está tu coche. O poder estar en contacto con la administración pública, el colegio de tus hijos, o tu universidad. Todo desde donde estemos y a través de la tecnología y las redes telecomunicación que vertebran nuestros países.
Los hackers, convertidos en investigadores, emprendedores y profesionales, han ayudado a cambiar la forma en que vivimos. Han cambiado los ejes de la vida. Han hecho que muchos de los límites que tenía nuestra forma de vivir hace 40 años hayan ido desapareciendo, haciéndose mucho más difusos, llevándonos por caminos desconocidos en nuestra forma de sentir, de vivir, de trabajar y de disfrutar nuestro tiempo.
Y aquí estamos, con nuevos límites, pues los límites nunca desaparecen totalmente, solo los empujamos por caminos que nos llevan a nuevos paradigmas. Con nuevos retos a los que enfrentarnos. Con nuevas necesidades. Para las sociedades, para las personas, y para la humanidad en su conjunto.
Y necesitamos una nueva generación de hackers que lleve nuestros nuevos límites hacia nuevos espacios. Y por supuesto, la tecnología es una vez más pieza importante en este tablero. No podemos, ni debemos, ni queremos dejar que el uso de este regalo en forma de servicios tecnológicos que nos han dado los hackers, investigadores y emprendedores, se aplique de forma negativa.
Tenemos que reforzar la idea de que tanto las empresas como los gobiernos y la tecnología tienen la obligación de hacer que la vida de las personas sea mejor gracias a ellos, y no peor. Y debemos hacerlo de una forma Humanista. Teniendo presente que cada ser humano debe ser tenido en cuenta de una forma directa y consciente en la creación de un nuevo avance tecnológico.
Un gobierno debe preservar y expandir los derechos y libertades de las personas, así como las empresas deben ser motores de generación de riqueza y bienestar para las sociedades donde operan. Y la tecnología debe hacer que la vida de las personas sea mejor. Un avance tecnológico no puede significar que las personas, todas ellas o una sola, no sea tomada en cuenta, y sufra por esa tecnología una disminución de sus derechos, libertades o capacidad para vivir su vida.
Un sistema informático que guarda los datos de personas debe ser garante de su privacidad, porque si no lo hace, todos aquellos que se vean afectados por una posible fuga de información, o una brecha de seguridad, pueden sufrir directamente en el devenir de su vida. Puede hacer que su vida sea mucho peor solo por eso. Ya hemos visto en el pasado cómo una fuga de datos de una empresa ha llegado a truncar la vida de seres humanos. Perdiendo amigos, trabajo, siendo infelices, sufriendo extorsiones, o llegando a quitarse la vida.
Pero la seguridad y la privacidad de la información de las personas no es el único punto en el que la tecnología nos afecta. Tenemos una intensificación tal que para las personas es difícil llegar a entender cómo le afecta en su día a día, y si realmente lo que está viviendo es consecuencia de algo que proviene de un mal uso de la tecnología. Hoy en día sufrimos una catalogación constante de todos nuestros actos y de nosotros mismos. Cada cosa que hacemos cerca de la tecnología sirve para clasificarnos.
Es como si fuéramos a tomar café todos los días a un bar y el camarero, que ya sabe mucho de nosotros, hiciera constantemente una ficha de nuestras conversaciones. De la ropa que llevamos. De lo que leemos. De lo que comentamos. De con quién nos juntamos. Y todos esos datos fueran analizados y compartidos por todo el mundo.
De una forma similar los programas que se utilizan en plataformas de Big Data mediante algoritmos de Machine Learning están generando insights o conocimiento sobre las personas en función de lo que hacen, leen, de cómo lo hacen, de cuánto tiempo pasan escribiendo, en la web, o cuál ha sido su actividad completa en cualquier sistema informático.
Este conocimiento se utiliza para hacer que la publicidad sea más dirigida, que la recomendación de la película que te hacen sea más acertada, que la propuesta de viaje que te ofrecen sea más efectiva, y por ende, que los negocios generen riqueza más rápidamente para las empresas. El negocio consiste en conocer bien a las personas, y etiquetarlas a través de la tecnología para poder dar servicios más acertados.
No, no me toméis esto mal. Estoy lejos de tener una visión negativa del uso de los insights, y me gusta ir al bar donde mejor me conocen, y estar con las personas que más saben de mí. Mis amigos, mi familia, mis compañeros. Ellos saben mucho de mí. Pero utilizan todos esos datos que tienen para mi bien, y hacen que mi vida sea mejor. Saben cómo hacerme reír, cómo animarme cuando estoy triste, o qué plan proponerme para un fin de semana.
Utilizan sus conocimientos sobre mí para hacer mi vida mejor. Y así debería hacer también la tecnología, y las empresas que utilizan estos avances tecnológicos. Deben ser humanistas y tener como objetivo principal mejorar la vida de las personas. De todas y cada una de ellas, teniendo presente en todo momento qué riesgos existen.
Ver un conjunto de vídeos en una plataforma online, la lectura de unos artículos en blogs, o el contacto con determinados usuarios en redes sociales, puede llevar a que se generen insights asociados a cada uno de nosotros, de cualquier tipo. Muchas veces no sabemos ni cuál es el universo de esas etiquetas. Desde que sean del tipo “le gustan los dibujos animados”, hasta, por ejemplo, “tiene ideología de un determinado partido político”. Son etiquetas que, a veces, nos pueden acompañar, sin saberlo, durante toda la vida. Y pueden ser correctas o no. Pero es la magia de los algoritmos basados en datos.
Puede que fallen en la catalogación de un porcentaje de las personas a las que han asignado una etiqueta, pero en total incrementa el grado de acierto. Tal vez solo falle en un 7%. O puede que las personas cambien su parecer, o sus gustos, o sus ideas, pero no tenemos el control total de todas esas etiquetas que se nos generan. Y esos insights podrían ser utilizados de manera indiscriminada para afectar a las personas más vulnerables, por medio de explotar las debilidades que tenga.
Creedme que si una etiqueta de “jugador de juegos de azar” se asocia a una persona con adicción al juego, lo último que le preocuparía a la tecnología es si esa persona se arruina o no por una enfermedad.
Dijo Sean Parker, el que fuera presidente de una de las empresas más importantes en redes sociales, que lo que hacían eran explotar las debilidades humanas. Los miedos, las adicciones y las necesidades que se generan en la propia red pueden hacer igual de mal a una persona que bien a una empresa, si no se pone a las personas en el centro para hacer que la tecnología sea humanista. Es decir, repito, que tenga en cuenta el bienestar de todos los que la utilizan, y no que genere ansiedad, que no ofrezca herramientas a acosadores, abusones o sea un acelerador en la proliferación de mensajes de odio o desinformación.
La suma de todos estos ingredientes: la privacidad de los datos, la comercialización de estos, la generación de insights y el uso de redes sociales para la proliferación de noticias falsas ha hecho que no sepamos si nuestro sistema de elección personal más importante, el voto en democracia, se ha visto afectado.
“Antes dos políticos discutían sobre si algo que pasaba era bueno o no para el país. Ahora dos políticos discuten sobre si realmente está pasando eso”.
Esta frase la dijo Barack Obama la última vez que dio una conferencia en nuestro país. La tecnología se ha usado muchas veces para pintarnos un mundo horrendo, cuando los grandes indicadores de bienestar no hacen más que crecer, a pesar de las torpezas y errores que, como especie, seguimos cometiendo.
Hoy no sabemos si el mundo que vivimos es en el que deberíamos haber vivido. Podría haber sido otro, si no se hubieran utilizado sistemas automáticos masivos de recolección de datos, generación de insights y masificación de la difusión de noticias falsas en las grandes elecciones.
No estamos seguros de que, si los sistemas creados con tecnología hubieran tenido en cuenta que nuestros datos pueden afectarnos de una manera tan importante, y se hubieran protegido de otra forma, no viviríamos en otra realidad de este mundo. No lo sabemos. Sí que sabemos que se han usado estas plataformas tecnológicas de manipulación que he contado antes. Pero no sabemos si es culpa suya, o culpa nuestra, dejar que funcionen en nosotros las noticias falsas de una forma tan permeable, dejando que nuestras fuentes de información sean medios mantenidos por el poder del click-through y el pago por visualización de los anuncios, donde lo más importante ha pasado a ser el número de visitas y no la calidad de la información. También se ven premiados con éxito y dinero aplicaciones y plataformas de entretenimiento que maximizan parámetros como el engagement, un parámetro que mide el tiempo que una persona pasa en la plataforma. Los juegos no llevan tacómetro, ni las plataformas en la red.
El tacómetro, como sabéis, es ese dispositivo que hace que los conductores profesionales descansen cuando llevan un determinado tiempo conduciendo. Ninguna plataforma digital, sin embargo, le dice a una persona que lleva jugando 37 horas seguidas que pueden afectarle en su vida personal, o generar trastornos. Y por supuesto, con algoritmos de Machine Learning se puede saber que una persona empieza a verse afectada por pérdida de engagement para meterle una nueva dosis de dopamina con un nuevo premio o una elaborada estrategia de gamificación.
En la famosa película de ciencia-ficción llamada Ready Player One, dirigida por Steven Spielberg —atención, spoiler—, al final el protagonista decide apagar el mundo virtual un día a la semana, para que la gente vuelva vivir desconectada de la tecnología y a disfrutar de ser seres humanos.
No, no me malinterpretéis tampoco esto, no estoy diciendo que haya que apagar Internet los miércoles de cada semana. Tal vez acabaremos teniendo que controlar, de alguna forma, este tipo de sistemas, para proteger a los usuarios y que los algoritmos de engagement no generen adicciones que afecten negativamente a las personas.
De igual forma, muchos sistemas no son diseñados para ser inclusivos para todo el mundo, para hacer que algo como ver una película pueda estar al alcance de todas las personas. Plataformas de visualización de películas en 5 sentidos, las famosas 5S, para que todo el mundo pueda disfrutar de grandes obras de arte del cine, como mi querida TRON, que me llevó a introducirme en la informática, son todavía escasas. Y si miramos nuestro mundo de hardware y software, no todo él está adaptado aún para todas las personas con capacidades distintas.
Los avances tecnológicos en Inteligencia Artificial nos permiten hablar con la tecnología para pedir cosas tan básicas como que nos encienda una luz o nos apague la televisión. Los sistemas de visión artificial han aprendido a leer los labios mejor que los humanos y que HAL en la mítica 2001: Una odisea en el espacio.
También a traducir en múltiples idiomas. Todos estos avances en la interacción entre personas y los sistemas digitales deben ayudarnos a construir una tecnología mucho más accesible, mas integrable, más humanista. Escribe el antropólogo Yuval Noah Harari, en su novela Homo Deus, que el ser humano en el siglo XXI debe plantearse nuevos retos. Tener nuevas miras en el horizonte.
Que la agenda de la humanidad debe aspirar a dotar a las personas de una esperanza de vida más larga, de la capacidad de llevar una vida mucho más plena gracias a entregar más capacidades a los seres humanos y, sobre todo, a que cada persona sea feliz en su existencia. Todas y cada una de las personas. Sin olvidarnos de nadie.
No sé si la humanidad alcanzará esos objetivos. Ni si lo hará en este siglo XXI que nos ha tocado vivir. Ni tan siquiera sé si nos pondremos de acuerdo para perseguirlos. Pero sí que tengo claro que, si lo conseguimos o si nos acercamos a ellos, será con, y gracias, a la tecnología, no dejándola a un lado.
Será, por tanto, necesario que movamos muchos de los límites que tenemos, que los hackers tendrán que pelear por llevar un poco más lejos. Y tengo claro que será necesario hacer que toda nuestra tecnología sea humanista y tenga en cuenta el bienestar de todas y cada una de las personas. Hackers, el mundo está ahí fuera esperando que lo cambiéis.
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