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Amar a un hombre que mata, de Sonia Rico

Amar a un hombre que mata, de Sonia Rico

Gloria vive con angustia existencial el haber pasado la barrera de los 40 sin haber encontrado una pareja estable, pese a todos sus sacrificios. Barcelona se convierte en una ciudad dura en la que lucha por sobrevivir hasta que la oportunidad se le presenta en forma de voluntariado en la prisión de Brians I y una vez allí, Daniel, un preso que cumple condena por un triple asesinato, capta su atención y ambos empiezan a mantener correspondencia, llamadas telefónicas y encuentros vis a vis en prisión.

Zenda adelanta un fragmento de Amar a un hombre que mata, de Sonia Rico (La Vocal de Lis).

***

Prefacio

Pepe la vio de refilón entre la muchedumbre de mujeres que se agolpaban para traspasar el arco de seguridad. Se consideraba buen fisonomista porque nunca se le olvidaba una cara. La de aquella monitora, que el primer día le pareció bastante lerda y falta de energía, aún la tenía bien grabada en su retina. Se le escapó una risilla nerviosa.

—¿De qué te ríes? —preguntó, suspicaz, su compañera Ana.

—Date la vuelta. Mira a ver si te suena la del final de la cola.

—Uy, sí, me quiere sonar. Señorita, ¡quietecita! —se dirigió a una latina entrada en carnes—. Ni un paso más o no pasa.

—Relaja, mujer, relaja —contestó la visitante.

Ana se volvió hacia Pepe en tono confidente.

—No me digas que es ella. La mosquita muerta aquella del taller de cocina…

—Sí, es ella. Otra que ha caído.

—A esta le tengo que dar un buen susto —dijo Ana mientras se le hacían los ojos más pequeños, como granos de café.

—Déjala, es una pobre infeliz —le contestó Pepe, encogiéndose de hombros—. No entiendo cómo tantas tías caen en el rollo este del amor a esta chusma, ¿qué les dan? A esta el primer día no le salía la voz del cuerpo y aquí la tienes.

—A mí no me mires. No me tiro a un tipo de estos ni muerta —contestó Ana con desprecio.

—Continúa con los cacheos, anda, no sé para qué te digo nada. Muestra algo de compasión.

Ana torció el gesto y volvió a aproximarse al arco de seguridad. Le gustaba cachear a las visitantes y hacerles pasar pequeños apuros. Ponerles mala cara, hacerles dobles cacheos, preguntarles cosas personales, intimidarlas. Cuando ya habían terminado, Pepe se le acercó por detrás.

—Voy a ver a quién viene a visitar. Espero que no se esté metiendo en un follón muy grande —Pepe parecía cansado.

—No eres su padre —sonrió Ana.

—Ya. Pero me sabe mal que una mujer que parece tan frágil y tan diferente de esto esté aquí haciendo cola, pasando por esto. A saber qué se les pasa por la cabeza.

—Exageras. No es la primera vez ni será la última, lo sabes. El poder de seducción de estos tíos no tiene límites.

Pepe comenzó a caminar galería adentro, cabizbajo, hasta alejarse de la estancia.

CAPÍTULO 1

El olor del adobo de las tiras de cerdo para churrasco despertó su apetito. Gloria observaba sentada en un banquito de madera como su padre y su hermano mayor, Toni, echaban más leña para avivar el fuego, y a su madre entrando y saliendo de la casa familiar con bebidas, una hogaza de pan y servilletas, con pasos rápidos, siempre apurada por la vida, para que el hermano pequeño, Tomás, fuese disponiendo la mesa al aire libre.

La temperatura en San Juan de Moldes empezaba a ser templada. Ya estaban en mayo, aunque el norte es así. Por allí siempre se decía que con lluvia había que pagar el verde, refiriéndose a la naturaleza. No les faltaba razón, pero Gloria siempre había sido friolera y no se acostumbraría nunca a la llovizna y la humedad de la zona. Ella no era como su madre, que se podía pasar los días tan solo con el vestido de flores amarillas y la rebeca de punto de color café con leche encima tanto en invierno como en verano. Solo cambiaba las zapatillas: en verano eran unas alpargatas con suela de goma y en invierno, unas botitas de agua tobilleras. Eso, y el mandil de cuadros. Esa era su madre. Se llamaba Quiteria, pero todos la llamaban Teria. Una esclava del hogar y de su marido. Pero de ello se daría cuenta Gloria muchos años más tarde.

Ella tenía solo dieciséis años, nunca había salido de los pueblos de alrededor y no tenía planes de futuro más allá de cuidar de Tomás, de ocho años, y de ayudar a su madre con las labores del hogar. Pero se sentía feliz con motivo de aquella reunión familiar; que estuviera Toni, a quien ella adoraba, la buena comida y los rayos del sol de mayo era todo lo que se atrevía a pedirle a la vida.

Su padre, Antón, le hizo señas desde la barbacoa con un vaso en la mano. Gloria se acercó a él. No hablaba mucho, pero ella entendió en el acto que quería que se lo rellenase de vino. Aquello la incomodaba, porque a su madre no le gustaba. Eran las doce del mediodía y ya se había bebido unos cuantos. Vino tinto. De la tierra, barato. Embotellado en cristal, eso sí. Se lo compraba a un labriego que tenía un amigo que lo hacía en Luarca. Siempre presumía de conseguir aquel vino «de puta madre», decía, a precio de ganga. Le salía a un euro la botella y no tenía nada que envidiarle a los buenos de la Rioja. Allí, en Asturias, tenían de lo mejor, no les hacía falta nada, los productos de la tierra eran los más selectos, según él.

Cuando Gloria entró en la casa, su madre estaba en la cocina de carbón removiendo algo en una olla. Se acercó a ella por detrás. Le reconfortaba el calorcito que salía de la cocina. En su casa de dos plantas, aquel era el lugar más importante y donde pasaban más tiempo. Aunque la había reformado hacía unos años, Teria quiso volver a poner una cocina de carbón, negra y dorada, impresionante. Ese había sido su único capricho, del resto se había ocupado su padre. Allí tenían una tele pequeña, una mesa redonda y una ventana con vistas a la ría. Gloria sabía que aquel era el universo de su madre. Teria se reconfortaba mirando por la ventana incluso en los días de lluvia y niebla, cuando era imposible distinguir la ría. Ella miraba y miraba hacia el infinito. Ese era su único deleite. Ese, rezar el rosario y tomarse una copa de Anís del Mono después de comer.

—Mamá, quiere otro —le dijo Gloria.

Teria se dio la vuelta con lentitud. Parecía cansada.

—Pónselo —respondió, encogiéndose de hombros.

—¿Qué te pasa? ¿No estás contenta de que estemos aquí todos y que venga la novia de Toni?

—Claro, mi niña, claro. Es que no dormí bien. Tengo la espalda molida —respondió, mientras se llevaba ambas manos a la nuca.

Gloria la abrazó y le dio la vuelta de nuevo para poder hacerle un masaje en las cervicales. A veces lo hacía, le daba fuerte con los dedos y eso a la mujer le aliviaba. Teria cerró los ojos y se dejó hacer mientras su hija masajeaba con fuerza aquella parte. Unos minutos de silencio hasta que Antón irrumpió en la cocina y las sobresaltó.

—¡A ver! Ese vaso, que es para hoy. ¡Déjate ya de jueguecitos, mocosa!

Gloria corrió a buscar con su mirada la botella de vino para rellenar el vaso. Teria siguió removiendo el caldo y el padre las observó desde el quicio de la puerta durante unos segundos con cara de malas pulgas.

Era un día especial también porque iban a conocer a Maribel, la novia de Toni. Gloria siempre había tenido una relación especial con su hermano mayor. Él era el rebelde de la casa y siempre había tenido tensiones con su padre. Gloria no sabía si la relación era mala por las trastadas de su hermano o este hacía las trastadas como venganza por la relación fría que había tenido siempre con él. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Imposible saberlo. Era ocho años mayor que ella y muy atractivo. Además tenía un corazón de oro y todo el mundo lo quería. Y las chicas no digamos. Había sido siempre un ligón. Gloria lo recordaba fumando a escondidas en el hórreo. Cuando lo pilló, ella tenía siete años y prometió mantenerlo en secreto. Ese sería solo el primero de los secretos que le guardaría. Más tarde, un trozo de hachís, unas revistas porno… Ella fue su cómplice en todo, y lo adoraba.

La relación entre su padre y su hermano se agravó mucho cuando este robó una motocicleta de un pueblo cercano. Toni tenía diecisiete años y no había pensado mucho en lo que hacía. Aquel robo tuvo poco recorrido, la Guardia Civil fue a casa a arrestarle y pasó una noche fuera. Gloria suponía que en el calabozo. Cuando volvió a casa, su padre le dio una paliza que lo tuvo tres días en cama y su madre apenas se atrevió a acercarse a él durante aquel tiempo. Gloria lo vivió muy mal. Su madre rezaba el rosario y en vez de una copita de anís se ponía tres. Ella consiguió escabullirse a la habitación de su hermano una noche y se metió con él en la cama. Llevaba una linterna más grande que sus manitas. Sin embargo, cuando llegó a su lado Toni le pidió que la apagara y que se acurrucara junto él, no sin que ella antes pudiera comprobar que tenía un ojo hinchado. Gloria nunca se había sentido tan cerca de nadie como de su hermano en aquellos momentos. Él le acarició el pelo y le dijo que la quería mucho.

—Te prometo que yo lucharé por sacarte de aquí. Cuando me ponga bien. Te lo prometo. Y a Tomás, sobre todo a él.

Y le apretó la manita en señal de cariño. Luego la echó de allí, para que su padre no se enterara de que ella había estado con él y que no hubiera consecuencias.

Gloria salió de la casa y dejó a su madre mirando la ría por la ventana. Tomás correteaba entorno a la barbacoa y a su padre, que sostenía un palo en la mano. Le perseguía Cachopo, el cachorro de labrador que un vecino les había regalado hacía un par de meses. El perrito se había convertido en el mejor amigo del niño desde entonces, y Gloria estaba contenta porque siempre había sido un niño tristón y encerrado en sí mismo. Qué diferencia de carácter con Toni.

Gloria se acercó a su padre para ver cómo iba el fuego y si necesitaba ayuda. Toni se había marchado a recoger a Maribel y le había dejado solo con esa faena. Mientras caminaba hacia él, lo vio rojo, sin duda por el calor de las llamas a punto de convertirse en brasas. Al acercarse más, lo notó tenso, las arrugas alrededor de sus ojos estaban más marcadas y su barriga prominente amenazaba con estallar los botones de su camisa verde de cuadros. Los tejanos caídos, como siempre. Le dio algo de lástima aquel hombre gruñón. Aunque ella no perdía la esperanza de que se le escapara alguna vez una palabra amable o una mirada que no fuera cargada de desconfianza.

—¡Salte de aquí, rapaz! —chilló Antón a su propio hijo, levantando la mano.

El pobre Tomás se asustó y salió corriendo detrás de Cachopo hacia la otra punta de terreno que pertenecía a la casa. Gloria intentó no fruncir el ceño por aquella salida de tono contra el pobre crío. «Tengamos la fiesta en paz», se dijo, antes de hablar.

—Papá, ¿necesitas algo? Te traigo más leña si quieres.

—Nada, vete para adentro con tu madre. A ver si viene el cojonudo de tu hermano con esa y vamos comiendo.

—Anda, no te quejes, que aún no hemos puesto la carne a hacerse.

Antón no respondió. Atizó el fuego con una vara de madera gruesa y la miró de reojo. Ella se quedó unos segundos a su lado, en silencio, escuchando el crepitar de la leña. Luego se fue en busca de Tomás, que se había sentado a los pies del hórreo y arrancaba hierbas secas. Se acercó a él y le pidió que le diera un beso. El niño obedeció y Cachopo se unió a ellos, buscando juego.

Maribel bajó primero de la moto y se quitó el casco. Era una chica alta y esbelta con el pelo muy largo y cuidado. Era peluquera, según les contó Toni, y trabajaba en Foz. Llevaban unos pocos meses juntos y era la primera vez que su hermano hacía una presentación oficial de alguien en casa. A Gloria le causó buena impresión porque nada más quitarse el casco sonrió abiertamente a todos, sin conocerlos aún, y ese tipo de actitud era poco habitual en aquellas tierras. Así que fue Gloria la primera en acercarse a ella para darle dos besos. La chica vestía mallas negras y un jersey de punto grueso, pero ajustado, que le hacía buena figura. Olía muy bien y tenía la cara fría.

Luego salió Teria de la cocina y buscaron a Tomás. Fue vergonzoso, pero esperable, que Antón no hiciese ningún movimiento para con su nueva invitada. La chica debía de estar más que avisada de lo que podía encontrarse allí, así que fue de la mano de Toni a saludarlo y le dio dos besos. Antón la miró unos momentos antes de hablar.

—¿Y qué hay por Foz?

—Bueno, allí poca cosa, como siempre —respondió ella, amable.

—Conozco bien al del Gato Pardo, buen hombre.

—Sí, es mi padrino, Avelino.

Esto pareció gustarle a Antón y el ambiente y Teria, que observaba atenta a unos metros de distancia, con ambas manos apretadas, se relajaron.

Maribel ayudó a llevar los chorizos criollos a la barbacoa, a servir las tiras de churrasco en la mesa, a taparlas mientras se sentaban alrededor y esto pareció agradar a todos. La comida fue bonita, aunque su padre y Toni no se miraron ni se dirigieron la palabra ni una sola vez. Quizá alguien que no fuese muy observador lo habría pasado por alto, aunque no Gloria ni su madre. Pero qué importaba; con tal de que Antón comiese y bebiese y no soltase ningún improperio de los suyos, podían estar más que satisfechas.

Después de la comida, Gloria y Teria recogieron todo e insistieron en que Maribel se quedara sentada con Toni, era la invitada. Ambas comentaron lo buena chica que parecía y lo bien que le venía eso a Toni. Gloria abrazó a su madre. En aquel momento, Tomás entró con Cachopo a la cocina, cosa que su madre le tenía prohibido. Sin embargo, en esa ocasión Teria sonrió y llamó al perrito para que fuese hacia sus faldas. Sonrió relajada, Tomás también, mientas le tiraba de la cola al perro.

Gloria no recodaba la última escena de felicidad en esa casa antes de aquello.

De pronto se escuchó un chillido. Era Maribel. Se alarmaron, y Teria fue la primera en salir, seguida de Gloria.

Toni sostenía la parrilla de la barbacoa con ambas manos y su padre estaba en el suelo. Maribel chillaba para que Toni parase, intentaba retenerlo por la espalda, pero ya le había dado un golpe.

Fue en toda la cara, eso lo vieron al acercarse al lugar donde Antón yacía tumbado con la cara ensangrentada y la nariz destrozada.

—Pero ¿qué has hecho, hijo? ¿Qué pasó, qué pasó? —repetía Teria, llevándose las manos a la cabeza.

—¡Llamo al médico! Tranquilos, tranquilos —dijo Gloria.

—¡El hijo de puta de tu marido! ¡Tendría que estar muerto! Ese es el que tiene que joderlo siempre. ¿Te parece bien que le toque las tetas a mi novia? Es un borracho y un cerdo y nos vamos de aquí porque no quiero matarlo.

—Pero, hijo, eso no puede ser verdad…

—Mamá, ¡estás ciega y no me hagas hablar más! Que tú permites lo que permites.

Cachopo correteaba nervioso alrededor de su amo, y el pequeño Tomás se había quedado petrificado. Maribel se acercó a él para llevarlo dentro y el niño caminó sin oponer resistencia.

Después Toni entró a la casa y se llevó a Maribel casi a la fuerza, ambos se pusieron el casco y se fueron en la moto mientras Gloria trataba de detener la hemorragia de su padre con unos trapos limpios y su madre rezaba arrodillada.

Al cabo de dos horas, Antón estaba ingresado en el Hospital de Lugo con una fractura cráneo-facial.

Su hermano Toni no volvería a pisar aquella casa.

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Autora: Sonia Rico. Título: Amar a un hombre que mata. Editorial: La Vocal de Lis. Venta: Todos tus librosAmazon.

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