“¡Hazte vegano! (Go vegan!) Este lema, que insta a adoptar el veganismo, aparece por doquier. Parece ser el grito de unión universal de los defensores de los animales y de aquellos que lo arriesgan todo para liberarlos de su situación de cautividad, quienes piensan que la adopción generalizada del veganismo aceleraría el final de las desgracias de los animales. Tal posición despierta la virulenta reprobación de la industria agroalimentaria, pero también, sorprendentemente, de algunos miembros del movimiento animalista.
Desde hace algunos años, es decir, desde que comenzó a tener éxito, se acusa al discurso vegano de pasar por alto que la negativa a comer huevos o pescado o a llevar cuero es esencialmente un requisito fundamental para la justicia. Según esta posición, los veganos se dedican a hablar de los nuevos sustitutos de la carne hechos con vegetales disponibles en las tiendas, silenciando así el hecho de que miles de millones de individuos sintientes continúan siendo explotados y matados. En consecuencia, el veganismo solo sería una forma de consumismo espolvoreado de buena conciencia y autoindulgencia.”
No lo digo yo —yo, además de escribir, trabajo por los derechos de los animales—. Lo dicen Valéry Giroux y Renan Larue en Qué es el veganismo, un ensayo traducido al castellano por Malou Amselek Jaquet y publicado por la editorial Plaza y Valdés donde las palabras importan tanto como las ideas que contienen. O que defienden. O que tal vez ataquen. Y es que, en un primer momento, pudiera parecer que algunas partes del libro estuvieran escritas desde el conflicto; y que sus autoras, ambas conocidas investigadoras y divulgadoras en el ámbito de la ética antiespecista, se valiesen de esa aparente elipsis en el discurso vegano a la que aluden en este fragmento para levantar murallas dentro del movimiento, como si una ciudad sitiada se asediase a sí misma —¿hasta dónde pueden llegar los proyectiles lanzados contra el propio pecho? ¿Existe una forma no violenta de transformar la autocrítica en escritura? Hasta el fondo. No, no la hay. Porque, en ocasiones, es necesario reivindicar lo que nos divide para aprender a proteger lo que nos une—.
“Los promotores del veganismo también serían culpables de llamar la atención sobre el comportamiento individual en lugar de señalar la ideología subyacente”, continúan Giroux y Larue. En este punto, no puedo evitar pensar en omisión. En una omisión que aligera, que frivoliza, que da ganas de bailar. Y de no pensar. En la omisión como una música; pegadiza y fácil. Ahora, bailo. Mi mente la escucha y se deja llevar, girando cada vez más rápido y, al mismo tiempo, cada vez más desenfocada. Tanto, que me mareo. Hasta que me veo obligada a parar. Entonces me siento, me quito los zapatos y, poco a poco, voy volviendo al latido original del texto: “Al contrario de lo que sostienen quienes abogan por su abolición, el veganismo no puede reducirse al consumismo puro: se trata de un estilo de vida que abarca una dimensión esencialmente política (…). En lo que sigue, proponemos una concepción del veganismo como un movimiento de justicia social que tiene como objetivo a largo plazo liberar a los animales del yugo humano. Esta concepción presenta varias ventajas. Aparte de que se basa en sólidos fundamentos filosóficos, permite seguir la estela de los fundadores y líderes de la Vegan Society. También responde a las objeciones internas mencionadas, otorga a los animales un lugar central en el activismo vegano y refleja mejor la forma en que los veganos perciben su compromiso.”
No era una omisión: era una metonimia. Una figuración a trozos del precipicio en que las personas veganas corremos el riesgo de caer si no prestamos atención a los bordes de nuestros valores —yo también sé dispararme a mí misma— para así poder practicarlos y, en último término, compartirlos. Aquí Leslie Cross, considerado uno de los precursores del veganismo moderno, se vuelve red y, al fin, refugio: «El veganismo no debería presentarse únicamente como una dieta o incluso como un conjunto de prácticas, ya que esa dieta y esas prácticas eran, de hecho, consecuencia de un principio que sería necesario resaltar. Cross quería definir el veganismo como el principio de la emancipación de los animales de la explotación por parte de los humanos. Bajo su liderazgo, esta visión del veganismo fue adoptada oficialmente por la Vegan Society durante la junta general del 10 de noviembre de 1950. El resultado fueron unos nuevos estatutos que pusieron en primer plano el abolicionismo de la explotación animal.» El sentido del antiespecismo se libera a través de una prosa directa y sin adornos.
En el ensayo también aparece el concepto de “consumo político discursivo”, que concentra todo lo anterior en un solo gesto, en un gran acto, en ese pasar de la teoría a la práctica que, en la vida real, resulta mucho más elocuente que cualquier figura literaria: “Algunos veganos procuran difundir sus convicciones utilizando el mercado como escenario político, con el objetivo de cambiar las instituciones y prácticas comerciales que les parecen moralmente reprensibles. En la literatura sobre los medios de protesta política en los movimientos sociales, las estrategias centradas en el consumo han sido muy estudiadas (…). Al contrario de lo que sostienen quienes abogan por su abolición, el veganismo no puede reducirse al consumismo puro: se trata de un estilo de vida que abarca una dimensión esencialmente política.”
Porque el veganismo es “la ideología que se opone a la explotación de los animales por parte de los seres humanos”. Y nada más. Todas las anotaciones al margen quedan fuera de tiro. Todas las amenazas se neutralizan. Pues, como bien afirman Valéry Giroux y Renan Larue, la fortaleza de su definición reside en la simplicidad.
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Autor: Giroux, Valéry / Larue, Renan. Título: Qué es el veganismo. Editorial: Plaza y Valdés. Venta: Todostuslibros y Amazon
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