De niños, todos aguardábamos el triunfo del héroe, todos nos sentíamos un poquito él y empatizábamos con sus sentimientos. Porque los héroes están hechos para que aspiremos a ser mejores y juguemos a reflejarnos en ellos. Son como ese espejo mágico de feria ambulante en el que al mirarnos vemos una imagen mejorada de nosotros mismos, más fuerte, más valiente, capaz de vencer la adversidad. Nos hacen vivir su historia sintiéndola nuestra y nos invitan a pensar que somos un poco como ellos, que llevados a límites extremos podríamos realizar grandes proezas, salir un día de casa y dejarnos guiar por un anciano loco hacia tierras lejanas o por una carta mágica hacia un colegio fantástico, encontrar el valor para dirigirle la palabra a esa chica que nos encandila en nuestra cafetería habitual o resolver un rompecabezas más allá de fronteras internacionales.
Todos hemos querido ser el héroe de nuestra historia favorita, pero los héroes no eran los únicos que despertaban nuestra fascinación.
Cuando los elementos no eran quienes sembraban el desafío, se debía de alzar una mente infame para resaltar el valor y la grandeza del viaje del héroe, y es que los villanos son imprescindibles para vivir una buena aventura de fantasía.
Megalómanos, narcisistas, despiadados, todos tan distintos, pero ante todo… indispensables.
Una historia puede ser tan grande como el antagonista que maneje en la sombra los hilos de la misma.
Los villanos fantásticos siempre han atraído. Sauron, Maléfica, Darth Vader, Lord Voldemort. A priori podían parecer disparatados pero tras esa primera impresión mostraban una majestuosidad hipnótica y una inteligencia diabólica que hacía las delicias del lector. Se anunciaban como capaces de verdaderas atrocidades que en muchas ocasiones sólo mostraban en parte. A menudo la maldad y el rango de villano se les otorgaba más por sus amenazas que por sus actos, manteniendo el equilibrio en una fina línea donde no perder ese punto de complicidad con el lector y despertando en éste un lado oscuro, ese anhelo humano tan primario como prohibitivo de vengarnos y hacer la puñeta a aquellos que son injustos con nosotros o se interponen en nuestros objetivos.
A quienes hemos viajado más allá de Orión, la idea de “estrangular con la Fuerza” a ese funcionario de correos que con desidia nos niega la llegada de nuestro pedido, o de rodear el Congreso de los Diputados con “una selva de espinos” para impedir a nuestros políticos abandonar el edificio hasta que elijan gobierno, no nos es ajena.
Durante años de fantasía y mundos épicos hemos seguido las aventuras de los héroes, pero también hemos disfrutado las maldades de los villanos y hemos deseado con ingenuidad comandar sus ejércitos y ostentar sus poderes mágicos para rendir el mundo a nuestros pies, con consecuencias mundiales inocentes propias de la mente de los niños que éramos.
Eran malvados, pero no se mostraban como escoria. No eran los monstruos que salen hoy en día en los telediarios. Sus fechorías no caían en la bajeza de la basura humana, de los crímenes que hoy nos horrorizan y que han sido reflejados en otros villanos de la literatura y del cine como asesinos en serie y otros psicópatas enfermizos.
Eran villanos épicos, conquistadores de objetivos tan ambiciosos que se mostraban ridículos, imposibles, pero por eso funcionaban.
El paso del tiempo cambia las cosas. Los niños nos hicimos adultos y hemos entendido las consecuencias de la megalomanía de los villanos de la infancia a los que aun así recordamos con cariño.
Sin embargo, para los creadores de ideas, éstas parecen agotárseles, ser repetitivas o incluso en este nuevo mundo de actos políticamente incorrectas, volverse inapropiadas.
Aquellos villanos que ansiaban conquistar el mundo en su enfermiza necesidad de satisfacer su codicia han sido vilmente manipulados por quienes manejan los hilos de la cultura popular hoy en día.
Creer sus actos basándolos en una naturaleza intrínsecamente malvada ahora es insuficiente, ahora ya no parece servir. Todo hay que justificarlo de forma explícita.
El villano siempre fue en el fondo un ser atormentado, todos lo hemos sabido, todos hemos sido capaces de razonar con psicoanálisis de mercadillo que aquel comportamiento nos decía que el malvado había pasado por un suceso traumático en su vida que lo había convertido en quien era. Pero no necesitábamos saber más, no queríamos saber más. Al menos eso pasaba antes.
Ahora los traumas de los villanos están saliendo a la luz, los hechos mundanos que los desviaron de la senda del bien son motivo de más relatos, nuevas viejas obras que buscan contar la misma historia desde otra perspectiva para buscar la excusa con la que explotar algo que ya tuvo éxito y venderlo disfrazado de algo nuevo.
Pero estas obras son cuanto menos cobardes, pues no se atreven a mostrar la verdadera naturaleza del villano. Quieren hacernos creer que los villanos son héroes incomprendidos, que sus actos pueden justificarse por un pasado tormentoso sembrado de pérdidas personales y materiales. Y vuelven a contar su historia fingiendo que en realidad no eran malvados, sino que la sociedad los había llevado al límite y habían tomado el camino erróneo. Se persigue obsesivamente la redención.
Pero ahí está el error, el villano ya había fracasado como héroe, su aventura lo forzó a límites insoportables y fracasaron, sucumbieron a ese lado oscuro tan presente en los mundos de fantasía, no superaron sus desafíos, sino que se volvieron oscuros y se dejaron llevar por el odio.
Quieren venderlos como lo que no son. Quieren contar la historia desde otro punto de vista, pero las manipulan en aras de lo políticamente correcto. No quieren correr el riesgo de ahondar en la verdadera oscuridad de sus personajes.
Darth Vader que hace casi 40 años perseguía a los rebeldes con implacable determinación, ha sido convertido en un adolescente inseguro cuyo comportamiento se ha de entender como un resultado de quedarse huérfano y tener una pesadilla en la que moría su mujer.
Maléfica ha dejado de ser una bruja vengativa sin corazón para pasar a ser la incomprendida heroína de la historia que vela por la seguridad de aquella a la que había condenado a morir a los dieciséis.
Hasta la abominación vampírica que fue Drácula, que representaba el ser de terror por excelencia, se ha intentado convertir en otra criatura injustamente perseguida, justificando sus actos en un trasfondo que no es más que un sentimiento egoísta y posesivo disfrazado como amor.
Queda esperar a que quienes vilipendian a nuestros personajes decidan que Sauron perdió el anillo de compromiso de su abuelita y por eso trató de prender fuego a la Tierra Media, o una versión en la que Moriarty estaba enamorado en realidad de Holmes y sus actos eran una forma desesperada de llamar su atención.
Muchos no queremos a nuestros villanos encarnados en adolescentes que enloquecieron porque eran impopulares y no los querían sus madres, ni queremos que se justifiquen los actos de aquellos a quienes combatimos de pequeños a capa y espada bajo la visión de nuestra imaginación.
No siempre necesitamos que nos cuenten el origen de todo. El misterio formaba parte del poder del mal.
Queremos a nuestros villanos, iracundos, enloquecidos o ambiciosos, tratados con respeto y siendo tan maravillosamente e inocentemente despiadados como lo eran.
Devolvednos a nuestros villanos.
A mí me pasa todo lo contrario. Un villano no suele nacer villano. Al igual que podemos sentirnos identificados con los héroes que pasan penurias pero que, a pesar de todo, consiguen superar la adversidad, si un villano hace el mal porque le gusta y parece un personaje plano, no podemos sentirnos identificados con él. Es por eso por lo que humanizar a los villanos y dotarles de sentimientos hace que nos identifiquemos más con ellos y pasemos de odiarles a sentir pena.
Es por esto por lo que los antih`´éroes funcionan tan bien. Hemos pasado de tener héroes que no han roto un plato en su vida y villanos que son la maldad encarnada a héroes atormentados y villanos incomprendidos. Porque en la vida real muchas veces ni el bueno es tan bueno ni el malo es tan malo.
Otro tema a debatir sería si el hecho que les llevó a convertirse en villanos es algo bastante cogido por los pelos o forzado o que no termina de encajar o funcionar.
Pero las historias han evolucionado. Hemos pasado de tener cuentos infantiles y novelas (como ESDLA) donde se distinguía perfectamente el bien del mal a tener una escala de grises donde a veces el antihéroe debe escoger el menor de los males (referencia a The Witcher).