Fotos: Cecilia Díaz Betz.
La de Elisa Victoria es una voz reconocible en Internet desde hace unos cuantos años. Colaboradora de incontables revistas —digitales y analógicas—, debutó en el mundo editorial junto al sello Esto no es Berlín, en el que publicó Porn & Pains y La sombra de los pinos, dos libros que hibridaban la narrativa breve y lo poético; fue en 2019 cuando su Vozdevieja (Blackie Books) la propulsó a la primera plana de la novelística nacional. Este año ha publicado El Evangelio en la misma casa editorial, en lo que parece una progresión lógica: si su primera novela se recogía sobre la voz de una infancia desconectada de la normatividad, en esta ocasión es el canon de lo adolescente el que se coloca en el centro de la discusión. Más allá de las referencias explícitas de su título, de él extraemos también cierta dosis de ironía: en la escritura de Elisa Victoria no hay intención de solemnidad. Las cosas nacen dudando de sí mismas. Así dibujamos esta entrevista, como una prolongación de ese propósito dialéctico.
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—La protagonista de Vozdevieja es una niña y la de El Evangelio una postadolescente de 20 años, ¿cómo has desarrollado el proceso de construcción de dos voces con maneras tan distintas de ponerse en relación con sus respectivos contextos?
—Es cierto que ambas funcionan un poco como contraplano de la otra, dado que puedes comprobar cómo reflejan temas entre sí. Yo diría que la construcción del personaje de Marina, la protagonista de Vozdevieja, me resultó más fácil, quizá porque en relatos previos había ensayado más desde el punto de vista de la infancia o la pubertad y me sentía más cercana a ese tono. Me resultaba fácil hacer que esa niña fuese, al menos a mis ojos, digna de alguna manera. También puede deberse al hecho de que la infancia está hasta cierto punto exenta de responsabilidades, narrar desde ahí se resume en una mera observación de lo que ocurre. La niña toma partido a veces, pero no demasiado: es más bien testigo del mundo. Eulalia, la protagonista de El Evangelio, sí participa completamente: se ve obligada a tomar decisiones y experimenta el mundo ya en plenitud, más allá de imaginárselo. Tenía que conceder más amplitud a la mirada de Eulalia porque su edad lleva consigo una capacidad de observación más grande, tiene más herramientas a su disposición. Quise encontrar un equilibrio que no resultó sencillo: quería que su voz no resultase demasiado espesa, pero tampoco superficial; que no se la pudiese encasillar en cierto patrón de juventud relacionado con la belleza, la diversión y la aventura, dado que buscaba representar una entrada al mundo adulto algo más oscura.
—Comentas que el de la infancia te resulta un territorio más intuitivo, y es cierto que Eulalia —amén de los problemas propios de su edad— también es un personaje girado hacia la infancia: se refugia, como profesora en prácticas, en el universo que le proponen los niños, unos niños incluso más jóvenes que Marina y con un acercamiento al mundo todavía más titubeante. Frente a la incertidumbre de su momento vital se presenta este espacio más diáfano. La mirada hacia atrás de Eulalia —y quizá la tuya, ya que también estudiaste Magisterio— también interconecta ambas novelas.
—Así es, estudié Magisterio y también fui pizzera… ¡incluso fui así de joven! Los datos de la vida de Eulalia no coinciden exactamente con los de la mía —por ejemplo, cuando estudié Magisterio ya había pasado por Filosofía, etc.—, pero sí que me he basado en cosas que conocía cuando tenía su edad. Lo que sí es cierto es que ese refugio del que hablas, relacionado con un giro hacia la infancia, tiene que ver conmigo. Me gusta comunicarme con los niños, suele resultar más fácil el tipo de diálogo que proponen ellos que el de los adultos; a mí este tipo de conversaciones oficiales entre adultos se me dan mal. Tengo la suerte de haber conseguido relacionarme con personas adultas, con sus responsabilidades, con las cuales se puede seguir hablando de una manera menos formal, y eso es un consuelo; aún así, con los niños siempre es más directo, más fresco.
Respecto a Eulalia, del mismo modo que se mira a sí misma en el pasado tratando de tender una mano, hay otro momento en el que le pide a su yo futura que le tienda una mano a su presente. A través de los niños de su clase se acerca a un pasado previo al momento en el que empieza a intensificarse el sufrimiento, dado que a esa edad —por lo menos respecto al sustento, al techo— no se cuenta con grandes responsabilidades. Igualmente pienso que ya a esa edad empieza a generarse cierta angustia vital, cierta búsqueda de sentido, es el momento de empezar a formularse preguntas sin respuesta y empezar a toparse con el lastre de algunas torpezas sociales. Eulalia explora a través de los niños su propia trayectoria, tratando de encontrar el momento en el que todo empezó a estropearse, preguntándose si no es acaso la introducción a la manera en que está organizado el mundo —y no una predisposición al sufrimiento— la que empieza a generar esa incomodidad. Siente una gran compasión hacia los niños que van a ir encontrándose con las mismas cosas con las que ella ya se ha topado; aunque no puede —materialmente— tender una mano a la niña que fue, sí puede hacerlo con los niños que son ahora.
—En el libro llevas a cabo una tarea muy ambiciosa: la de plantear una clase entera de niños e intentar perfilarlos a todos de alguna manera, aunque sea mínimamente, reivindicando la figura de la profesora que atiende a las particularidades de los niños sin desatender las dinámicas de grupo. Los dibujas con sus cualidades todavía en bruto, es una forma de escritura todavía más inocente que la de Vozdevieja.
—Muchos de estos niños todavía no han llegado a un momento de toma de conciencia tan oscurito como el de Vozdevieja, aunque también es cierto que en algunos ya se detecta cómo el veneno de lo social, los cánones estéticos o los dramas familiares han comenzado a salpicarlos y a penetrar en ellos. Mi intención era mostrar la cantidad de personalidades distintas que puedes encontrarte en una clase, la manera en que cada uno trae consigo su temperamento y su historia familiar; no se les puede tratar como un conjunto que deba cumplir con un cometido común, porque no es ni posible ni sano. También es cierto que, aunque en una clase sí tienes que dar la misma importancia a cada caso, en el libro tuve que centrarme más en unos cuantos, procurando que el grupo seleccionado fuese lo suficientemente diverso —algo bastante realista, dado que en cualquier clase te puedes encontrar con niños que no tienen nada que ver unos con otros; choca un poco que se les pida a todos lo mismo y que aquellos que no logren cumplir ese objetivo empiecen a sentirse desencaminados tan pronto—. Eulalia es consciente de que los niños empiezan a tener ya caracteres bastante definidos y de que algunos de ellos eventualmente se volverán, a costa de intentar seguir las normas impuestas, algo más anodinos, quizá más depresivos si no soportan la presión… Mi intención era mostrar que, pese a que los niños son ya personas autónomas, también son extremadamente vulnerables, con lo que esa autonomía puede alterarse con facilidad y dejar una marca en ellos. Es un asunto que no puede tomarse a la ligera: hablamos de la gente que va a poblar el mundo en el futuro y que en ningún caso está siendo tratada con la atención que merece.
—Eulalia es un personaje conflictuado por una serie de cuestiones vinculadas con el sexo o sus relaciones familiares, pero al mismo tiempo se carga a sí misma, como víctima todavía temprana de la presión que ciertas instituciones ejercen sobre los niños, con la responsabilidad inasequible de intentar que estos niños la esquiven. Se topa a menudo con una dicotomía difícil de resolver: por un lado, encuentra imposible sortear ciertos aspectos estructurales que nos van a afectar sí o sí al habitar un marco social determinado; por otro siente que debería ser posible evitar que fuese así.
—Por mucho que ella piense que tenderles la mano les puede ayudar —o al menos brindarles un consuelo efímero, dado que su presencia como profesora en prácticas va a ser muy breve y poco decisiva—, en el fondo sabe que no va a ser capaz de modificar radicalmente el sistema para ellos ni para nadie, de igual modo que ella misma va a seguir padeciéndolo. Fluctúa constantemente entre ese deseo irreal de cambiarlo todo y ofrecerles un mundo mejor y la frustración de que eso no es posible. El núcleo de ese sufrimiento es el que atraviesa la novela: el de la impotencia de ser consciente de dónde está el problema pero que éste sea demasiado grande como para tener la capacidad o las herramientas para hacer algo significativo al respecto.
—Una de las maneras en que este conflicto se revela es a través de la materia religiosa. Eulalia entra de prácticas en un colegio católico y en un primer momento rechaza frontalmente la idea. Sin embargo, una vez dentro, se topa con algunos estímulos positivos. El personaje de Sor Lucía, por ejemplo, la coloca en una posición bastante ambigua: no deja de ser consciente de la opresión estructural que sufren los niños en ese lugar, pero tampoco puede pasar por alto las cosas buenas. Se abre entonces una nueva dicotomía dentro de la religiosidad: por un lado se dibujan ciertas ideas base del cristianismo —vinculadas con la piedad, la compasión—, por otro el elemento institucional.
—No quería contar una historia tan obvia como la de una chica sin educación religiosa que va a trabajar a un colegio de monjas y se encuentra con que todo es horrible. Yo también sé que no todas las monjas que se dedican a la enseñanza son malas profesoras, incluso es posible, como es el caso de Eulalia, guardar peor recuerdo de su tutora en un colegio público que de Sor Lucía, quien resulta ser una persona amable, comprensiva y que la trata con respeto. Esto me servía para explorar la base de valores, en principio positivos, sobre la que se edifican las religiones. Así, al no partir de una base de rechazo tan radical, es a través de la exploración que Eulalia lleva a cabo dentro de la institución como se comprueba que todo ese conjunto de valores están ya pervertidos hacia conceptos algo más peliagudos; a los niños ya no solo se les habla de bondad y generosidad, sino que se les introduce un mapa conceptual mucho más complejo que incluye la idea de trinidad, la figura del espíritu santo o cuestiones tales como la virginidad o la culpa. Son cosas perturbadoras en sí, a priori encaminadas hacia la consecución de la virtud pero que pronto manifiestan su lado represor, intolerante y carente de herramientas para afrontar ciertos conflictos.
Me parece importante recalcar que yo, particularmente, siento un gran respecto hacia el sentimiento religioso, incluso puedo en algún momento llegar a experimentar algo similar. Sin embargo, pienso que introducir como verdadera la historia concreta del catolicismo —o cualquier historia mística llena de complejidades— en mentes tan vulnerables como las de los niños es algo irrespetuoso. Muchos de ellos, más adelante, atraviesan desengaños dolorosos que pueden conducirles al rechazo familiar o a problemáticas de salud mental, es una cuestión que verdaderamente encuentro peliaguda. No quería simplificar el asunto, decir que el catolicismo da miedo ni que las monjas son malas.
—En último término, la novela se compartimenta en dos: por una parte tenemos la vida de Eulalia en el colegio, por otra su vida fuera de él. El contraste es fuerte, dado que la primera asume los códigos propios de un colegio religioso mientras que en la segunda se presenta la exploración de la sexualidad de Eulalia, quien a pesar de arrastrar muchas dudas y encontrarse en un proceso de construcción bastante delicado, sí ha conseguido naturalizar hasta cierto punto su relación con el sexo. Dicho contraste se pone en evidencia en el momento en que el hecho de que una niña se masturbe intuitivamente se convierte en el mayor motivo de escándalo dentro de un colegio en el que raramente se concede tanta importancia a causas mucho mayores.
—Eulalia arrastra complejos físicos, pero no tiene dificultades a la hora de abordarlos —especialmente en su propio hilo mental o hablando con su amiga Gloria—. En la novela he intentado tejer una serie de hilos que la atraviesan constantemente y que se van tocando de maneras que no siempre son del todo explícitas. En relación al trato de la sexualidad, hablo de cómo en un principio es un asunto que se maneja en la sombra, casi nunca con apertura y naturalidad. Eso se va retorciendo en el comportamiento y la mente de la protagonista, con lo que asistimos a la colisión del origen del problema con su resultado final: tenemos a una chica de 20 años sana e interesada en su sexualidad —es lícito que haya gente que no esté interesada, pero ella sí lo está— que no es capaz de desarrollarla de manera plena o desacomplejada, por mucho que pueda hablar de ello de una manera muy abierta. Su comportamiento nunca es libre del todo, está lleno de pequeñas taras que se han ido acumulando sin necesidad de un trauma de grandes dimensiones: el propio tratamiento del asunto en su contexto social la ha conducido a un callejón de no satisfacción. He intentado que el tono de Eulalia cuando piensa sobre el tema o cuando describe experiencias sexuales se mantuviese, que no fuese ni más ni menos crudo; me interesa introducir la sexualidad con naturalidad en el flujo de pensamientos de la protagonista y no llenar de erotismo las escenas relacionadas con ella, sino mantener el mismo aire costumbrista.
—Ese costumbrismo al que te refieres también se refleja en la especificidad del paisaje en el que se desenvuelve la novela: su espacio social y cultural es el de la Sevilla de los años 2006 y 2007, una ciudad en la que los jóvenes empiezan a enviarse SMS en sus primeros teléfonos móviles, muchos de ellos utilizan Fotolog… cosas que nos quedan algo lejos dado el grado de asimilación respecto a las formas de comunicación actuales. Del mismo modo, Vozdevieja se desarrollaba específicamente en una ciudad andaluza durante los años 90. El contexto sociocultural es un elemento integral de tu escritura.
—Dentro de este género costumbrista o realista de novela —quizá en otros no lo sea tanto— para mí es muy importante relacionar a los personajes con su contexto, además de ser muy práctico: de ese modo proporcionas mucha información en muy poco tiempo. No es mi intención llevar a cabo el retrato de una época, pero sí un retrato de cómo unos personajes específicos se relacionan con esa época. Una persona no es la misma bajo el influjo de diferentes contextos. Las costumbres de un momento y un lugar dados, las modas, la tecnología, la estética imperante, lo que le sucede a los personajes públicos del momento… todo ello repercute de un modo u otro en la sociedad y tiene una importancia a la hora de construir a los personajes. Me interesa afrontar todo esto desde un interés antropológico y no tanto con una voluntad melancólica o nostálgica. Elegí 2007 porque es un año importante en la historia de la cultura pop, concretamente en la trayectoria de Britney Spears, que fue una gran referente para la generación de Eulalia. Yo quería que el detonante tuviera lugar en diciembre, en el momento en el que la protagonista se entera de que sus prácticas van a ser en un colegio de monjas, y que la novela transcurriese durante esos tres meses de prácticas. Para mis pretensiones, el 2007 era perfecto para mí.
Muchas de mis decisiones las tomo de esta manera: paso un tiempo investigando acerca de las opciones posibles, exploro la hemeroteca intensivamente, aunque luego no se vea reflejado explícitamente, con el objetivo de reconstruir una atmósfera concreta. Me retrotraigo ya no solo a películas o referencias más refinadas, sino a la estética que empapaba el día a día del momento. Un ejemplo son los anuncios televisivos: suelo ver bloques de anuncios de esa época porque en ellos te encuentras de verdad con la basurilla que se tragaba la gente en el día a día, con el tipo de fotografía que se llevaba, cuáles eran las modas, en este caso cuáles las canciones con las que nos machacaban los politonos… Así me puedo hacer una idea rápida sobre las cosas de las que el personaje está harto y sobre el sentido en que el mundo era cutre en ese momento, porque el mundo en el presente suele ser muy cutre. Luego lo recordamos de otra manera, más velado, con más encanto. Yo recuerdo los años ochenta como una década fascinante; mi madre los recuerda como una porquería porque los vivió con plena consciencia.
—Ya que sacas a colación el asunto maternofilial y volviendo a hacer espejo con Vozdevieja, es cierto que en aquella novela existía una genealogía femenina muy delineada, con especial énfasis sobre la relación entre Marina y su abuela. En este caso, la relación de Eulalia con su madre —pese a ser moderadamente buena— se presenta como un asunto más secundario. Supongo que esto tiene que ver con algo tan básico como que, mientras a los 10 años tu universo se construye alrededor de tus familiares, tener 20 años es una cosa distinta.
—Claro. Pero también hay cercanías en este sentido. En Vozdevieja la protagonista pasa tiempo con su abuela de manera también involuntaria, porque su madre está fuera. Piensa mucho en ella y siente que lo correcto sería pasar todo ese tiempo con su madre. En El Evangelio buscaba representar ese momento en el que, a pesar de seguir viviendo con tus padres, tu distancia con ellos se ha incrementado. Esto sucede en la novela ya no solo debido a la necesidad vital de crear un espacio propio o unas relaciones propias, tampoco de rebelarse frente a una figura de poder —no es el caso de Eulalia, que incluso siente pena por no pasar más tiempo con su madre—, sino porque sencillamente Eulalia está muy ocupada: se pasa el día fuera, yendo de un sitio a otro. Va a la facultad, a trabajar en la pizzería, al colegio de prácticas, a ver amigas que viven lejos, a pasar la noche con chicos que también viven lejos… Atraviesa un momento de ruptura que considero muy común al ser humano, ese momento de la adolescencia en el que por un lado sientes que alejarte es lo correcto, dado que tienes que explorar tu propio terreno, y por otro te da un poco de pena y echas de menos estar en casa, con mayor sensación de protección. La cercanía de la que hablaba se da, a pesar de que sean tratamientos distintos, en que la protagonista de Vozdevieja quería estar con su madre y no podía… y en este caso creo que sucede un poco lo mismo.
—Me interesa también el tratamiento de las figuras masculinas, especialmente de los hombres adultos —con los niños es distinto, la cuestión de género se encuentra todavía mucho más diluida—. Partimos de la figura ausente del padre y nos encontramos con tres personajes: el tío que de alguna manera ocupa su casa y la vuelve un entorno hostil, y las dos parejas de Eulalia, que encarnan dos prototipos de hombre: por un lado el bravucón y bruto; por otro el apocado y oprimido por una idea de masculinidad que lo niega. Son modelos de hombre con los que Eulalia también tiene que batirse en cierta medida porque, aunque entre ellos exista una escala de dominación, esta dominación se proyecta siempre sobre ella en último término.
—No hay una intención explícita por mi parte a la hora de dibujar un modelo negativo explícito de masculinidad, pero sí trato de hacer frente a ciertos aspectos estadísticos. Ahora vuelvo sobre esto. En primer lugar, del mismo modo que en mis novelas hay muchos personajes femeninos porque a mí me salen de manera más natural, es verdad que los personajes masculinos aparecen de una manera más secundaria y quizá más misteriosa, en el sentido de que existe un choque de comprensión entre ellos y las protagonistas al haber sido educados bajo parámetros diferentes. A menudo no se entiendes y eso genera frustración por ambas bandas. Eulalia también se encuentra, de todos modos, con modelos femeninos terribles como el de la Madre Superiora, eventualmente tiene conflictos con algunas compañeras de trabajo y la persigue la sombra de su relación con Diana, una exnovia en relación a la cual la incomprensión no partía de una cuestión de género, sino de clase social —considero que los conflictos de clase también atraviesan al personaje de Eulalia—.
Con el personaje del tío buscaba construir una especie de contrapunto de la abuela de Vozdevieja, que era una mujer blanda, comprensiva y adaptable. Aquí tenemos lo contrario: un señor cascarrabias e incapaz de poner las cosas fáciles a la protagonista. Respecto a las relaciones sexoafectivas de Eulalia, y vuelvo sobre lo que decía al principio, lo que me interesaba era representar una suerte de estadística mayoritaria acerca de cómo se desenvuelven frecuentemente las primeras experiencias sexuales con el sexo opuesto —aunque sé que no siempre es así, que a veces puede producirse una relación sexoafectiva preciosa entre personas de 17 años—. Me refiero al choque de expectativas que se produce cuando estas primeras experiencias tienen lugar, también debido al hecho de que la ficción acostumbra a vender una figura mucho más idealizada de lo que después puedes llegar a encontrarte, que no es sino una gran cantidad de chicos con los que resulta muy difícil comunicarse debido a lo que antes comentaba: existe una fractura entre los parámetros educativos. Muchos chicos son muy exigentes respecto a algunos temas y muy poco generosos a la hora de ofrecer lo mismo de vuelta; por otra parte, el canon femenino es tremendamente rígido, si no lo cumples a rajatabla resultas decepcionante… Se mezcla que el tema del sexo no se ha tratado de una forma muy sana en tu entorno desde que llegaste al mundo con el hecho de que has imaginado las relaciones sexuales de una forma un tanto peliculera. Es verdad que más adelante llegas a libros donde todo eso se muestra de manera algo más desastrosa y por fin logras empatizar algo, pero en principio te crías viendo películas en las que un chico y una chica, en cuestión de minuto y medio, tienen una relación sexual satisfactoria en la cual ambos sabían, sin apenas conocerse, con exactitud lo que quería el otro. Ambos se sienten perfectamente cómodos sin necesidad de hablar previamente y culminan con un orgasmo simultáneo prácticamente mágico. No hay torpezas ni titubeos, y eso no tiene nada que ver con lo que te encuentras luego. Y por supuesto forma parte del cúmulo de decepciones con el que se encuentra Eulalia, porque los hombres no son tampoco aquello que ella esperaba.
—Rescato lo que comentabas acerca de la relación entre Eulalia y Diana para introducir cierta idea de periferia, también muy central en el libro. Eulalia es un personaje periférico en casi todos los sentidos: lo es respecto a la masculinidad, pero también respecto a una feminidad canónica; por supuesto lo es en un sentido socioeconómico e incluso geográfico, al vivir en la periferia de la ciudad. Esto queda reflejado en ese pasaje en el que hace recuento de las horas que ha pasado a lo largo de los últimos años sentada en un autobús: es literalmente el tiempo que gasta, viviendo en la periferia, en alcanzar el centro.
—Como comentábamos antes, el contexto siempre es importante. Y tu situación geográfica es crucial para tu estado psicológico. Que mi personaje viva en la periferia la condiciona muchísimo: todos sus cansancios y sus esfuerzos por cumplir con lo establecido se multiplican. Además, Eulalia tampoco encaja en las modas, estéticas y costumbres de la periferia; en lo que vendríamos a denominar un canon periférico. Tanto ella como Gloria sienten que no son del todo canis pero sí demasiado para el centro, con lo que al final se sitúan un poco en tierra de nadie. Además, el personaje de Eulalia sufre un ligero trastorno obsesivo-compulsivo, lo cual, entrelazado con su ubicación periférica, convierte su vida cotidiana en una realidad muy farragosa, obligándola a tener en cuenta una gran cantidad de variables, a llevar en su bolso un montón de recursos porque sabe que, una vez salga de casa, va a pasar bastante tiempo fuera. El hecho de pasarse dos mil horas, en apenas dos o tres años, dando vueltas de un sitio a otro sentada en un autobús, planificando horas de llegada constantemente, la hace sentirse alejada de otras chicas que no tienen que pasar por todo ese proceso. La relación con Diana sufrió mucho esa falta de naturalidad, y Eulalia se atormenta porque es consciente de que la ruptura se debió en buena medida al hecho de que ella se sentía inferior, más cutre, porque en muchos sentidos Diana cumplía el canon con una facilidad inaccesible para ella. Todo ello conduce a que dos psicologías a priori afines acaben separándose.
—Encuentro acertada la manera en que describes el cansancio de tu protagonista, un cansancio cronificado que, aunque es también propio de su edad, pienso que no deja de ser un asunto particularmente contemporáneo, consecuencia de un sistema de naturaleza neoliberal que aprieta constantemente, que te hace pensar que sí, sacas adelante las cosas, pero nunca de la manera que te gustaría ni al nivel que crees que podrías alcanzar. Ese cansancio atraviesa toda la novela, todo lo que Eulalia hace, es un elemento limitante que nunca la abandona.
—Evidentemente, las cosas salen más fluidas si dispones del presupuesto y los recursos para que todo se ordene a tu gusto y encaje en tu agenda sin necesidad de que tú tengas que hacer malabares día a día. Además de la cuestión estructural que comentaba antes, también me gustaba la idea de ubicar la novela en el año 2007 porque pensé que en el lector se podía despertar la idea de estar asistiendo a la biografía de una persona sumamente cansada y con tantas ilusiones rotas sin que le hubiese pasado por encima todavía la crisis del año 2008, que es el momento en el que se desmorona todo para esta generación. Creo que la situación, de hecho, ha desmejorado mucho desde entonces en este sentido: todo es más caro, más precario, todo está peor pagado. Es cierto que se han llevado a cabo algunos avances sociales, aunque también se ha hecho patente la amenaza de que todo se pueda venir abajo en cualquier momento… La cuestión es que Eulalia está económicamente preocupada y con un enorme batacazo histórico por delante. Y mucha gente como tú, o como yo, o las generaciones que ahora mismo tienen la edad de Eulalia, podemos vernos representados porque todo ha ido a peor y ese cansancio se ha vuelto incluso desesperanzado, porque ahora tengo la sensación de que es escasa la ilusión de que las cosas vayan a ir a mejor. Existe un miedo generalizado por la situación que vivimos y por el camino que parecen tomar los tiempos.
Concluiría que sí, que Eulalia representa en cierto modo el cansancio de una generación; apostillaría que, aunque sea triste, los que hoy tienen 20 años están, creo yo, más cansados todavía, con menos perspectivas. Al final es cierto que yo escribo El Evangelio desde el presente, habiéndome calado el cansancio que vino después del año 2008. El fondo del asunto es que, del mismo modo que en Vozdevieja me gustaba jugar con la idea de que es posible que una niña de 9 años albergue ya sentimientos negativos y oscuros sobre la vida, aquí encuentro sano representar que a los 20 puedes arrastrar ya un gran malestar detrás de ti, porque el mundo es un lugar incómodo y, aunque acumulas varios años esperando adaptarte a él de alguna manera, cada vez parece más difícil hacerlo. Acabas una etapa y empiezas otra en la que tienes que volver a adaptarte de nuevo. Me parece positivo reflejar esa posible negatividad, no insinuar que uno no tiene derecho a estar triste o preocuparse por el mero hecho de tener 20 años. El mundo ofrece unos caminos determinados, y si no eres rica a menudo esos caminos no son agradables de recorrer. Me interesa, pues, poner en cuestión la mirada tradicionalmente luminosa que se ha proyectado sobre ciertas etapas de la vida como la infancia o la adolescencia, que en muchas ocasiones no pueden estar más lejos de ser tales paraísos.
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Autora: Elisa Victoria. Título: El Evangelio. Editorial: Blackie Books. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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