La imaginación es una de nuestras herramientas más poderosas. Con ella podemos evadirnos de realidades incómodas, enfrentarnos a desafíos, adelantar nuestros sueños o aspiraciones. Imaginando es como muchas veces encontramos las respuestas a las preguntas incontestables. Óscar Montoya imagina sobre el papel. Despliega sobre tinta negra oscuros momentos personales para afrontarlos y dar vida a momentos más esperanzadores. De un terrible momento personal, el escritor imaginó un racimo de historias que, mezcladas con acierto, han resultado un caldo exquisito, literario, divertido y trepidante.
Hablamos en Zenda con Montoya sobre su reciente título y sobre literatura, nos aproximamos con el autor a la creación de personajes y a los fantasmas reales o imaginados que se abren paso entre las páginas.
—¿Qué va a encontrar el lector que se adentre en Lo que te persigue?
—Va a encontrar una serie de historias que giran en torno al protagonista, un escritor de novela negra, al que le sucede un hecho luctuoso, como es la enfermedad terminal de su madre, y a raíz de este hecho —que es un punto de inflexión— hace un recorrido sobre el pasado de él mismo, de su madre…Todo ello mezclando humor, situaciones grotescas…
—Esta es una novela que tiene algo de metaliteratura, también cuenta la relación de padres e hijos, la genealogía del propio protagonista y la aventura de Teresa Salgueiro, fugitiva tras un atraco fallido. ¿Cómo ha conseguido escribir tantas novelas en una?
—(Risas) La verdad es que no sé. Sabía que quería darle a la historia una sensación de periodo convulso que puede atravesar una persona en esos momentos, y que en un solo capitulo haya tres o cuatro historias que se van repitiendo… con esa técnica me acerco a la sensación del estado mental que tiene el protagonista.
—Lo que te persigue es una road movie de Teresa, del protagonista y, en consecuencia, del lector, que acompaña a Israel en todo este periplo. ¿Cómo ha impreso este ritmo incansable y trepidante en la novela?
—El ritmo trepidante viene dado sobre todo por la metaficción de la historia de Teresa Salgueiro que, como bien dices, es una especie de road movie, es una novela negra dentro de una novela literaria. Esta columna vertebral de la historia de Teresa es lo que une el conjunto.
—¿Por qué eligió un narrador en segunda persona para gran parte de la novela?
—En esta novela planteo un juego literario, en el sentido de que da la sensación de que es el protagonista que se dirige a sí mismo, pero en una parte del relato, por la mitad de la novela, aparece la figura de quien es realmente el narrador. Aun así, el lector debe decidir quién es el narrador, si es él mismo o es esa figura ajena que aparece a mediados de la novela. Esta figura externa al protagonista puede ser real, puede ser no real… eso es lo que me gusta darle al lector para que se decida. De momento, entre los lectores que lo han leído la cosa está empate. (Risas)
—Todos los personajes son perseguidos por algo (ya sea la policía en el caso de Teresa, o en el caso del protagonista el fantasma del padre de Mario y su propio pasado). En su caso, ¿qué persigue a Óscar Montoya escritor?
—A la hora de escribir esta novela me perseguía el pasado. Aunque esta novela no es autobiográfica, sí que tiene elementos reales que me han servido para conformar una ficción. Quería dar un carpetazo a una serie de sensaciones y emociones y, en este sentido, a mí me perseguía el pasado, a otros personajes les perseguía otra cosa. Va un poco entroncado con la línea de la huida de la protagonista de la metaficción de la novela, Teresa Salgueiro, esta imagen de quemar su país e irse. Viene un poco por aquí: dejar el pasado atrás y seguir el camino.
—¿Cómo surgió la idea de escribir la novela?
—La novela arrancó por la idea de una situación personal: acababa de llegar de la Semana Negra de Gijón, presentando mi primera novela a nivel profesional, y a los dos meses a mi madre, una persona muy joven, se le diagnosticó un cáncer de páncreas, y en seis meses falleció. Eso cambió toda la promoción. Yo estaba iniciando otra novela, y tuve que dejarla. Se me ocurrió crear un personaje al que le pasase algo parecido, pero que tuviese una novela en la cabeza, una obsesión que le impidiese enfrentarse exclusivamente a los cuidados de su madre. Me gustaba pensar en esta obsesión de lo que le persigue al artista y cómo en los momentos más dramáticos esa obsesión sigue ahí y es imposible sacarla.
—La historia de Israel está rodeada de mujeres: su madre, ingresada en el hospital, su mujer, con la que tiene algunos problemas, y sobre todo Teresa, la mujer que no se quita de la cabeza. ¿Sería esta la misma novela si el personaje de Teresa fuera un hombre?
—No. Tenía muy claro que tenía que ser una mujer. Yo soy hijo de madre soltera, como le ocurre al protagonista, he crecido con mis tías, he crecido rodeado de mujeres toda mi vida. He estudiado en Santiago en pisos rodeado de compañeras… Intento hablar de ellas todo lo que puedo, como hice en mi primera novela autoeditada. Una de las motivaciones que tuve a la hora de escribir la novela era reconocer el trabajo de la mujer obrera, de nuestras madres que trabajaron muy duro y cómo la vida les ha tratado de manera injusta. Ya no solo en el tema político, sino la propia vida, que llegue una enfermedad siendo tan joven y te mande al otro barrio. Me parecía tan injusto que esa rabia me empujó a escribir esta novela.
—Hay en Lo que te persigue algunos guiños literarios: desde Domingo Villar y su detective a un tal Pérez-Jurado, que alaba la anterior novela de Israel en redes sociales. ¿Quiénes han sido sus referentes literarios a la hora de escribir esta novela?
—Estos guiños son homenajes. Pérez-Jurado es una mezcla de Pérez-Reverte y Juan Gómez-Jurado, que son dos cracs que mantienen vivo el ansia lectora. Eso es importante para mí. Sobre Domingo Villar, la novela está ambientada en Vigo, y venía muy al caso. ¿Referentes literarios y cinematográficos? Federico Fellini es mi mayor influencia, es alguien muy importante a la hora de enfocar mi trabajo. En Lo que te persigue se ven ciertos toques: lo grotesco de algunas situaciones, el humor… Va un poco por ahí.
—¿Qué está leyendo ahora?
—Estaba leyendo Arraianos, de Xosé Luís Méndez Ferrín —en gallego—, una obra maestra de la literatura en gallego; he leído últimamente Bajo el influjo del cometa, de Jon Bilbao, que me ha parecido espectacular; Nefando, de Mónica Ojeda. Fuera de la narrativa he leído Historia de un alemán, de Sebastian Haffner, que viene muy al caso de los tiempos que vivimos.
—La novela transcurre en un marco muy concreto, Vigo y Portugal principalmente. ¿Podría esta trama haberse desarrollado en otro lugar?
—Quería ambientar la novela en el mismo hospital, o en un hospital como en el que estuvo mi madre. Y estamos muy cerca de Portugal, así que se me ocurrió esta historia de una mujer con una vida un poco paralela a la de la protagonista, pero en el país vecino, un país que tenemos al lado y no miramos nunca a él. Los gallegos lo miramos un poco más. Me gustó además esa idea de dejar atrás tu país quemándolo todo, con la importancia y la gravedad que tienen los incendios en Portugal y Galicia. Me pareció una idea sugerente.
—¿Siempre quiso escribir? ¿Recuerda en qué momento decidió ser escritor?
—Recuerdo estar con 15 o 16 años en Cuevas del Campo, el pueblo de mi madre —mi familia materna es de Granada— y haber leído, en la biblioteca de un primo, Marinero en tierra, de Alberti, y Así habló Zaratustra, de Nietzsche. ¡Menuda mezcla! (Risas). Recuerdo que pensé que me gustaría explorar esta vía literaria y seguir leyendo, y algún día, quién sabe, escribir.
—¿Para qué sirve escribir?
—¿Para qué sirve escribir? En mi caso, escribir me sirve para detener el tiempo, intentar que el tiempo no vaya tan rápido. Uno entra en la rutina diaria del trabajo, familia… Es todo muy rápido, y escribir me sirve para frenar el tiempo, para que vaya todo más lento. Para pararte y vivir en otra dimensión mientras la vida va con la velocidad con la que va.
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