“Ha llegado el momento de marcharse. Están quemando nuestros libros. Tenemos que irnos para que a las hogueras arrojen sólo nuestros libros”, dijo Joseph Roth en 1932 en el Café Mampe de Berlín. Hacía poco había sido dada la orden a las fuerzas de asalto nacionalsocialistas de quemar todas “todas las obras indeseables de la lengua alemana”, escribe Mercedes Monmany en las páginas que dedica al escritor en su libro Sin tiempo para el adiós (Galaxia Gutenberg), un ensayo donde despliega el mosaico de exiliados, desterrados y emigrados del siglo XX en Europa.
Si en su libro Por las fronteras de Europa (Galaxia Gutenberg, 2015) Monmany hizo un repaso exhaustivo de la literatura europea de los siglos XX y XXI, y en Ya sabes que volveré (Galaxia Gutenberg, 2017) trazó la memoria de las escritoras que murieron en Auschwitz, en Sin tiempo para el adiós completa ese tríptico del siglo XX europeo con el análisis y reconstrucción de uno de sus desgarros más profundos: la errancia y el exilio, esa travesía por hondas penas y “la historia de un amor decepcionado, frustrado”, como escribe la autora en el capítulo dedicado a Stefan Zweig.
A lo largo de más de treinta capítulos, Mercedes Monmany teje con rigor, elegancia y una especial claridad narrativa las biografías de los principales nombres de la cultura europea que debieron enfrentar el exilio. Aunque pudiese tener un hilo estrictamente cronológico, que el texto conserva de manera natural, la estructura de biografías sucesivas propone la lectura detallada de un siglo escrito desde el destierro y el desarraigo. Hay determinados perfiles e incisos, como el que dedica a la italiana Natalia Ginzburg, pero también una amplia documentación epistolar, así como la cita de fuentes esenciales, por ejemplo las charlas de Thomas Mann en la BBC durante su exilio estadounidense.
Un personaje resalta por encima de todos: ese Joseph Roth que ya en 1932 tiene muy clara la dimensión de la tormenta que acecha Europa. El nazismo como presencia amenazante y el síntoma de los nacionalismos como un malestar casi geológico. Todos estos elementos cobran en Roth un significado cuya vigencia intimida. El perfil trazado por Monmany ilumina ese Roth nostálgico y apeado que describe la decadencia del imperio austrohúngaro en su prodigiosa novela La marcha Radetzky y empuja a releer Años de hotel (Acantilado), esa antología de los textos que escribió entre 1920 y 1930 a partir de los viajes que hizo por toda Europa.
Algo de esa deriva descrita por Roth está presente en cada escritor e intelectual que describe Monmany. Vistos a través del cristal del errante todos parecen vagabundos, componen el testimonio final de un mundo viejo y crepuscular que se encamina hacia el abismo. Al leer Sin tiempo para el adiós, tiende uno a sentirse como ese cocinero que Roth describe en Años de hotel: un hombre que fue a la Gran Guerra tranquilo, sin entusiasmo ni miedo, porque es consciente de que habita un lugar que ha dejado de existir. Sin tiempo para el adiós describe un mundo deslumbrante como un relámpago: la pérdida de la tierra, la expatriación, el destierro, las persecuciones que van aparejadas y el drama de dejarlo todo de un día para otro. Ellos lo dicen en las cartas: ni siquiera tuvieron tiempo de despedirse.
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